A una semana de la presentación de su libro y durante la primera etapa de su exposición mediática en los medios hegemónicos de comunicación, la exgobernadora María Eugenia Vidal mantiene el enigma sobre su futuro político mientras analiza los múltiples caminos que desembocan en las elecciones presidenciales de 2023. Ese gran objetivo, que comenzó a mostrar el miércoles pasado al declararse emancipada de sus mentores políticos, el expresidente Mauricio Macri y el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, condicionan su margen de maniobra para las legislativas de este año. Su figura es la llave de la unidad de la alianza en territorio bonaerense pero no es garantía de éxito. Pese a que confían en tener un piso alto de votos, en su campamento estiman que hoy no podría ganar en la carrera por una banca en el Congreso por Buenos Aires. Vidal no está dispuesta a soportar una tercera derrota consecutiva y los consiguientes títulos negativos en los medios -cuenta las PASO y las generales de 2019- en el territorio dominado por el peronismo unido, por lo que una salida porteña o, incluso, un pase directo a la pelea mayor sin candidaturas en el medio son dos caminos posibles. Lo decidirá el filo de la fecha de cierre de listas.
Como dio cuenta Letra P, el regreso a la escena pública de Vidal con su libro como estandarte dialoguista estuvo circunscripto a distintos acontecimientos. La idea original era presentar Mi Camino en diciembre de 2020, pero los retrasos de la editorial Sudamericana patearon hacia adelante esas intenciones. Más tarde llegó la temporada de verano, en la que las cámaras y las principales editoriales siguen con menos atención la agenda política y después, el llamado de la Organización de Estados Americanos (OEA) para nombrarla veedora electoral en El Salvador, dos temas que arrastraron el calendario a la presentación del libro de Macri, que frenó por un mes más el lanzamiento de su obra. A eso se le sumó la crisis provocada por la segunda ola de coronavirus, que la encontraron en el vencimiento de sus postergaciones. El 14 de abril fue, finalmente, la fecha en la que decidió regresar a la escena pública y dar un mensaje político marcado por la paridad frente a los demás líderes nacionales de la oposición y las críticas al ala dura que comanda la jefa de hierro PRO, Patricia Bullrich, y al gobierno nacional de Alberto Fernández por la campaña de vacunación.
Pese a este contexto múltiple, en el que también crecen los extremos provocados por la grieta, en el entorno de la exmandataria aseguran que tomará con calma sus próximos pasos y que será ella y no la superestructura quien defina su futuro político y la construcción de su eventual candidatura. Analiza las múltiples posibilidades: encabezar la lista de aspirantes a diputados y diputadas nacionales por la provincia de Buenos Aires, hacerlo en representación de la Ciudad de Buenos Aires o quedarse en el llano dos años más.
El problema de la primera variable es que hoy enfrenta a un Frente de Todos infranqueable en la unidad que mantiene el trío que forman el gobernador Axel Kicillof; el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, y el jefe del bloque oficialista de esa bancada en el Congreso, Máximo Kirchner. “Todos especulan con su candidatura, pero María Eugenia va a pensar qué es lo mejor para ella y los argentinos”, dijo a Letra P alguien de su extrema confianza. La misma fuente analizó que su postulación y eventual derrota este año serían leídas por sus detractores internos y sus adversarios del peronismo como una tercera derrota electoral consecutiva, después de las primarias y las generales de 2019. La segunda alternativa, en un distrito históricamente antiperonista y afín a las propuestas liberales, podría significarle un triunfo seguro con pase directo al Congreso de la Nación, una responsabilidad que, de todos modos, no la convence demasiado. Piensa que derrotaría holgadamente en una interna a Bullrich, pero sostiene que su lugar natural es el ejecutivo. “En la Cámara es una más en el montón”, razonan quienes trabajan junto a ella, y agregan que no pretende mostrar una banca legislativa como un trampolín hacia 2023. “Estaría solo dos años antes de las presidenciales y no quiere comprometerse a medias”, insisten.
La tercera opción es quedarse en el llano dos años más y pelear por el sillón de la Casa Rosada o la jefatura de la Ciudad de Buenos Aires, pero esa posibilidad entra en conflicto con los demás socios en Juntos por el Cambio que esperan de ella un compromiso en la próxima boleta bonaerense. De acuerdo a distintas fuentes consultadas en el PRO, su apellido es el único que garantiza la unidad del espacio y que, sin su firma, corren el riesgo de una apertura de frentes internos que hoy no tiene fronteras y en el que ya hay varios anotados como los intendentes Jorge Macri (Vicente López) y Gustavo Posse (San Isidro), el expresidente de la Cámara de Diputados durante el macrismo Emilio Monzó, e incluso el enviado de Larreta, el vicejefe de Gobierno porteño, Diego Santilli, resistido por los intendentes del Grupo Dorrego pero con un alto nivel de conocimiento, a partir de la vidriera porteña que comanda.
De todos modos, Vidal es consciente de su capital político en la provincia que concentra el 40% del padrón electoral, y que los demás actores que se sientan a la mesa de conducción amarilla la esperan ante el déficit de liderazgos alternativos. Por eso sus intenciones de mantener el enigma de su candidatura, mientras continúa con su gira por algunos medios de comunicación, que se anotan en una lista de espera que asciende a las 200 solicitudes. En tanto, en el PRO aguardan que se suba a la batalla contra el kirchnerismo con más dureza, como hizo el propio jefe de Gobierno porteño en su disputa por la suspensión de clases presenciales y la campaña de vacunación. “Hasta ahora, éramos halcones y palomas, ahora se sumó un canario, y todos sabemos que los canarios son fáciles de cazar”, lanzó, irónico, un dirigente que integra el Grupo Dorrego.