En el gabinete porteño hay unanimidad: los ministros dedicados a la crisis por el coronavirus y el resto del plantel de primeras líneas de la Ciudad coinciden en que la vuelta a la fase 1 de la cuarentena en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) era inexorable. Sin embargo, esa afirmación se sostiene en base a la idea de que el "último esfuerzo" que se le pidió a la sociedad sea, justamente, el final. Es un concepto que moldeó y defiende el propio Horacio Rodríguez Larreta, que defendió la vuelta atrás con la flexibilización del aislamiento en la Ciudad de Buenos Aires pero imagina, si la situación sanitaria se estabilizara, el 17 de julio como una fecha límite para despegarse de Alberto Fernández y Axel Kicillof.
El operativo despegue de la triple alianza se da al calor del hartazgo, propio y ajeno. El jefe de Gobierno repite en cada reunión de gabinete, presencial o virtual, que su relación con el Presidente y el gobernador está afincada en el respeto y en la gestión de la pandemia, nada más. Reclama a sus funcionarios no participar del fuego cruzado y evitar cortocircuitos, pero está harto de que sus compañeros de ruta de Juntos por el Cambio lo presionen para romper la etapa de buena vecindad. El otro hartazgo que despeja su camino para diferenciarse es el de la sociedad ante cien días de encierro y una depresión económica galopante, heredada del gobierno de Cambiemos y profundizada por la parálisis forzada por el coronavirus.
Rodríguez Larreta buscará un camino intermedio: mientras respalda el endurecimiento del aislamiento, tantea un plan para empezar a abrir comercios y actividades luego del 17J y separarse de Fernández y Kicillof para que las fieras del antikirchnerismo que habitan Juntos por el Cambio callen y no murmullen a escondidas que es un "blando". Tampoco será una apertura total. La cuarentena con escuelas cerradas, oficinas vacías porque sus trabajadores hacen trabajo en el hogar y los mayores encerrados seguirá más allá del 17 de julio. La expectativa de Rodríguez Larreta es lograr que desde esa fecha vuelva paulatinamente la normalidad, con comercios barriales -desde el miércoles vuelven a cerrar más de 70 mil no esenciales- y actividades recreativas otra vez en marcha.
La diferenciación que se trabaja es política, pero basada en la evidencia numérica del estado del coronavirus en la Ciudad. De todas formas, la separación es más con el gobernador que con el Presidente. Se enmarca en la idea, muy instalada en el gabinete porteño de que la Ciudad está y llegará, en términos sanitarios, mejor parada que la provincia al último día de aislamiento.
En el gobierno porteño, el 17 de julio es el fin de la cuarentena estricta. "Sin matices", precisa un funcionario con despacho en Parque Patricios. Sin embargo, es un pensamiento nublado por el deseo y la fatiga. La definición de terminar con el aislamiento duro, solo con comercios y trabajadores esenciales operativos durante 16 días, depende exclusivamente de los índices sanitarios. El jefe de Gobierno accedió a retrotraer las aperturas por el temor a un colapso sanitario y para no resquebrajar la triple alianza del AMBA. No obstante, ese terror a un desborde no desaparece de un día a otro.
Es una apuesta incierta, porque Rodríguez Larreta confía en sus indicadores sanitarios y en su gestión para volver a flexibilizar la cuarentena desde el 17 de julio, pero depende de lo que pase en la provincia de Buenos Aires. Tanto el jefe de Gobierno como Kicillof plantearon que ambos distritos son "un todo urbano", por lo cual lo que haga uno repercutirá en el otro.
La fórmula de despegue, según detallan en la Jefatura de Gobierno, es detectar y aislar. La misma que se usó en la Villa 31 para bajar de 3,5% a menos de un punto porcentual el índice de contagiosidad. Ese práctica se repetirá durante toda la nueva fase uno que comenzó este miércoles, donde el operativo Detectar, que implica un trabajo en conjunto con la Casa Rosada, será la estrella de toda la quincena. Con un agravante: a la detección y el aislamiento se les suma la cuarentena dura que restringe la circulación. Ese es el combo que, de cumplirse hasta el 17 de julio, destella una luz de optimismo en el larretismo para pensar en un plan de salida para reactivar la economía porteña.
Si se produce una estabilización de la cantidad de contagios y merma el índice de contagiosidad de los infectados, el gobierno porteño quiere poner en marcha su plan de apertura. Sin embargo, la última palabra es política: toda la idea depende de si Rodríguez Larreta acepta o no despegarse de la triple alianza del AMBA.