Habló, golpeó, se fue al Sur y dejó habilitada la pista para que las interpretaciones de discurso corrieran durante días enteros. Ese poder, que le permite poner a girar con muy poco al país político en torno suyo, sabe que tiene Cristina Fernández de Kirchner. La vicepresidenta cuestionó en el Estadio Ciudad de La Plata a los funcionarios y legisladores que tienen “miedo” de hacer política y se dejan correr por el Poder Judicial, lo que, según ella, es apenas un sinónimo del lawfare. Aunque se prefiera ignorarlo, la vicepresidenta reivindicó sobre el escenario montado por Axel Kicillof el largo período gubernamental del Frente para la Victoria y también puso en valor la difícil construcción de la unidad lograda a partir de su decisión de dar un paso al costado en la carrera presidencial. Sin embargo, está claro, apuntó contra los miembros del Gobierno, en lo que fue decodificado como un cuestionamiento directo a la autoridad -dificil y deshilachada- de Alberto Fernández. Cristina no se diferenció del Presidente, sino que manifestó su disconformidad con el compromiso de las segundas líneas del oficialismo y habló del disciplinamiento político, algo que, según dicen a su lado, la alianza pancristinista no puede permitirse, menos todavía en un contexto de restricciones múltiples como las que enfrenta el proyecto del Frente de Todos.
Si como -se interpretó en el arco amplio que va desde la oposición a la Casa Rosada- Fernández quedó desautorizado, no fue por su responsabilidad directa, sino por la elección de “funcionarios que no funcionan” en un gabinete nacional que el profesor de Derecho Penal armó con mayoría de dirigentes que lo acompañaban en el Grupo Callao o eran de su círculo de confianza. Aunque exprese su agradecimiento a todos sus colaboradores, el propio Presidente no oculta en privado su decepción con el desempeño de varios de ellos, las contradicciones públicas entre Fernández y sus ministros son frecuentes y las versiones de cambio de gabinete ganan también, por eso mismo, verosimilitud. De todos modos, los colaboradores de la exsenadora afirman que la danza de nominados para abandonar la casa forma parte de la “fábula periodística” y sostienen que la jefa se limitó a marcar un rumbo con especial interés en la recuperación del salario de cara al año electoral.
El cristinismo no es Cristina
En torno a la palabra de Cristina, a sus cartas, discursos o mensajes en las redes sociales, se sobreimprimen las declaraciones de dirigentes de mayor o menor importancia que se identifican con ella, aunque no siempre hablan en su nombre. La vicepresidenta no piensa desautorizarlos, porque también abonan a su proyecto de poder, pero sus incondicionales remarcan que no en todos los casos quienes apuntan con sus cañones hacia el centro de la coalición panperonista cuentan con su respaldo. Para algunos dirigentes que reportan a CFK, el kirchnerismo es una corriente histórica que hoy se referencia únicamente en ella, se expande a través de algunos funcionarios o legisladores con terminal en el Instituto Patria y tiene una expresión más acababa en la comandancia de La Cámpora. Pero no se trata de un cuerpo orgánico sino de un paraguas donde se cubren desde hombres y mujeres de máxima confianza hasta desamparados, desheredados y marginados por la propia vicepresidenta.
Según le dijo a Letra P un dirigente que tiene trato habitual con ella desde hace años, CFK no apunta por estas horas contra su exjefe de Gabinete y la mayoría de las veces dirime en privado las diferencias que tiene con él. Pese a las formas que aumentan el voltaje de cada una de sus intervenciones, Cristina no puede ni quiere desligarse de la suerte de Alberto, pero debe adaptarse a un lugar incómodo y secundario que, como se ve, no le resulta fácil ni quiere cumplir.
Lo que sí cuestiona, afirman, es la liviandad con la que se mueven muchos ministros y legisladores, que no muestran dedicación full time a la política. Advierte que algunos miembros del elenco de gobierno adoptaron modos propios del macrismo y le dedican más tiempo al marketing que a la función ejecutiva específica. La vicepresidenta suele recordar que, en el inicio de los años kirchneristas, su marido y la mayor parte de sus funcionarios prácticamente no dormían y “dedicaban su vida a la política”. Son los años épicos que recuerda el propio Fernández mientras, por infinidad de razones, no encuentra forma de reeditar esa mística en el presente. El contexto es otro, la Argentina no estalló como hace 19 años y lo que se estira es la irresolución de problemas estructurales. La deuda con el FMI condiciona al Gobierno y a la expresidenta le preocupa que esa crisis solapada finalmente haga eclosión en manos del peronismo pancristinista.
Precios desalineados
Aunque confía en Martin Guzmán y no le quita su respaldo, Cristina ocupa desde hace algún tiempo de poner límite a lo que advierte como un exceso del Gobierno por cumplir con las exigencias del Fondo antes que con las necesidades múltiples de la propia base electoral del Frente de Todos. En esa mayoría se distinguen con claridad a los votantes de los grandes conurbanos que la acompañaron incluso en su momento de mayor soledad política, cuando compitió con la boleta de Unidad Ciudadana.
De una ronda de consultas de Letra P entre dirigentes próximos a Cristina surge también un dato que suele pasar inadvertido: la visión de la expresidenta con respecto al gobierno de Axel Kicillof en el territorio madre de todas las batallas. El discurso de CFK reivindicó al gobernador por haber sido una rara avis, un ministro de Economía que logró revalidar en las urnas en la provincia de Buenos Aires, pero no abundó en la gestión del kicillofismo durante su primer año de gobierno.
La mención al exsecretario de Comercio Augusto Costa -también interpretada como un elogio de aquel cristinismo final- no aludió a la performance actual, hoy materia de observación. Cerca de la gran madrina de Kicillof, remarcan que la alusión a la necesidad de alinear precios y tarifas, que seguirán congeladas hasta nuevo aviso, con jubilaciones y salarios no sólo era un tiro por elevación al ajuste previsional de la Casa Rosada que el Senado vetó en parte. También tenía un destinatario por default, el ministro de Producción bonaerense, que parece desempoderado y no logra tampoco resolver desde La Plata el aumento sostenido de los precios, en especial en los grandes centros urbanos.
Sobre el final de su discurso, Cristina destacó la necesidad de alinear en especial el precio de los alimentos y señaló el pasado como virtuoso y el futuro como desafío. “Es necesario que pongamos mucho esfuerzo el año que viene para que los precios de los alimentos, los salarios, las tarifas vuelvan a alinearse en un círculo virtuoso que permita aumentar la demanda y la actividad económica. Esto es vital. Yo sé que cuesta. Hay muchos intereses y es difícil. Todavía Axel y Augusto Costa... ¿dónde está Augusto Costa que no lo veo? Ahí está. Todavía tienen causas penales por los ROE. Los argentinos podían comer carne no solamente porque tenían trabajo y salario, sino porque, además, cuidábamos la mesa de los argentinos tomando medidas que algunos sectores le parecen antipaticas, autoritarias, intervencionistas”, dijo. Según el INDEC, la inflación en el Gran Buenos Aires en lo que va del año es de 29,3%, apenas por debajo del IPC general, pero el aumento en los precios de los alimentos en 11 meses asciende a 34,7%. Los formadores de precios le vienen ganando con facilidad la pulseada al peronismo, incluso en el territorio madre de todas las batallas.
Consultadas por este aspecto, fuentes cercanas a Cristina buscan también bajar decibeles y dicen que se trató de otra alusión general, pero la preocupación por los precios crece en la Casa Rosada y se acaba de poner en marcha el operativo con los intendentes del conurbano bonaerense para controlar la inflación en los próximos meses.
Más trabajo, más dedicación y más esfuerzo para impedir que el mercado gobierne la coyuntura del peronismo y lastime todavía más el poder de compra de quienes encadenan tres años a pura pérdida; ese -dicen- es el verdadero mensaje de Cristina.