En el gabinete del presidente Mauricio Macri, el principal viento de cola que empuja la suerte del flamante ministro de Hacienda, Hernán Lacunza, es soplado por la lista de malheridos que dejó su antecesor, Nicolás Dujovne. Pero hubo otro fenómeno que redujo su fragilidad de origen en medio de la crisis que lo puso en el cargo. Fue la aplicación de los controles de cambio que el líder del PRO demoró diez días en aceptar y que finalmente puso en práctica este domingo, cuando la fuga de dólares lo había dejado, sin plan B, al límite del abismo.
El derrotero de la crisis y los tumbos de la política económica de Macri definirán si Lacunza puede domar el dólar. Sin embargo, en la Casa Rosada insisten en que nada de eso habría sido posible, aunque sea por 48 horas, si no lograba demostrarle al Presidente que era la única forma para llegar al final de su mandato sin que la estampida cambiaria desembocara en una corrida de depósitos y acelerara el fin de Cambiemos en el poder.
En Balcarce 50 admiten que el giro presidencial fue producto de una lenta acumulación de fuerzas desde el martes 13 de agosto, cuando Dujovne presentó su renuncia, 48 horas después de la derrota que sufrió el oficialismo en las PASO. Macri comunicó la partida del funcionario el sábado 17 y se tomó cuatro días para elegir reemplazante, en de un casting que siempre tuvo a Lacunza y al titular de la Comisión de Presupuesto de Diputados, Luciano Laspina, como dos candidatos potables para conducir el Palacio de Hacienda.
Ambos hablaron con Macri y le anticiparon la pertinencia de frenar la fuga antes de que fuera demasiado tarde. Al principio Macri cedió a medias: nombró a Lacunza, pero sólo aceptó una parte de sus recomendaciones y lo habilitó a lanzar una reprogramación de los vencimientos de deuda. El objetivo: hacerse de los 9.000 millones de dólares que iba a pagar hasta diciembre pateando para más adelante los bonos más inmediatos. Entre el “default selectivo” que Stardard & Poors le decretó a la deuda criolla por 24 horas y el diagnóstico que luego repitió Fitch, el dólar no detuvo su estampida y una semana después dejó a Macri como víctima de su intransigencia, sólo secundado por su jefe de Gabinete, Marcos Peña, con el aval de la jefa de la Coalición Cívica, Elisa Carrió, y el candidato a vice, Miguel Pichetto.
LOS GARANTES. Durante las tres semanas que Lacunza lleva como ministro ya hubo dos feroces disputas internas en su nombre. Al aventón inicial que soplaron los malheridos de Dujovne para posicionarlo como nuevo ministro se sumó un silencioso alineamiento para respaldar a Lacunza detrás de las medidas que Macri y Peña no querían aceptar.
“Cuando se fue Dujovne y aparecieron los nombres de Lacunza y Laspina, Macri lo habló con (María Eugenia) Vidal y ella aceptó entregar a su ministro. Desde entonces, acompañamos, pero no incidimos en las decisiones del Presidente. Ella no es garante de nada”, contestó a este medio un alto funcionario bonaerense para negar que los abruptos giros presidenciales tuvieran que ver con las insistencias de la gobernadora.
Otros sostienen que, ya sin humor ni esperanza, Vidal bramó para que Macri abandonara su “terquedad ideológica”. Así lo definieron algunos sorprendidos funcionarios ante la inesperada “pérdida de elasticidad” que mostró el jefe del Estado para maniobrar ante la crisis.
La reconstrucción de las internas que retumbaron en Olivos y en la Casa Rosada no se condice con la versión que se ventila desde La Plata. Por el contrario: fueron Vidal y el alcalde porteño, Horacio Rodríguez Larreta, los principales detractores de Dujovne y también de Peña, como su superior inmediato. Sin la obediencia del renunciante ministro de Hacienda, el ministro coordinador no sólo perdía un ejecutor económico que sólo le reportaba a él y al Presidente: también quedaba doblemente expuesto ante las críticas que recibió por la conducción de la campaña y no haber puesto en duda las proyecciones y estrategias del consultor Jaime Durán Barba, que anticipaban una elección “cabeza a cabeza” que nunca sucedió.
UNIDOS Y DETRACTORES. Con el cisma de Cambiemos en marcha por la derrota de las PASO, la llegada de Lacunza al gabinete significó un llamado de la selva para las tribus del oficialismo que trabajaron activamente para forzar una salida de Peña junto a Dujovne. Macri no entregó a su jefe de Gabinete, pero los que fracasaron en hacer rodar su cabeza redoblaron la apuesta para respaldar al nuevo ministro en las medidas que el Presidente no quería aceptar.
La tensión reordenó el mapa interno del gabinete con la velocidad de la crisis. El respaldo de Vidal y Larreta fue acompañado por algunos ministros que jugaron fuerte para “bancar” el tardío control de capitales. La delantera de esa ofensiva corrió por cuenta del ministro del Interior, Rogelio Frigerio; de su par de Producción y Trabajo, Dante Sica, y de todos los pelajes del radicalismo cambiemista que va desde el cordobés Mario Negri, al frente del interbloque en Diputados, hasta los gobernadores de Mendoza, Alfredo Cornejo, y Jujuy, Gerardo Morales, presidente y vice segundo del Comité Nacional de la UCR. El pelotón de defensores incluye al titular de la Cámara Baja, Emilio Monzó; al director de la AFIP, Leandro Cuccioli, y a una legión de funcionarios de segunda línea.
Esa masa crítica de garantes es la que ahora busca exhibir a Lacunza como la bocanada de aire fresco para Macri que Dujovne y Peña no pudieron aportar. Todo, ante una negociación accidentada con la oposición que sólo pudieron contener los protagonistas del “ala política” del gabinete.
La adhesión para respaldar al nuevo ministro se extendió a distintos gobernadores aliados del Gobierno. Incluso del peronismo, que no comparten la orientación política de Lacunza pero respetan su capacidad para negociar. Lo hacen con desconfianza. Temen que el sucesor de Dujovne se encargue de hallar alguna salida presupuestaria para la administración de Vidal que reclamó cuando era su ministro. Una de las razones que desató la furia de la mandataria contra el ex ministro es el incumplimiento de los 25.000 millones que le habían prometido para compensar el Fondo del Conurbano por inflación. “Casi no tiene margen, pero está haciendo todo lo posible”, admitió uno de los celebradores de Lacunza, a la espera de un milagro fiscal "antes o después de octubre".
EXÉGETAS E ILUSIONISTAS. El flamante ministro construye la legitimidad de sus cuatro meses de gestión entre la interlocución con el FMI, la negociación con la oposición, las medidas que le aceptó Macri y el poroteo con los gobernadores, que siguen en llamas por la pérdida de coparticipación ante la eliminación del IVA para la canasta básica y el cambio en el mínimo no imponible del Impuesto a las Ganancias.
Quizás por la niebla de la crisis y su ominosa combinación con la derrota de las PASO, el nuevo inquilino del Palacio de Hacienda no sólo tiene apoyos en cada rincón de Cambiemos. También hay sectores del poder que empezaron, de a poco, a promocionarlo como un "continuador" del macrismo en el futuro gobierno de Alberto Fernández.
Ven en sus modos y su "versatilidad" condiciones para ser un ministro de transición entre dos gestiones muy contrapuestas. En el albertismo lo descartan de plano. No solo lo tienen identificado como el ministro que endeudó groseramente y en dólares a la provincia de Buenos Aires, herencia pesada que deberá asumir Axel Kicillof, sino también tienen puesta la mira en los miles de millones de dólares que se fugaron entre que asumió como sucesor de Dujovne y que empezó a tomar medidas para frenar la sangría de divisas. Ese período "ventana" es algo que levanta severas sospechas en el peronismo y, por acción u omisión, se lo achacan a Lacunza.
Dentro del Gobierno prefieren hablar de una batalla silenciosa, donde sus protagonistas prefieren concentrar la atención en la disputa con Peña y en la tozudez presidencial, que en los duros datos de la fuga de capitales.