"Está todo muy difícil, esto es un desastre. El Presidente me pide que mandes la renuncia", intentó explicar Santiago Cafiero a Felipe Solá, que acababa de aterrizar en El Salvador. "¿Y para quién es mi lugar?", inquirió el canciller. "Para mí", respondió el jefe de Gabinete saliente, que fue el encargado de pedirles las renuncias a Nicolás Trotta, Luis Basterra y Roberto Salvarezza. "¿Y vos mismo me llamás?", manifestó su sorpresa el ministro, que había partido sin ninguna sospecha sobre su continuidad, no sólo porque iba a representar al Presidente en México sino porque no se sentía bajo amenaza: no figuraba en las listas de los funcionarios que no funcionan cuyo despido reclamaba Cristina Fernández.
El jueves, Solá le había dicho a Alberto Fernández que prefería no ir a México, que la CELAC postergaba la elección de su presidente (cargo al que aspira Argentina) y que era más conveniente que lo acompañara en la cumbre virtual con Joe Biden desde Olivos. Además, no tenía vuelo. Le avisó a su par mexicano, Marcelo Ebrard, quien le insistió con la importancia de la presencia argentina. La Fuerza Aérea puso a disposición un avión militar en el que a Solá le tomó 14 horas y dos escalas llegar a destino. Tras el llamado que recibió en la última escala, tuvo que atravesar una fuerte tormenta eléctrica. A su arribo lo esperaba Ebrard y firmó un acuerdo para la Agencia Aeroespacial. Después, le escribió un mensaje al Presidentre contándole su desazón. El Presidente respondió con un emotivo texto y la propuesta de juntarse a su vuelta. Solá decidió este sábado adelantar el regreso: se bajó de la cumbre porque ya todos los presidentes con los que tenía que mantener reuniones bilaterales conocían la noticia. Escribió su renuncia y la fechó en México. Para saber si debe hacer cuarentena o no tendrá que esperar a saber con qué fecha se la aceptan.
La caída de Solá se terminó de acordar entre los mismos dos ministros que este viernes por la mañana estaban echados del gabinete nacional, Eduardo De Pedro, quien desató la crisis por indicación de la vicepresidenta al presentar públicamente su renuncia el miércoles, y Cafiero. Los dos se vieron en casa del jefe de asesores presidenciales, Juan Manuel Olmos. Allí estuvo también Máximo Kirchner. Cafiero también se había cruzado al Ministerio de Transporte, donde Alexis Guerrera le había prestado la oficina con vista a Casa Rosada a Sergio Massa, su jefe político. Gabriel Katopodis, ministro de Obras Públicas, también participó de la reunión.
El jueves, Cristina y el Presidente habían acordado una serie de cambios y la continuidad de Martín Guzmán en Economía. Por la noche voló el acuerdo por los aires con la carta de CFK, quien se convenció de que el albertismo estaba a punto de traicionarla con apoyo de gobernadores e intendentes. Todo volvió para atrás.
Esa noche, post carta-bomba, un amigo de los dos les escribió. Eduardo Valdés, diputado nacional y amigo del papa Francisco, intentó laudar. Alberto Fernández lo invitó a almorzar al día siguiente. Cristina Fernández lo convocó a su despacho para el mediodía. Valdés la vio primero a ella. Después, almorzó con el Presidente, el embajador en Uruguay, Alberto Iribarne, y el secretario general de la Presidencia, Julio Vitobello. El diputado le aclaró a su amiga que en la noche del sábado, en una cena en Olivos, no se conspiró en su contra, que sólo estuvieron Pepe Albistur, Victoria Tolosa Paz, Iribarne, el Presidente y él mismo. A Alberto Fernández le dijo que, en lugar de convocar a gobernadores, tendría que haberse sacado una foto con José Luis Gioja, quien hizo arrancar dos años atrás la reconciliación de todos los sectores del peronismo.
En las sucesivas reuniones en la Rosada, en el Senado, en Diputados, en Transporte y en la casa de Olmos, el kirchnerismo pidió mantener en el gabinete a los ministros y las funcionarias que habían renunciado. El Presidente estaba enojado con Wado de Pedro porque no le mandó ni un solo mensaje para advertirle. Leyó la noticia de su renuncia por celular cuando bajó del helicóptero en José C Paz, donde visitó a Mario Ishii. A pesar de estar convaleciente, el intendente puso carne sobre la parrilla y, mientras hacía el asado, charló con el mandatario incluso sobre la posibilidad de una ruptura. Todavía estaba pegado al jefe de Estado su secretario de Comunicación, Juan Pablo Biondi. Aún no se preveía la carta de Cristina.
La vicepresidenta cedió la pelea respecto a Matías Kulfas y Claudio Moroni, dos ministros apuntados siempre por La Cámpora, y repitió a cada persona con la que habló que no pedía la cabeza de Guzmán. Repetía que no quería ministros propios pero si "gestionadores". Los "pibes" (así los llaman todos, aunque pasaron los 40) querían a Aníbal Fernández en el lugar de Vitobello y a Massa en un superministerio que incluyera Producción. Y que no les bajaran a los suyos ni aceptaran las renuncias que evidentemente sólo presentaron como forma de presión. En la Casa Rosada, el nombre de De Pedro no pasaba ningún filtro, tanto por la pérdida de confianza después de casi dos años de trabajar cerca y hasta con cierta complicidad entre el ministro y el Presidente (varios recordaban sus charlas a solas en los viajes que compartían) como por la preservación de la autoridad del jefe de Estado. El otro problema era que Manzur había dicho que no a la propuesta para jefe de Gabinete porque no quiere dejarle Tucumán a su adversario, el vicegobernador Osvaldo Jaldo. Si no era él, a la vicepresidenta le parecía muy bien el nombre de Katopodis, que funcionó también como armador albertista. Lo de Tucumán aún no se resolvió y Manzur presiona a través de su dirigencia para que Jaldo renuncie antes de definir su propia renuncia o su licencia. Para destrabar, le ofrecieron un cargo como director del Banco Nación que el vicegobernador rechazó.
"La Iglesia no te hace ganar elecciones, pero sí perder", metió un bocadillo alguien que parece haber sido escuchado porque tres ministros suman ahora para ese lado: Manzur, el de Educación y otro gran amigo del papa, Julián Domínguez. Jaime Perzyk viene de Hurlingham, territorio de Juan Zabaleta, y no es de La Cámpora ni de Cristina, por lo que al Presidente le suma doble. El mismo que hizo esa apreciación se preguntó si todos los frentes abiertos, con la pobreza y fundamentalmente con la interrupción voluntaria del embarazo, no habrán encontrado un voto castigo impulsado por curas de gran predicamento. En esa línea, el abrazo con Manzur puede tener costo en la imagen presidencial frente a la marea verde.
Para bajar aún más el escándalo, el Presidente ordenó comunicar los cambios sólo por gacetilla. Este sábado, el jefe de Estado madrugó aún enojado con De Pedro. Recién un rato antes de la partida del Tango 04, el Ministerio del Interior informó que el ministro, que no fue durante tres días a su despacho, estaba subido al encuentro. El scrum presidencial fue evidente: además de la primera dama, Fabiola Yáñez, la comitiva estuvo integrada por los más albertistas Katopodis, Zabaleta (Desarrollo Social), el recién llegado Perzyck; Vitobello y Olmos. También, por Massa, que, según mandó a decir, participó de reuniones pero guardó silencio público para beneficio de la unidad. En la tierra de Carlos Menem, la reconstruían.