“La verdad es sinfónica, compuesta de voces, intereses y miradas diversas”. Alberto Fernández llevaba 35 minutos de repasar las medidas de su gobierno en su discurso de apertura de sesiones ordinarias y pareció así retomar un concepto de aquel Néstor Kirchner que hablaba de la “verdad relativa” con la que cada uno intervenía en la política. Sobre el final, el Presidente aportó otra definición, entre contradictoria y complementaria: “El equilibrio no es neutral ni indiferente. El equilibrio es restablecer prioridades”.
Entre esa verdad que componen intereses distintos y ese equilibrio que debe afectarlos, necesariamente, se juega el destino del gobierno de Fernández. Entre la estrategia para “salir de la postración” y la urgencia más dramática, entre la maqueta ministerial con proyectos a mediano y largo plazo y el incendio de lo real.
El mismo Kirchner que hablaba de la verdad relativa gobernaba con mano de hierro y señalaba desde un atril con nombre y apellido a los que se oponían a sus decisiones como defensores de intereses oscuros. Si se lo recuerda, no es porque haya sido un político de consensos.
Fernández presentó su reforma de la Justicia, la intervención de la AFI y el proyecto de interrupción voluntaria del embarazo, pero dio cuenta de una emergencia que rige en materias centrales de la economía: la deuda, la pobreza, la inflación y las tarifas. En todos esos frentes de tormenta, con ganadores y perdedores elocuentes, la verdad sinfónica corre el riesgo de empantanar al Gobierno en la inacción, resultado de un conflicto de intereses donde nadie quiere perder, menos aún, los que no están acostumbrados.
Fernández acertó con su nuevo “nunca más” para un país “devastado por el endeudamiento”. Sólo en 2020 hay que pagar 48.968 millones de dólares de vencimientos de capital y 14.838 millones de dólares de intereses.
Fernández acertó con su nuevo “nunca más” para un país al que definió como “devastado por el endeudamiento”. El número, que aportó Martín Guzmán, es mayor incluso al que se presupone: sólo en 2020 hay que pagar 48.968 millones de dólares de vencimientos de capital y 14.838 millones de dólares de intereses.De cómo salir de esa encrucijada que le quita el sueño depende el tipo de gobierno que tendrá posibilidad de ejercer en los cuatro años que le quedan. Con quita agresiva o con default. Nunca más a “endeudarse sólo para el beneficio de los especuladores y del prestamista”, “nunca más a la puerta giratoria de dólares que ingresan por el endeudamiento y se fugan dejando tierra arrasada”, dijo. Con un elemento nuevo que convalidó y que demanda mayores precisiones: hace falta saber quiénes lo permitieron y quiénes se beneficiaron. En un capítulo escrito de acuerdo a los preceptos de su ministro de Economía, el Presidente repitió que prefiere una “resolución ordenada a la crisis de la deuda”, pero remarcó que es “innegociable” un acuerdo que le permita a Argentina ponerse de pie y no volver a caer. Traducido: una quita agresiva que los acreedores rechazan.
Los aumentos de precios y las tarifas fueron los otros dos capítulos que abordó y están todavía pendientes de resolución. La “maldita inercia de la inflación” -casi un homenaje tardío al propagandista Darío Lopérfido-, los “abusos monopólicos y posiciones dominantes”, “los pícaros que especulan subiendo los precios” y los que “preservan su rentabilidad a costa de consumidores condenados a pagar ‘excesos preventivos’” no se conmueven con discursos. Fernández lo sabe y por eso habló de usar “todas las herramientas legales”, el marco regulatorio de la década del noventa que Guillermo Moreno criticó un rato después en Crónica TV y que, según dice, no sirve para bajar la inflación.
Con las tarifas pasa algo similar, la distancia que media entre el diagnóstico y su difícil resolución. El Presidente destacó que, durante los años de Macri, el servicio de gas se incrementó alrededor del 2.000 % y el de electricidad cerca del 3.000 %. Sin embargo, hace diez días tuvo que salir a desmentir a su alter ego, Santiago Cafiero, que había anunciado una nueva suba a partir de junio. ¿Qué van a poner las eléctricas, las gasíferas, los laboratorios y las concesionarias de peajes?
Entre la necesidad de salir del extractivismo y la apuesta por la minería y por Vaca Muerta, entre el objetivo de llegar a un acuerdo con el campo y subirle las retenciones, entre terminar con la especulación y avanzar sobre las ganancias de los bancos, Fernández está obligado a decidir.
Deudor permanente del pensamiento de Raúl Alfonsín, la sinfonía de la que habla el Presidente no es la del sentimiento que narró Leonardo Favio desde el cine ni la que explotó la ahora vicepresidenta desde el poder. Aparece como un pensamiento programático que pretende rediseñar la democracia en base a la doctrina del profesor de Derecho Penal que hizo su carrera entre la administración estatal y la Facultad de Derecho de la UBA; una épica del paso a paso que depende de los resultados y de una vacuna -no inventada- contra la ansiedad. Pero no todos pueden esperar.
Como aquel Kirchner que apuntaba a pelear por el poder en 2007 y se topó con la posibilidad prematura de ser presidente en 2003, a Fernández, que fantaseaba con ser un candidato más entre tantos, su hora le llegó antes de tiempo. Con una diferencia fundamental: sin haber ejercido nunca como jefe, sin haber sido nunca la cabeza del Ejecutivo. Logró reunir a sectores que venían de una larga enemistad en una alianza y ahora tiene que ponerlos a andar.
Fernández se enfrenta al difícil desafío de adaptar al peronismo al siglo XXI y superar el legado de un cristinismo que se quedó sin nafta, pero con los buenos modales que él pregonó después de su ruptura con el gobierno de los Kirchner.
Su misión es de lo más ambiciosa. Se enfrenta al difícil desafío de adaptar al peronismo al siglo XXI y superar el legado de un cristinismo que se quedó sin nafta, pero con los buenos modales que él pregonó después de su ruptura con el gobierno de los Kirchner; ese deber ser que le permitió al ahora Presidente deambular por los programas de televisión durante una década ahora se pone a prueba.
Fernández no apela a la emotividad mayor del peronismo, ni promete la redención aquí y ahora, sino que se propone un sendero de progresos menores y constantes que, según repite, arranca por los más débiles. Quiere educar desde el peronismo en la sustentabilidad y los acuerdos voluntarios, en los que todos cedan de manera generosa. ¿Podrá?
Comparado con ese Macri 2019 desorbitado que gritaba cualquier balance es positivo, más aún el de un político que se mueve bien en el nivel del discurso y puede debatir con cualquiera. Comparado con la demanda de la hora y la expectativa que genera su gobierno en una mayoría de la sociedad, el balance es más serio: depende de ese pasaje del pensamiento a la acción, de la teoría a la práctica. Todavía es temprano para hacerlo.