Cuando Cristina Fernández de Kirchner aceptó el pedido de Néstor Kirchner y se decidió a ser candidata a presidenta por primera vez, puso como condición que Alberto Fernández siguiera como jefe de Gabinete. Fue ese compromiso el que le garantizó que tendría el respaldo suficiente para hacerse cargo del país que dejaba su marido. La renuncia de Fernández, ocho meses después, en medio del conflicto con el campo, fue algo que la ex mandataria tardó más de una década en digerir. Ni Sergio Massa ni Juan Manuel Abal Medina ni Jorge Capitanich ni Aníbal Fernández lograron cumplir con la batería de funciones que el ahora candidato del Frente de Todos asumía. Aquella saga -que todavía hoy la senadora recuerda- es la que se actualiza con el debate por el nombre que el ganador de las PASO elegirá para el cargo si en octubre logra repetir o ampliar los resultados de agosto.
Al nombre esencial del ministro de Economía se le suma el enigma del jefe de Gabinete. ¿Puede ser alguien que no tiene antecedentes de cargos altos en la función pública y el manejo del poder?
Tal vez Fernández suponga que no necesita a un jefe de Gabinete de la envergadura del que precisó Kirchner cuando se hizo cargo de un país que estaba en cesación de pagos y recién comenzaba a dejar atrás el estallido de 2001.
Ariano y dueño de un ego importante, como se confesó en público en el encuentro de Clarín en el Malba, el rival de Mauricio Macri contará con un respaldo político envidiable. Pero tendrá que lidiar con una crisis que puede devorar más de un gabinete: el Fondo como poder omnipresente, la economía que sobrevuela el default, una década de bajo crecimiento y recesión y consultoras que alertan sobre el riesgo de caer en una hiperinflación.
Al nombre esencial del ministro de Economía, se le suma el enigma del jefe de Gabinete. Conducir la diversidad del panperonismo reunificado, atender una lista extensa de reclamos, tender lazos con empresarios y sindicalistas, tener el peso específico para ser autoridad en una mesa de negociaciones, soportar presiones y conformar a Fernández. ¿Puede ser esa la tarea de alguien que no tiene antecedentes de cargos altos en la función pública y el manejo del poder? En el albertismo parecen arriesgar que si.
LECCIÓN 1: MODERACIÓN. “Alberto Fernández hay uno solo. No estén preocupados por eso. Sí, claro que tengo quién va a ocupar ese lugar y ya existe ese lugar. No se inquieten por eso”, afirmó el candidato opositor en la alfombra del Grupo Clarín, hace casi un mes. Desde entonces, se agita la danza interminable de nombres. Sin embargo, los que conocen al profesor de Derecho Penal de la UBA dicen que importa más la función y la lógica que el apellido.
Como contó Letra P, Santiago Cafiero es uno de los candidatos que se menciona para asumir como vértice del poder albertista. Al lado del ex jefe de Gabinete, afirman que los une una relación de “afecto y confianza” con el ex concejal de San Isidro, que fue, además, funcionario de Daniel Scioli en la gobernación bonaerense. Sin embargo, nada está confirmado y hay otros en el albertismo que lo ven como eventual secretario general de la Presidencia.
En las últimas horas, Fernández repite ante su entorno una frase que calza con el perfil del nieto de Antonio Cafiero. “Tiene que ser mi alter ego, es el que piensa lo mismo que yo”, dice. Lo fundamental, explica, es que hable el diccionario de la moderación. En ese traje otros ven a Nicolás Trotta, un albertista de la primera hora que durante el cristinismo recargado se recluyó en los segundos planos y recaló después como rector de la UMET de Víctor Santa María.
Algo es seguro: el político que hoy concentra la expectativa del Círculo Rojo, los fondos de inversión y el FMI no quiere que los problemas broten desde su entorno. En medio de una crisis social que parece proyectarse como un paisaje permanente hacia 2020, con declaraciones que suenan como estruendos, Fernández busca bajar los decibeles de cualquier confrontación y apuesta a que sus colaboradores más cercanos no activen frentes de tormenta innecesario. Más de una vez, desde el 11 de agosto, dio la orden de que nadie saliera a hablar ante decisiones de Macri o situaciones que pueden complicarlo, como la actual crisis en Chubut con Mariano Arcioni, el aliado que Massa arrimó al Frente de Todos.
Alberto pretende que el jefe de Gabinete sea un vocero calificado como “sensato” y se que sea considerado “razonable” tanto por el kirchnerismo como por el antikirchnerismo moderado. Si hay algo que pretende evitar es tener un funcionario que “no pueda gobernar su ego” y se convierta en “vedette” del nuevo elenco de gobierno. Tampoco alguien que niegue la realidad, como varios de los gladiadores que el cristinismo puso en lo más alto o como el actual jefe de Gabinete, Marcos Peña, que entre sus últimos conceptos destacados exhibe los de la noche del 11 de agosto, cuando dijo que el macrismo había hecho “una muy buena elección”.
Fernández debe decidir si opta por un perfil joven como el de Cafiero, Trotta o el camporista Eduardo “Wado” De Pedro o apela a alguien más próximo a su generación para el cargo, un especimen ya templado en el fuego del poder. Descartado el propio Massa -tuvo una prueba de fuego accidentada con Cristina-, con Felipe Solá en modo canciller y Juan Manzur en el rol de gobernador y algunas contraindicaciones, en el albertismo militan los que piensan que Florencio Randazzo podría ser el mejor jefe de Gabinete para la nueva etapa, una muestra más de que el ciclo del peronismo en el poder recomienza, sin rencores. Sin embargo, a uno y otro lado, dicen que hoy las chances de que el ex ministro del Interior regrese a los primeros planos son entre reducidas y “mínimas”.
Sin novedades. El último tuit de Randazzo fue hace un año, tres meses y seis días.
PRECUELA VERSIÓN NÉSTOR. También a Néstor Kirchner le dolió la renuncia de Fernández, desde lo político y -tal vez más- desde lo personal. Cuentan los que lo visitaban entre 2008 y 2010 que el ex presidente solía decir que su ex jefe de Gabinete había sido distinguido por una confianza inigualable tanto por él como por su esposa. Como muestra, le atribuyen una frase que todavía hoy circula: “Alberto dormía en la cama de Máximo”.
En el albertismo militan los que piensan que Florencio Randazzo podría ser el mejor jefe de Gabinete para la nueva etapa.
Sin embargo, no era lo único que decía el santacruceño. Kirchner también hacía un ejercicio en cuanto al rol que ocupaban los jefes de Gabinete en el sistema político. Decía que, una vez finalizados sus cargos, gozaban de una protección que los ex presidentes no tenían garantizada. Al contrario. La comparación arrancaba en la década del noventa con la situación que les tocó vivir a Carlos Menem y Fernando De la Rúa y a sus jefes de gabinete, Jorge Rodríguez y Christyan Colombo. Pero llegaba también hasta Fernández.
Antes de perder el poder, con su esposa todavía gobernando, Kirchner se veía a sí mismo en el espejo de ex presidentes caídos en desgracia. Enemistado entonces como nunca con el Grupo Clarín -el aliado inicial y voraz que desde 2008 comenzó a reclamar Telecom- afirmaba que el holding acostumbraba tratar con mano de seda al jefe de Gabinete del Presidente, pero se ensañaba con la cabeza del poder político.
El mismo razonamiento, para nada casual, regía en Comodoro Py, donde el ministro coordinador no figuraba como blanco predilecto de la guillotina tendenciosa de los tribunales federales. Que ni Rodríguez ni Colombo ni Fernández hayan tenido contratiempos en la Justicia era atribuido por Kirchner a esa lógica específica de un sistema de poder despiadado y arbitrario. Es una historia antigua que el candidato del Frente de Todos también intentará desmentir si llega a la Casa Rosada.