En un contexto que no imaginó ni el más delirante de los profetas de la política vernácula, dos años después la contienda va camino a reeditarse. En algún momento de 2021, en la fecha que logren consensuar entre familias ensambladas, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio volverán a medir fuerzas. Sea en agosto o en septiembre, las primarias servirán para ordenar dos rompecabezas de alianzas que están selladas por una serie de acuerdos y el miedo a la intemperie.
Con Cristina Fernández de Kirchner como figura central dentro del arco oficialista y con Mauricio Macri sostenido con un arnés como antídoto insuperable, las dos coaliciones están unidas por el espanto y, más allá de las notables diferencias, nadie quiere sacar los pies del plato. A un lado y al otro de la grieta se juegan mucho y tienen, también, mucho para perder, en un marco de larga crisis económica agravada por los efectos nocivos de una pandemia, que pone a prueba la legitimidad del sistema político.
Pese a la infinidad de contratiempos que lo gobernaron desde que asumió, el Frente de Todos sigue unido y con base en el ancho peronismo. Alberto Fernández no pudo cumplir desde la Casa Rosada el papel de redentor del PJ no kirchnerista que había insinuado durante la campaña. Los gobernadores y los intendentes que huyeron espantados durante el último gobierno de Cristina estuvieron desde 2019 recluidos en sus provincias, casi siempre ausentes de la discusión nacional y sin poder incidir en casi nada. Una de las escasísimas iniciativas que presentaron en el Congreso, la eliminación de las PASO, que chocó primero con Máximo Kirchner y después con parte de la oposición, hoy parece inviable. Sin embargo, todo el peronismo parece haber aprendido la lección de 2015 y sigue vigente la conclusión de que a nadie le sirve un PJ astillado. El “todismo” que publicitan desde la Casa Rosada se impuso más allá del rol del Presidente, que -ahora se ve con más claridad- fue en su momento el vehículo de una necesidad mayor, que lo excede por mucho. Por eso, no hubo rupturas, no se oyeron quejas y no se emitieron certificados de defunción prematuros, como el que firmó Juan Manzur en 2018, cuando apareció por la redacción de Clarín para vaticinar que el tiempo de CFK había expirado: “Ya está, terminó. Es un ciclo político concluido”. Nadie se anima hoy a hacer ese tipo de profecías.
Por la tracción de sus votos y las consignas de sus incondicionales, Cristina sigue siendo, al mismo tiempo, la fuerza principal y el límite del Frente de Todos, tanto para ampliar sus fronteras como para ceder a las pretensiones del Círculo Rojo. Por eso, va a pesar fuerte en el armado de las listas, en especial en la provincia de Buenos Aires. Habrá que ver hasta qué punto está dispuesta la vicepresidenta a dar muestras de su habitual generosidad para preservar la unidad más vital.
Antiguo promotor de la avenida del medio que hoy resulta imperceptible, Sergio Massa fue, entre diciembre de 2019 y este 2021, el que mejor se acomodó a su metro cuadrado, dentro de la alianza que decidió integrar a último momento. Da indicios de haber aprendido a disfrutar el segundo plano y busca aprovechar su cuota de poder. Hoy le rinde ser parte, aunque las encuestas lo complican mal y volver a liderar un espacio como candidato le demandará infinidad de esfuerzos y creatividad, por no decir magia. En el año electoral, Massa prefiere evitar las PASO que Kirchner hijo, su gran socio político dentro de la coalición, considera imprescindibles. Al exintendente de Tigre le sirve discutir poder sin ir a elecciones. Igual que Massa y los gobernadores de todo el país, los intendentes del conurbano tampoco quieren las primarias porque prefieren no competir con La Cámpora en sus distritos.
Los acercamientos y las discusiones en torno a las PASO muestran dos factores: más allá de la polarización, hay intereses comunes entre parte de la dirigencia del Frente de Todos y Juntos por el Cambio y una discusión de poder que se está dando, en estos meses, dentro de cada alianza. Quien tiene posiciones garantizadas y las ve amenazadas o no tiene volumen suficiente para ir a la disputa prefiere el statu quo. Quien busca ganar posiciones o apunta a seguir creciendo quiere ir a internas.
El orden de la opo
Para la coalición antikirchnerista, las PASO obligan a barajar y dar de nuevo. Así como en 2015 las primarias sirvieron para constituir el frente del PRO, la UCR y Elisa Carrió que le ganó al cristinismo, que llevaba a Daniel Scioli como candidato, a partir de 2017 la instancia de la discusión interna fue vetada por el otrora todopoderoso Marcos Peña. En representación de Macri y con el apoyo de Lilita, el exjefe de Gabinete fue el gran censor de la competencia dentro de Cambiemos y logró imponer la consigna de “preservar la esencia”. Eso mantuvo al radicalismo como furgón de cola y le impidió al partido que conduce Alfredo Cornejo dirimir la conducción de la alianza. Los gobernadores pensaban entonces como ahora y, paradoja envenenada, Carrió cumplía el papel que hoy actúa Massa: le convenía más conseguir lugares en un escritorio que ir a pelear en primarias. Eso es lo que explica en gran parte, según los detractores de Lilita, los 14 diputados nacionales que todavía conserva la CC y la dificultad enorme que tuvo el panmacrismo para promover el crecimiento de nuevos dirigentes. Como en 2015, hoy la PASO parecen una necesidad funcional para ordenar las diferencias dentro del frente antikirchnerista. La conducción de la UCR quiere pelear lugares con el PRO en todo el país, no alcanza un dedazo y, sin primarias, no son pocos quienes piensan que la amenaza de ruptura existe.
JxC llega a la nueva instancia con al menos dos novedades: primero, la irrupción de Patricia Bullrich como líder de un partido que dejó su lógica orgánica municipal para convertirse en nacional. Después, la constitución de una mesa partidaria que conducen los halcones se enciende en el contacto con los medios opositores y pasa por arriba a las palomas en el día a día de la grieta. Desde las redes sociales, hábitat predilecto de la nueva dirigencia, los duros de Juntos por el Cambio fijan postura antes de consultar y después van a discutir con los hechos consumados, desde una posición de fuerza. Así funciona una oposición que parece despreocupada del ejercicio del poder y trabaja mejor la denuncia y el desgaste que la construcción de un proyecto político que le permita volver a gobernar. Hay indicios fuertes: esa mesa chica se amolda mejor al rol testimonial que al gobierno.
Aunque figura como aliada potencial de Horacio Rodríguez Larreta, Carrió converge en territorio bonaerense con la línea de Jorge Macri, cuando se proclama a favor de postergar las PASO. El intendente de Vicente López quiere ir a pelear a la provincia y busca sacar de la cancha a eventuales competidores: Diego Santilli, por porteño; Emilio Monzó, por haber despegado demasiado. ¿Quién decide en la alianza opositora quién compite y quién no? Esa parece ser una de las grandes preguntas que no está saldada en una coalición donde priman los duros pero falta un jefe.
Macri fue un team leader en su tiempo de auge y hoy es, sobre todo, la garantía de confrontación, pero el liderazgo le queda grande. Larreta es el candidato que se aferra a la gestión y aprovecha los momentos de confrontación ocasional con Fernández -como la de la última semana- para alinear al resto detrás de sí, algo que no logra cuando se presta al colaboracionismo. El jefe de Gobierno porteño quiere saber qué está pasando a nivel nacional y pregunta a sus colaboradores por lo que sucede en las provincias. Tiene interés en una disputa nacional, pero se preserva en un difícil equilibrio que no le alcanza para asumir como nuevo líder. En algún momento, tendrá que arriesgar más.
Halcones y palomas, cristinistas y peronistas, todos saben que, por ahora, no tienen destino en la ruptura. Desde lejos se advierte el negocio de convivencia y la zona de confort antes que la apuesta a un núcleo básico de coincidencias programáticas. Como dice uno de los renegados del peronismo oficial: “Quedarse afuera es perder un montón de posibilidades”. Así llegan las dos alianza al umbral de comicios decisivos para el futuro del sistema político.