La negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI) está encallada en el nivel de esfuerzo fiscal que deberá realizar la Argentina en los próximos años para equilibrar sus cuentas públicas y asegurar un excedente con el que pagar la deuda que Mauricio nos legó, pero cuenta, más allá de las discusiones por los números, con un factor político que urge destrabar: la intransigencia de Estados Unidos, crucial para llevar esa gestión a un final satisfactorio. Eso –¿una misión factible o una imposible?– intentará el canciller Santiago Cafiero en el viaje que realizará a Washington la semana que viene, entre el 17 y el 20 de este mes, que incluirá una cita con el secretario de Estado, Antony Blinken.
El encuentro será el martes 18. El funcionario tratará de explotar uno de los recursos que le quedan a la Argentina por el lado diplomático: la relativa mayor sensibilidad del ala política de la Casa Blanca, que se diferencia –debido a que prioriza consideraciones de otra índole– del más severo Departamento del Tesoro.
A la reunión, la primera de alto nivel que mantendrá en Estados Unidos –además de la de Blinken, podría sumarse otra el miércoles 19–, Cafiero llegará con la credencial de su cercanía con Alberto Fernández. Para ablandar a la contraparte, pondrá sobre la mesa la variedad de temas en los que la Argentina puede ser visto como un socio constructivo por Washington, justamente la agenda que evalúa el Departamento de Estado para ponerse por encima de la mirada fría del Tesoro.
Cerca de Cafiero aseguran que el viaje no corre peligro pese a haber quedado aislado por el contacto que mantuvo el viernes, en el contexto de la reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), con su homólogo boliviano, Rogelio Mayta, que este lunes recibió diagnóstico de covid-19. “Tiene aplicadas dos vacunas y va a estar aislado cinco días. No tiene síntomas. El miércoles seguramente podrá retomar su agenda”, le dijeron a Letra P. Se verá.
En el encuentro con Blinken, Cafiero planteará que la reprogramación a diez años de los vencimientos por 44.000 millones de dólares con el FMI es la gran prioridad del Gobierno. A Estados Unidos, en tanto, le interesa el rol que el país podría jugar en asuntos cruciales para Joe Biden como el cambio climático, derechos humanos –Argentina presidirá este año el Consejo de Derechos Humanos de la ONU– y mayor acercamiento a América Latina y el Caribe, a cuyas demandas no puede ser ajeno y para cuya transmisión la CELAC –organismo que el país también liderará en 2022– puede cumplir un rol clave.
Se impone una digresión. Más allá del fogoneo de la grieta y de los análisis mal perfilados, ocupar roles de relevancia en organismos internacionales como los mencionados es sumar herramientas de influencia para discutir lo que hace al interés nacional. Ningunear eso "descubriendo" que la regla de consenso que rige la CELAC hace que Argentina haya necesitado el respaldo de Cuba, Venezuela y Nicaragua no solo es zonzo, sino revelador de la decisión de ocultar que dicha unanimidad también involucra al Chile de Sebastián Piñera, a la Colombia de Iván Duque, al Uruguay de Luis Lacalle Pou y al Ecuador de Guillermo Lasso, entre otros mandatarios conservadores. Hablar en serio siempre es más interesante.
Es en ese sentido que el Gobierno busca reposicionar a Fernández ante la Casa Blanca como un dirigente moderado y dialoguista, capaz de contribuir a una agenda hemisférica compatible con los intereses estadounidenses, aunque, claro, sin que eso implique seguidismo. Para esto último, Washington tiene a su propia gente, como Luis Almagro, un hombre que ya no representa ni siquiera a su país de nacimiento, Uruguay. Lo que, en cambio, echa en falta es una polea de transmisión de otras demandas, punto en el que el Presidente pretende insertarse.
Sin embargo, en el propio Palacio San Martín se ocupan de aclarar que el viaje de Cafiero no debe ser visto como la llave que puede destrabar el acuerdo con el Fondo. De hecho, no lo será. Sí se espera que sea una contribución a una negociación complicada y extenuante, que depende primordialmente de Martín Guzmán y de detalles técnicos que se dirimen en otras mesas.
Esa contribución política puede ser valiosa. En la presentación ante gobernadores y gobernadoras no Juntos por el Cambio de la semana pasada, el ministro de Economía aseguró que el Gobierno ha logrado "apoyos de la comunidad internacional", pero admitió que todavía no involucran "a toda la comunidad internacional". En ese punto entra el viaje de Cafiero.
Los plazos urgen. Las reservas del Banco Central son tan acotadas que obligan cada día a darle un nuevo apretón al cepo cambiario, algo que en algún momento puede suponer una hipoteca para las posibilidades de financiar importaciones y, con ello, sostener el crecimiento de la economía. Este mes hay que pagar 730 millones de dólares, el que viene 370 millones y en marzo, 2.870 millones absolutamente imposibles, lo que hace de ese mes como una línea roja: será el del acuerdo o el de un nuevo default.
Dispuesto a accionar las palancas que su diplomacia le ha conseguido, con Felipe Solá primero y con Cafiero más recientemente, el Presidente se dispone a elevar su perfil internacional.
Tras haber logrado su aspiración de presidir la CELAC, si la pandemia no lo impide, el mes que viene irá a Pekín, invitado por el presidente chino Xi Jinping, para la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno. En tanto, el 11 de marzo tiene previsto asistir a la asunción de Gabriel Boric como presidente de Chile.
Asimismo, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU realizará en el segundo semestre este año una reunión especial en la Argentina con la presencia de Michelle Bachelet, alta comisionada de Naciones Unidas en la materia.
Esa agenda, en la que se juegan temas delicados como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua, también es, desde ya, de interés de Washington.
Urgido por encontrar finalmente en Estados Unidos la misma ayuda que Donald Trump le prestó a Mauricio Macri para empapelar a la Argentina de deuda, aunque ahora para convertirla en una secuencia de compromisos cumplibles, Fernández busca usar su nuevo protagonismo diplomático, pero nada será fácil para este gobierno: cualquier acuerdo con Washington en los temas de interés mutuo deberá ser compatible con la interna del Frente de Todos, una que tantas veces parece un texto escrito en un extraño dialecto indoeuropeo.