El portazo de la viceministra de Educación, Adriana Puiggrós, es el desenlace del hartazgo de la pedagoga, sistemáticamente ignorada y relegada por el jefe de la cartera, Nicolás Trotta, frente a la situación extraordinaria de un sistema educativo que se recalienta en sus bases.
Puiggrós presentó la reununcia el viernes ante Trotta y ante el presidente Alberto Fernández, que hizo un intento no muy entusiasta por convencerla de seguir en el cargo. No lo consiguió. Consciente de la complejidad de la situación y con el objetivo de evitarle un problema al jefe de la Casa Rosada, la también exministra de Educación de la provincia de Buenos Aires no comunicó públicamente su decisión. Esperaba el momento más inocuo para hacerlo. La noticia se filtró.
La versión oficiosa que hace trascender el Gobierno sobre el portazo habla de "diferencia de estilos" y de "tiempos". Destaca el presunto dinamismo del ministro en contraste con la presunta lentitud de movimientos de la renunciante. Según pudo saber Letra P, la salida de Puiggrós no se vincula con estilos ni velocidades, sino con la negativa sistemática de Trotta a escuchar las advertencias de la segunda en la cadena de mando del Palacio Pizzurno acerca de la necesidad de tomar medidas que atendieran dos asuntos centrales:
1) La profundización de la brecha social entre los sectores que tienen y los que no tienen acceso a las herramientas tecnologicas (equipamiento, conexión a internet) necesarias para cursar las clases virtuales. Con su plan para recibir en las escuelas a la población menos favorecida, el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, metió el dedo en una llaga sangrante en la interna del Ministerio de Educación.
2) El agotamiento de una comunidad docente que presiona desde abajo a sus representaciones sindicales para conseguir algún tipo de reconocomiento al trabajo que, aseguran, obliga a los trabajadores y a las trabajadoras de la educación a reconvertirse, a equiparse y a destinar más horas a una tarea de una complejidad inédita. Con paritarias en stanb by cuando empieza a irse el octavo mes del año y la inflación sigue devorando sus salarios crónicamente atrasados, se imponía, entendía Puiggrós, algún tipo de señal que permitiera reforzar el dique de contención. La exdiputada del Frente para la Victoria conoce, fundamentalmente, el vasto paño del sistema educativo bonaerense. En su paso por el gobierno de Felipe Solá, supo del poder de los sindicatos docentes: entrenó el oído para escuchar los tic tac que anunciaban estallidos.
Hay algo de celos personales en el fracaso del vínculo de Trotta y Puiggrós, que nunca pudieron congeniar aunque mantuvieron sus diferencias bajo el manto piadoso de la cordialidad y la diplomacia. La comunidad educativa reconocía los pergaminos académicos y la trayectoria de la renunciante, que le daban una autoridad técnica superior a la de su jefe.
También hay política en el caldo que rompió ahora el hervor. Trotta es referente del albertismo puro nonato. Su padrino es el jefe del PJ porteño, Víctor Santa María, el sindicalista multitasking que está por aumentar su participación en el mercado de medios con un canal de televisión que intentará asfaltar una avenida del medio albertista entre el cristinismo de C5N y el anticristinismo de TN. Puiggrós representaba, en Educación, el ala más progrekirchnerista de la coalición gobernante.
Las diferencias de esas dos cepas políticas se vieron reflejadas en los contrastes de la actuación pública de uno y la otra. Trotta, compulsivo mediático como su jefe presidente, trajina pantallas y queda a menudo -rehén del vivo- atrapado en marchas y contramarchas: aunque con todos los recaudos del caso, en mayo dijo que el reinicio de las clases presenciales en "agosto o septiembre" era "una chance" y en julio directamente anunció, para el primero de esos dos meses, que "gran parte del país" volvería a las aulas. La evolución de la pandemia lo tiene ahora, justamente en agosto, con solo tres provincias en ese proceso y negándole a Larreta meter un puñado de alumnos y alumnas a desandar, al menos un poco, el terreno perdido por no contar con las herramientas necesarias para seguir las clases virtuales. Puiggrós, en cambio, cultivó el perfil mediofóbico más propio del kirchnerismo: la acusaron de sacarle el cuerpo a la causa.
Varios días después de presentar la renuncia, la viceministra, pudo saber Letra P, se asumía afuera, aunque faltaban formalidades. Le habían dicho "quedate" y ella había dicho "no", pero había puesto su decisión -indeclinable- momentáneamente bajo el cono del silencio. Este miércoles, la noticia se filtró. Cerca de Puiggrós entienden que el Gobierno eligió los medios para aceptarle la renuncia.