Dice que su nueva función no la incomoda porque toda la vida entendió al periodismo y a la política como parte del mismo juego. Recuerda que trabajaba en el equipo de prensa de Antonio Cafiero mientras cubría para Página12 la campaña de Carlos Menem, antesala de su libro El jefe. Parte de la prensa progresista que se hizo grande gracias al menemismo, Gabriela Cerruti estuvo entre las primeras que dio el salto al kirchnerismo. En 2007, fue electa legisladora del Frente para la Victoria y ahí conoció al entonces jefe de Gabinete, con quien más tarde se enfrentó, en más de una oportunidad. Ministra de Jorge Telerman durante el interregno del afrancesado en la Ciudad, una vida más tarde la ahora “Portavoz de la Presidencia” volvió a estacionarse en la Casa Rosada. Desde ahí, tendrá que lidiar con un mundo al que conoce tanto como cuestiona, en nombre de la política de un gobierno debilitado y contradictorio.
La nueva encargada de la comunicación oficial tiene la misión de poner orden en un esquema en el que Fernández decidió ser, durante dos años, presidente, vocero y entrevistado repetido en los medios de comunicación. Cerruti llegó por primera vez al Ejecutivo nacional como resultado del cataclismo que provocó la derrota electoral y del agotamiento del Estilo Alberto para hacer frente a una realidad delicada y un sistema de medios no tan amable como el que disfrutó Mauricio Macri en su aventura de gobierno.
Por lo pronto, su misión es evitar -en la medida de lo posible- la exposición permanente de Fernández y hablar en público, algo que el ex vocero Juan Pablo Biondi no hizo nunca durante los 21 meses en que ejerció como sombra del Presidente. Después de brindar sus primeras dos conferencias de jueves en Balcarce 50, Cerruti acaba de subirse al avión para acompañar al Presidente en su viaje a Europa. Habrá que ver cómo funciona la Portavoz durante la gira por Roma y Glasgow para tener nuevos elementos sobre la innovación oficial.
Le toca a una mujer convertir el coro desafinado del Frente de Todos en una partitura coherente, al menos en lo que refiere a las decisiones oficiales. Las diferencias de Cerruti con Biondi saltan a la vista y exceden las características personales. Son producto de un dispositivo de gobierno que fracasó y no logró ni de cerca la fantasía que tenían los inquilinos de la Quinta de Olivos, que el exjefe de Gabinete fuera plebiscitado en las PASO y que el peronismo ganara por primera vez en 16 años una elección en la provincia de Buenos Aires. La pandemia, supone Cerruti, llevó al propio presidente a ser víctima del aislamiento y quedar muy lejos de la base de la sociedad.
A diferencia de Biondi, apuntado por Cristina Fernández y sus colaboradores, Cerruti cuenta con una relación estrecha tanto con la vicepresidenta como con su hijo, Máximo. Según dijeron a Letra P testigos de las tertulias en el departamento de Recoleta de CFK, la portavoz de la Presidencia tiene un acceso a la intimidad de Cristina que no muchas personas disfrutan. Identificada por parte del oficialismo con todos los lugares comunes del progresismo, hoy hasta con Sergio Massa se lleva bien. Su objetivo, entonces: no hablar solo por Alberto Fernández sino por el gobierno de los Fernández.
Por eso, en su nueva función, la exlegisladora que creó el portal Nuestra Voces durante los años del macrismo tiene rango de ministra y no oficia de vocera del Presidente sino del Gobierno. Aunque bajó su exposición y redujo muchísimo sus apariciones públicas, Fernández sigue practicando los modos que ejercitó durante toda su vida y sigue hablando con periodistas off the record. Los cambios, de todas formas, son elocuentes: microapariciones en el conurbano, menos discursos, menos actos y menos entrevistas con periodistas amigos en los que el Presidente comenzaba hablando de un tema y terminaba divagando durante una hora sobre música, series de Netflix y viejas anécdotas de un tiempo que no volverá.
La función
Fernández imaginó a la autora de El Pibe y Big Macri como su alter ego. Con esa misma figura, Alberto solía definir la tarea que le había encomendado a su primer jefe de Gabinete, Santiago Cafiero. De ser así y ante la caída en desgracia de dos de sus colaboradores más estrechos, Cerruti debería prestar -a su manera y en una circunstancia muy distinta- los servicios que prestaban Biondi y Cafiero en el amanecer del albertismo nonato. Ninguno de los dos se despegaba de Fernández. Por eso, al Presidente le costó tanto sacrificarlos.
A poco del debut, el rol de la portavoz tiene todavía pendiente una serie de definiciones que Cerruti apuesta a saldar en diálogo con Alberto. Para quienes conocen el vínculo, su asunción no fue intempestiva. Pese a las diferencias públicas que tuvieron en su momento, el Presidente y la exdiputada mantenían, desde hace tiempo, una relación estrecha y hablaban una o dos veces por semanas sobre temas vinculados a la comunicación. Cuando el profesor de Derecho Penal la convocó para asumir el cargo, le habló de replicar el modelo español, algo que funcionó como inspiración pese a las diferencias con el sistema parlamentario. A eso, Cerruti le adosó rasgos del sistema anglosajón de preguntas abiertas. Según informan en la Casa Rosada, el objetivo de las conferencias de prensa es mantener el nexo con el periodismo, fijar la postura oficial y anticipar o evitar conflictos que se retroalimentan ante el silencio del Gobierno.
La diaria
Cerruti tiene su despacho en la planta baja de la Casa Rosada y trabaja junto a un equipo reducido que la acompaña desde hace tiempo. En ese grupo, se destaca la experiodista de Clarín y Telam Roxana Barone. La portavoz está on line todo el día con el Presidente, pero concentra lo principal de su actividad en Balcarce 50 y a partir de las 9 de la mañana. Fernández la llama varias veces por día y ella también lo consulta ante cada tema que considera importante. Una vez en la Rosada, Cerruti marca los números del teléfono de Alberto y, si no contesta -como suele suceder-, sube al primer piso y le golpea la puerta. “Salí a hablar”, “¿Qué querés comunicar?”, “¿Cuál es la mejor manera?”. En torno a esas preguntas dicen que se organiza la agenda oficial. Así se ordenan las conferencias de prensa que por ahora congregan al periodismo porteño y, más adelante, según se anuncia, convocarán también a los medios provinciales. La operación política detrás de escena no figura entre los objetivos de la nueva funcionaria, aunque al Gobierno le sobran voluntarios para esa misión. Soldados de ejércitos no siempre alineados.
La encargada de la comunicación oficial trabaja en tándem con dos personas: la secretaria de Medios y Comunicación Pública de la Nación, Valeria Zapesochny, y el secretario de Comunicación, Juan Ross. Zapesochny trabaja desde hace tiempo con el ahora jefe de Gabinete, Juan Manzur, y tiene también bajó su órbita el sistema de medios públicos. Ross es un abogado que entre sus funciones tiene a cargo la administración de la pauta publicitaria y la relación con las empresas periodísticas. No solo habitan el mismo edificio, también armaron un grupo de WhatsApp. Por último, lo mismo que Zapesochny, la portavoz de Presidencia está en contacto con los voceros de todos los ministros y busca ordenar también ese frente.
Para la experiodista y exdiputada, la política y los medios forman parte de un mismo ecosistema que está obligado a cambiar producto de las nuevas tecnologías. “En la sociedad, hoy ya nadie está pendiente de la tapa de un diario, pero el periodismo y la política siguen actuando como si fuera importante. El establishment periodístico y el establishment político se miran y se espejan, mientras la realidad pasa por otro lado”, le dice Cerruti a Letra P. La frase calza perfecto para el Presidente, uno de los miembros de ese establishment político, que todavía sigue pendiente de lo que publican los periodistas que alguna vez fueron sus amigos.