Alberto Fernández lo criticó como herramienta incluso durante la campaña que lo llevó a la Casa Rosada. Martín Guzmán lo considera un mal inevitable, pero transitorio. Juntos por el Cambio, que le reprocha todo al Gobierno, casi ni habla de él, conciente de que todavía está fresco el recuerdo de que fue esa alianza, en sus tiempos en el poder, la que lo reinstauró después de un bienio pobre el alegrías y generoso en fuga de divisas. Sin embargo, nadie se anima hoy a proponer una salida del esquema de control de cambios, una constante espasmódica de la historia económica argentina que recibió el mote de “cepo” en tiempos de Cristina Kirchner . Lo llamativo es que eso es así cuando el esquema maniata las posibilidades de expansión de la economía y provoca cada vez más efectos perversos. ¿Habrá salida?
Sin embargo, nada es gratis y lo que se reprime siempre encuentra alguna vía de escape. Con las últimas medidas de restricción sobre la mesa, que mantienen atada la paridad oficial y bajo control los dólares paralelos legales que se arbitran en bolsa, la atención se centra en que el ilegal blue no acuse el impacto de una demanda creciente y pase a centrar los grandes titulares periodísticos en el camino a las PASO del mes que viene y a las legislativas de noviembre.
Guzmán tiene razón al ufanarse de haber evitado el año pasado la devaluación del oficial que algunos presagiaban cuando las brechas entre los paralelos y aquel volaban por encima del 130%. Sin embargo, lo que el ministro y Miguel Pesce lograron fue estacionarla entre el 70 y el 80%, un nivel que sigue siendo demasiado alto y que solo pospone –no cancela– aquellas profecías.
La depreciación de la moneda nacional –una fuerte, no gradual como la de hoy– a veces resulta inevitable, pero siempre es ruinosa para el consumo popular.
En términos generales, si el mercado entiende que no alcanzará con los controles y que tarde o temprano la megadevaluación llegará, entabla con las autoridades una pulseada permanente. Además del costado financiero de esa puja, suele darse una tendencia al incremento de las importaciones en el corto plazo –en previsión de un salto de la cotización del billete verde que las encarezca en el futuro– y a una ralentización de las exportaciones, lo que, cuando se produce, deteriora el saldo comercial y, con eso, la provisión de dólares genuinos. En ese punto –hoy aún no acuciante por los elevados precios internacionales de las materias primas– la profecía se autorrealiza.
Ricardo Delgado, presidente de la consultora Analytica, le dijo a Letra P que “tanto el aumento de las importaciones como el de las inversiones se explica en parte por las dificultades que encuentran las empresas para dolarizar libremente sus excedentes. Por eso prefieren ponerlos en mercadería o en máquinas, según el caso. Eso es típico en una economía con represión financiera o ‘cepo’”.
Esa consultora analizó ambos fenómenos –artificiales y, en alguna medida, perversos– en sendos informes.
“Las importaciones rondan un promedio mensual de 4.300 millones de dólares, una dinámica que no condice con la modesta recuperación de la actividad económica. En concreto, entre setiembre y mayo, las importaciones crecieron tres veces por encima del aumento del PBI. La respuesta a esta especie de anomalía la tiene la brecha cambiaria, que promedió 80% en el período. Adelantar importaciones es una reacción clásica cuando la expectativa de devaluación está instalada en el sector privado”, dijo en uno de ellos.
Fuente: Analytica.
En tanto, “la inversión, tanto pública como privada, está mostrando un dinamismo inusual para una economía bajo una profunda crisis marcada por la incertidumbre. En el primer trimestre creció 38% respecto de 2020 y consolidó el aumento del 16% de los últimos tres meses del año pasado”, indicó en otro. “La inversión privada se acelera paradójicamente debido a la persistente brecha cambiaria. Con restricciones para operar en pesos, las empresas asignan parte de sus excedentes en nuevos equipamientos”, añadió.
Fuente: Analytica.
Al cuestionarse por la lógica del proceso, el trabajo señala que “la expectativa de beneficios futuros aplica. Ciertos sectores, como alimentos, pueden estar previendo una recuperación sostenida de la demanda: las empresas invierten planificando en un horizonte no inferior a cinco años. Sin embargo, a nivel agregado esta justificación no se sostiene”.
“Frente al cepo, el dólar financiero es la única puerta de acceso para transferir dólares al exterior. Desde fines de 2019 no se giran utilidades y dividendos al exterior, algo que no sucedió nunca desde la creación del mercado único y libre de cambios (MULC). Estas transferencias tocaron un pico en el primer gobierno de CFK, con 3.900 millones de dólares anuales, para caer a 750 millones por año en su segundo mandato, con el primer cepo. En la era (de Mauricio) Macri, con una cuenta de capital liberada, el giro de dividendos y utilidades promedió los 1.800 millones de dólares anuales”, continúa.
Siempre según Analytica, “la profundización del cepo busca garantizar la pax cambiaria hasta las elecciones (…). En consecuencia, (las empresas) seguramente continúen sobreacumulando capital en forma preventiva e impulsando así la inversión a precios ‘subsidiados’ al tipo de cambio oficial”.
El problema, concluye, es que “en las condiciones actuales el impulso a la inversión tiene corta vida. La expansión de la oferta siempre se correlaciona con el nivel de actividad, actual y esperado. Más pronto que tarde, si el Gobierno no logra estabilizar la macro, generar más certidumbre e impulsar la demanda a través del consumo privado y las exportaciones, la inversión volverá a caer. Con esos pesos sin destino, la presión sobre el dólar será aún más fuerte”.
La salida del laberinto es exportar más, pero eso requiere, a su vez, una economía más fuerte, con condiciones cambiarias, tributarias, de costos y de reglas de juego estables y adecuadas.
Así como la inflación y la caída persistente de la presencia de la Argentina en el comercio internacional, el cepo pernicioso es otra de las curiosas “políticas de Estado” a las que ningún sector político escapa. No es casual, con tanto complejo de culpa acumulado en todos los campamentos, que el debate económico escasee en esta campaña, en la que manda más la grieta sin destino que la discusión sobre el futuro.