No estuvo en el búnker de la victoria, no se quedó con el flash de las cámaras y ni siquiera se llevó las mayores ovaciones de la noche. A 2.500 kilómetros de distancia, Cristina Fernández de Kirchner celebró desde un impensado segundo plano la victoria arrolladora del Frente de Todos, la alianza que se propuso construir desde que dejó el poder, en diciembre de 2015, y que dejó a su candidato, Alberto Fernández, a las puertas de la Casa Rosada.
Fue Cristina la arquitecta que puso en marcha el armado de la unidad peronista y la que terminó de dar todo por el triunfo cuando decidió correrse de la carrera por la presidencia, a la que la lanzaba, insistente, la militancia más fiel. La ex presidenta había anunciado varias veces que no pensaba ser “un obstáculo” para el armado del frente plural con el que, pensaba, era posible ganarle a Mauricio Macri. Fue el 18 de mayo cuando pateó el tablero y anunció, para sorpresa de toda la política, que el candidato a presidente sería Fernández.
“Cristina quiere ganar”, repetían los habituales interlocutores de la ex presidenta, que veían que perseguía un único objetivo. Las piezas del peronismo, desperdigado en partes que se acercaban entre sí pero que siempre encontraban a la ex presidenta como obstáculo para la reconciliación, se acomodaron solas a partir del anuncio. Primero llegó el apoyo de los gobernadores y después, el acuerdo con Sergio Massa. La unidad del peronismo era casi completa. Afuera quedaban solamente los gobernadores rebeldes, Juan Manuel Urtubey y Juan Schiaretti, y el senador Miguel Ángel Pichetto.
Bendecido por Cristina, el colectivo peronista empezó a andar. Cristina se mantuvo al margen y le regaló a Fernández toda la centralidad. Con su libro, "Sinceramente", se dedicó a recorrer distritos más amigables y le dejó al candidato presidencial toda la cancha para afianzar la unidad.
El acuerdo con los gobernadores fue fundamental para encaminar la victoria. Cristina ya había comenzado a construir en las provincias durante el cierre de listas, pero su figura generaba resistencia. Acuerdos locales sí, pero foto con Cristina no. En las provincias, la senadora puso a Fernández al frente de las negociaciones. Para cuando llegó el anuncio nacional, el candidato presidencial ya tenía todas las relaciones aceitadas con los caciques provinciales.
El 18 de mayo, cuando se conoció la nominación de Fernández, Alternativa Federal se rompió en mil pedazos. El candidato consiguió el apoyo incondicional de los mandatarios provinciales, con los que se puso a construir su base de poder y que trabajaron en sus territorios para conseguir apoyo para el Frente de Todos. Hasta los más esquivos al kichnerismo, como el santafesino Omar Perotti y el entrerriano Gustavo Bordet, se pusieron el overol de trabajo para buscar votos en las localidades. Santa Fe fue una de las claves en la construcción de la victoria. Entre Ríos también empujó desde la región centro, en la que el Gobierno ponía sus expectativas para que fuera el sostén de Mauricio Macri, como en 2015. Juan Manzur le trajo en persona a Buenos Aires al candidato presidencial los 60 puntos que consiguió el Frente de Todos en Tucumán, el quinto distrito electoral del país.
En Córdoba, la tarea del peronismo que desoyó la orden de neutralidad nacional del gobernador Schiaretti también fue fundamental. El senador y presidente del PJ local, Carlos Caserio, se encargó de promocionar al candidato presidencial de Todos. Los intendentes peronistas hicieron el resto. De manera oficial se sumaron a la campaña de Fernández 80 jefes comunales primero y 60 después. Por lo bajo, el apoyo en los 427 comunas y municipios fue mayor.
No hubo especulación ni operación del Gobierno que resultara exitosa. En las provincias, los gobernadores peronistas jugaron todo a la victoria del candidato de su partido, tanto como los intendentes apostaron todo a Axel Kicillof. Massa se comportó como el soldado más fiel. Todo el peronismo se alineó detrás del mismo objetivo.
“Gracias a Alberto y Cristina”, dijo Massa ya con la victoria consumada, sobre el escenario del búnker del Centro Cultural “C”, ubicado en Chacarita, donde el Frente de Todos celebró el triunfo. Durante toda la noche, en el búnker se cuidaron los criterios de pluralidad. Cada vez que aparecieron voceros, fue repartido: un hombre y una mujer, un kirchnerista y un massista, un peronista o un progresista.
La ex presidenta apenas envió un mensaje breve en video, grabado antes de que se conocieran los resultados oficiales. Les pidió a los argentinos que tengan “tranquilidad absoluta con respecto a la responsabilidad” con la que afrontarán “esta nueva etapa”. Máximo Kirchner definió la victoria como “el fruto del reencuentro entre muchos y muchas de nosotros”, mientras aplaudían massistas, kirchneristas, peronistas y progresistas.
El frente fue de Todos. El triunfo, arrollador. Fue unidad de casi todo el peronismo, que se llevó la mitad de los votos del país, con Cristina como propiciadora y hada madrina, resurgiendo de las cenizas, con causas judiciales sobre sus espaldas y un enorme porcentaje del país en su contra. Cristina lo miró desde Santa Cruz. El lunes volverá a Buenos Aires, con el regreso a la Casa Rosada, que hace tres años parecía imposible, al alcance de la mano.