El presidente depuesto de Bolivia Evo Morales llegó en la mañana a la Argentina en busca de refugio político, estatus que será confirmado por el Gobierno. La situación se produce en momentos en que el presidente, Alberto Fernández, busca reconducir las relaciones con Estados Unidos y con Brasil, dos países clave para el futuro de su administración, y poner fin a suspicacias de orden ideológico.
Llegó acompañado por quien fuera su ministra de Salud Graciela Montaño. Se aguarda ahora el arribo al país de su exvicepresidente, Álvaro García Linera y de su ex canciller Diego Pary Rodríguez. Los hijos de Morales de hecho, habían llegado varias semanas atrás.
Se informó que el nuevo ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, confirmará el estatus de refugiados políticos para todos ellos ni bien se cumplan formalidades como la fijación de un domicilio.
Un tema álgido estará dado por la condición formal de que los refugiados tienen vedado realizar declaraciones de tipo político. Habrá flexibilidad en eso, pero el Gobierno le encenderá al huésped una luz amarilla si sus dichos contribuyen más a que Bolivia se encienda de nuevo que a que se pacifique, supo Letra P.
La Argentina alberga una colonia de más de 350.000 bolivianos, lo que sumado a la proximidad geográfica con su país, beneficia sus intentos de recuperar protagonismo político en la transición que mediará hasta las próximas elecciones, en las que se descuenta que no podrá ser candidato.
En declaraciones al canal Todo Noticias, el canciller, Felipe Solá, señaló que los mencionados “aterrizaron esta mañana en el país. Les he dado asilo político para que entren y ellos luego pidieron ser refugiados. En las próximas horas cesará la condición de asilados y asumirán la de refugiados”. “Evo está muy agradecido. Nos dijo que se siente mejor acá que en México y no nos pidió ninguna custodia especial”, añadió.
De hecho, el líder indígena expresó su reconocimiento a través de su cuenta de Twitter.
La Argentina alberga una colonia de más de 350.000 bolivianos, lo que sumado a la proximidad geográfica con su país, beneficia sus intentos de recuperar protagonismo político en la transición que mediará hasta las próximas elecciones, en las que se descuenta que no podrá ser candidato.
Alberto Fernández no reconoce al régimen que encabeza la senadora Jeanine Áñez y aboga por una normalización de la institucionalidad en el país vecino a través de elecciones libres, las que deben tener como precondición el cese de una represión que ha dejado decenas de muertos y cientos de heridos desde el golpe del 10 de noviembre, cuando las Fuerzas Armadas “recomendaron” su renuncia en medio de un levantamiento de la oposición y una huelga policial en protesta contra la tercera reelección del líder aymara, cuestionada en sus procedimientos por la OEA. “Para nosotros en Bolivia hay un gobierno de facto, no usaría otro adjetivo”, dijo Solá.
Esa convicción de las nuevas autoridades argentinas, opuesta a la del gobierno de Mauricio Macri, puede complicar el permanente juego diplomático establecido para lograr relaciones positivas con dos actores cruciales para el futuro económico de la Argentina: los Estados Unidos de Donald Trump, del que depende en buena medida que la renegociación de la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y los acreedores privados concluya rápida y exitosamente, y el Brasil de Jair Bolsonaro, quien acaba de dar las primeras señales positivas tras reiterados ataques personales y amenazas de romper el Mercosur.
Parte importante del esfuerzo por aplacar a Trump fue la reunión que mantuvo el miércoles el Presidente con el subsecretario para Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado, Michael Kozak, calificada ante la consulta de Letra P como “muy positiva” por fuentes de la Casa Rosada.
En la misma, de dos horas de duración y que se extendió en un almuerzo, participaron además Solá, el futuro canciller en Washington, Jorge Argüello, y el secretario de Asuntos Estratégicos Gustavo Beliz. Secundando a Kozak estuvieron el embajador estadounidense Edward Prado, el consejero político Chris Andino y la asesora Mariju Bofill.
El encuentro sirvió para distender la tensión que había generado el enviado personal de Trump, Mauricio Claver-Carone, quien se fue de la Argentina sin asistir a la ceremonia de asunción en repudio a la presencia en la misma del ministro de Información de Venezuela, Jorge Rodríguez, un hombre que tiene impedida la entrada a Estados Unidos y que, de hecho, hasta el mismo martes, también la tenía a la Argentina. Asimismo, se quejó de la asistencia del expresidente de Ecuador Rafael Correa y de la ya entonces prevista decisión del Gobierno de dar refugio a Morales, según dijo el diario Clarín.
El desaire de Claver-Carone, “una decisión personal” y “solo una anécdota para la relación”, según le dijo a Letra P la fuente aludida más arriba, implicó un gesto negativo para lo que se espera sea la relación personal entre Trump y Fernández. La institucional, reconducida en la reunión del miércoles, dejó buenas señales en la Cancillería, según averiguó este medio.
Le corresponderá a Argüello, un diplomático experimentado y con contactos aceitados en Estados Unidos, país en el que ya fue embajador, reparar el vínculo con la Casa Blanca, una tarea primordial debido a una característica central de la actual administración republicana, cuya diplomacia no siempre se conduce por los carriles habituales y suele registrar aristas personales. Esa misión comenzará seguramente en enero, cuando Argüello ya haya resuelto el ritual legal para instalarse en Washington, e incluirá la activación de la posibilidad de una visita de Fernández a ese país.
A Bolsonaro le cayó muy bien el trato que los argentinos dieron a su vicepresidente y, en especial, la mención a una relación desideologizada en el primer discurso de Fernández.
Otro costado sensible que se deberá tener en cuenta tras el refugio a Evo Morales es la posible reacción de Bolsonaro, quien pasó de dirigir ataques personales contra Fernández por motivos ideológicos y de negarse a asistir a su jura, a aceptar a último momento que su vicepresidente, el general retirado Hamilton Mourão, viajara a Buenos Aires.
A Bolsonaro le cayó muy bien el trato que los argentinos dieron a su representante y, en especial, la mención en el discurso inaugural a una relación cercana como siempre y basada en interese comunes, más allá de las divergencias ideológicas ocasionales entre sus respectivos líderes.
"Se él quisiera visitarnos, estoy a disposición. Está invitado, si quisiera visitar Brasil, será motivo de satisfacción", dijo el excapitán del Ejército brasileño en la noche del miércoles, en lo que supone todo un giro político. "La señal fue excelente. Yo no soy el radical que ustedes (los periodistas) piensan que soy", aclaró.
Sin embargo, se sabe, el brasileño tiene alergia a todo lo que le suene a unidad de la izquierda y el progresismo en la región, universo que suele pintar con brocha gorda y llamar “comunismo”. También en ese punto le tocará al embajador designado, Daniel Scioli, la tarea de atemperar los ánimos.
Alberto Fernández sigue navegando en aguas internacionales revueltas. Su apuesta a que, pese a la debilidad actual de la Argentina, el mundo respete las decisiones soberanas de su gobierno y asimile su idea de que es posible colaborar pragmáticamente en base a intereses compartidos deberá ser explicada una y otra vez antes de que dé frutos.