La CGT volvió a retomar una discusión postergada por la pandemia que puede ser la llave para ordenar el mapa sindical de los próximos meses. Durante la última reunión de la mesa chica de la CGT, que sesionó esta semana en la sede de la Unión de Obreros de la Construcción (UOCRA), volvió a ponerse sobre la mesa la elección de un nuevo consejo directivo, una cita prevista para este mes que debió frenarse por las medidas de aislamiento ordenadas por el Gobierno.
La decisión de los jefes sindicales busca brindar un horizonte de certidumbre, de normalidad, si eso fuera posible, y empezar un camino de legitimidad a la actual o futura conducción. En este punto, los dirigentes empezaron el punteo de fechas posibles para elegir a la nueva cúpula. Según el cronograma electoral, la CGT debería haber renovado sus autoridades justamente por estas horas, en los primeros días de agosto.
En principio, hubo acuerdo en fijar entre abril y mayo la fecha de la elección de la nueva cúpula, aunque no se descartó la posibilidad de hacerla antes de que termine el año si las condiciones sanitarias lo permitiesen. De todas maneras, la adecuación a la fecha no será un inconveniente mayor, considerando la buena relación entre la CGT y el ministro de Trabajo, Claudio Moroni; pero, sobre todo, porque la decisión administrativa está en manos de la directora nacional de Asociaciones Sindicales, Mónica Risotto, quien supo ser una de las apoderadas legales de la central antes de pasar a la función pública.
¿RENOVACIÓN Y REUNIFICACIÓN? El retorno de la renovación de autoridades como tema de la mesa política sindical ocurre en un escenario en el que volvieron a agitarse los vientos de una eventual reunificiación. Al calor de la intervención presidencial, pero, también, por la demanda de los gremios disidentes para que se convoque a un plenario de secretarios generales que normalice la vida interna, empieza a moverse el rompecabezas interno.
Tras acusar el impacto de las criticas sindicales por la foto del 9 de julio, cómo último gesto del disgusto creciente con el oficialismo, el presidente Alberto Fernández puso en marcha un operativo contención que se cristalizó en la incorporación de la CGT y la CTA al anuncio del cuarto tramo del ATP, el programa que auxilia salarialmente a las empresas.
Entre un acto y otro, Fernández recibió en Olivos a Hugo Yasky, con quien mantuvo una extensa conversación. Antes de que el dirigente docente empezara a hablar, Fernández lo primereó y, disculpas mediante, le dijo que lamentaba no haber concretado la reunión antes, un gesto que marcó el clima del encuentro. El malestar de la central alternativa gira, sobre todo, en los que creen que es una falta de reconocimiento a la resistencia desplegada durante el gobierno de Cambiemos, en detrimento de la CGT, a la que le achacan un rol pasivo durante esa etapa.
También hay resquemores por la falta de acompañamiento oficial para cumplir el plan de Yasky de volver a la CGT, anunciado durante la campaña electoral. El gesto de recomposición del mandatario fue su participación en la apertura del plenario de secretario generales de la CTA.
En paralelo, el Presidente se comprometió a que, a la usanza de Carlos Tomada cuando comandaba la cartera laboral, la CTA tendría el mismo lugar que la CGT en todo acto oficial. Esas directivas aceitaron el diálogo entre Yasky y Héctor Daer que, sin embargo, no parece que vaya a traducirse en un acercamiento inmediato. Al menos por ahora.
LA CGT, SIN LA CTA. En el entorno del líder de Sanidad enfrían la posibilidad de que haya más avances que la exposición pública conjunta, sobre todo, porque cayó mal que, después de extensas charlas entre ambos, Yasky insistiera en diferenciarse y criticar a la cúpula de la CGT en algunas intervenciones mediáticas.
Antes que una unidad entre centrales, la cúpula cegeteista parece decidida a no repetir un escenario como el de hace cuatro años, cuando los gremios más combativos rechazaron su incorporación al triunvirato integrado por Daer, Carlos Acuña y Juan Carlos Schmidt. En ese momento, el núcleo MTA, conducido por Pablo Biró y Héctor Amichetti; la Asociación Bancaria de Sergio Palazzo y otros gremios, que después conformarían la Corriente Federal de los Trabajadores (CFT), desistieron de atravesar la era macrista bajo el paraguas cegetista. Más tarde llegó la renuncia de los gremios moyanistas, dirigentes de la UOM y la del propio Schmidt, que dejaron vacante medio Consejo Directivo.
Ahora, con un diagnóstico común anclado en la preocupación por permanecer fuera del circuito de decisiones del Gobierno, la mesa chica de la CGT le abrió las puertas a Biró y a Horacio Arreceygor, del sindicato de Televisión, ambos referentes del MTA. No es una decisión intempestiva, fue producto de la demanda de ese espacio recogida por el propio Daer, que atendió sus reclamos, primero en una reunión privada donde sondeo el clima, y después los convocó a la reunión.
El movimiento sucede también en momentos en los que la Corriente Federal atraviesa fuertes debates internos sobre el rol y la organicidad de los gremios que la componen pero, sobre todo, cuando empiezan a hacerse visibles los reclamos de mayor protagonismo sindical en las decisiones oficiales; un campo donde la institucionalidad de la CGT corre siempre con el caballo ganador.
La amplitud de la convocatoria, no obstante, será limitada. Así se desprende de la marcada de cancha que significó para el moyanismo la inclusión de Daniel Vila, el secretario general del sindicato de carga de Mercado Libre y archienemigo de Camioneros.