Nuevo ciclo

Épica de unidad nacional para dar peleas de alto riesgo

En su mensaje, Fernández se aferró a los propios, tendió una mano a los ajenos y apeló a quienes dudan. ¿Le alcanzará ante la magnitud de la crisis y el poder de los intereses que prometió combatir?

En su discurso inaugural, leído con firmeza durante algo más de una hora, el nuevo presidente de la Nación, Alberto Fernández, hizo mucho más que presentar lineamientos, señalar objetivos y exponer el estado económico comatoso de la Argentina que recibe. Más allá de esos ítems ineludibles, estableció una épica ambiciosa, basada en la idea fuerza de la unidad nacional como palanca para librar peleas que tocan el sistema nervioso de la República, desde el poder oculto de los servicios de inteligencia hasta la corporación de la justicia federal, pasando, claro, por intereses sectoriales a los que les habló con el corazón para rescatar a los compatriotas hundidos en el hambre.

 

Su mensaje, en rigor, empezó antes de que se sentara en el recinto de la Cámara de Diputados y abriera la boca por primera vez. Todo lo gestual que lo precedió fue parte del mensaje, desde su llegada al Congreso al volante de su propio auto, como cualquier “hombre común con responsabilidades importantes” que sale a trabajar (Néstor Kirchner dixit), hasta su abrazo con Mauricio Macri tras la entrega de la banda y el bastón. Semiología de una concordia difícil: tras ser esquivado con tan poca cortesía como disimulo por Cristina Kirchner, el presidente saliente parecía confundido mientras era retenido afectuosa e interminablemente por su sucesor. ¿Lo que viene?

 

 

La constante apelación antigrieta de Fernández, requisito de la necesaria unidad, comenzó con mensajes destinado a asegurar el apoyo de los propios.

 

Para comenzar, por su vicepresidenta y king-maker, cuya “visión estratégica” para la unidad del peronismo ponderó. Pero la endulzó sobre todo al explayarse sobre las “persecuciones indebidas y detenciones arbitrarias” decididas desde la Justicia federal, “inducidas por los gobernantes y silenciadas por cierta complacencia mediática”.

 

 

 

Además, tendió una mano a los gobernadores, a quienes imagina como parte esencial de los contrapesos necesarios dentro de una coalición heterogénea como el Frente de Todos, en la que el factor cristinista pesa tanto como los votos que aportó al triunfo.

 

La unidad requerida por la épica albertista también se dirigieron a los previsibles opositores y a sectores, factores de poder y hasta países que lo miran entre la tirria y el recelo.

En tercer lugar, aunque sin nombrarlos, contuvo a los movimientos sociales, dado el carácter marcadamente social del discurso, uno de cuyos ejes principales fue la apelación a curar “la herida del hambre”, a la que definió como “un insulto a nuestro proyecto colectivo”.

 

Cuarto, deploró el gatillo fácil de las fuerzas de seguridad y reivindicó la tradición de memoria, verdad y justicia, con lo que volvió a darles el estatus inmerecidamente perdido en el último cuatrienio a los organismos defensores de los derechos humanos.

 

Por último, tuvo gestos también para los sindicatos y la industria, cuyo concurso reclamó para el éxito de un Consejo Económico y Social para el Desarrollo que imagina como un mecanismo permanente y fijado por ley para la discusión de políticas públicas que, afirmó, deberían ir más allá de su mandato.

 

La unidad requerida por la épica albertista no abarca solo a los propios. Las palabras de Fernández también se dirigieron a los previsibles opositores y a sectores, factores de poder y hasta países que lo miran entre la tirria y el recelo.

 

El mencionado abrazo con Macri, que no solo contrastó con el desdén de la vicepresidenta sino con los propios dichos del nuevo presidente durante la campaña y la transición, fue la puesta en escena de su apelación antigrieta.

 

Asimismo, Fernández pretendió activar la vacilante memoria histórica de la Unión Cívica Radical al abrir y cerrar su discurso mencionando a Raúl Alfonsín, a quien ponderó por haber abierto hace 36 años “una puerta hacia el respeto y la pluralidad de ideas” y por haberle devuelto al país “la institucionalidad que habíamos perdido”. No se privó, en el camino, de darle el crédito debido por su aporte a la defensa de los derechos humanos y de fijarse como objetivo para dentro de cuatro años “demostrar que (el radical) tenía razón (...) Con la democracia se cura, se educa y se come”.

 

Otro sector con el que buscó hacer contacto fue la Iglesia, al denunciar, junto a Francisco, la “cultura del descarte” y al mencionar como orientadora de la política ambiental de su gestión la encíclica papal Laudato si.

 

Por último, apeló, sin nombrarlo pero de modo directo, a un Jair Bolsonaro agresivo pero que a última hora cedió al enviar a su vicepresidente, Hamilton Mourão, a la asunción. A él le prometió la voluntad de construir con Brasil “una agenda ambiciosa, innovadora y creativa en lo tecnológico, productivo y estratégico, que esté respaldada por la hermandad histórica de nuestros pueblos y que va más allá de cualquier diferencia personal de quienes gobiernan la coyuntura”.

 

La deseada sumatoria de los propios y de los potencialmente afines responde al pensamiento de Fernández, fijado en la transversalidad de la primera república kirchnerista, de la que se siente heredero, y en la memoria de un Néstor Kirchner a quien revindicó sobriamente. En esto, sin embargo, ancló su voluntad de diferenciar no tan sutilmente el perfil de su administración del de la de Cristina. Así, definió su propuesta como la “serena y posible utopía” de un “presidente que escucha”, decidido a “reunir la mesa familiar” y opuesto al “muro del rencor” y a las “divisiones y peleas”. Ni más ni menos que un aviso de su voluntad de construir poder propio. Otro gesto disonante fue su homenaje al fallecido exprocurador Esteban Righi, defenestrado tras el estallido del caso Ciccone.

 

Esa tensión (sin viso ni posibilidad algunos de ruptura, cabe aclarar) con una Cristina que parecía mirar con curiosidad el texto que leía, como si fisgoneara el libro del compañero de asiento en el colectivo, es una síntesis de las complejidades de la utopía albertista: la unidad que reclama corre el riesgo de naufragar antes de llegar a la orilla debido a la magnitud de las peleas prometidas y, sobre todo, a la habitual primacía de los intereses particulares sobre la solidaridad colectiva. Las excepciones a esa preeminencia del egoísmo son las situaciones de catástrofe, las posguerras. De ese modo y no de otro entiende Fernández el estado actual de la Argentina, que no se privó de detallar en cifras que dieron cuenta de retrocesos vergonzantes, una contabilidad, según dijo, no destinada a ofender a los funcionarios salientes sino a “explicar por qué va a llevar algún tiempo lograr aquello que todos queremos”.

 

 

 

La unidad pretendida, hay que insistir, es compleja.

 

Fernández invita a todos a la gesta del hambre cero y el desarrollo. ¿Pero se retirarán sin dar pelea el “Estado secreto” de la AFI intervenida, la “corporación” judicial y quienes callan desde los medios ante sus abusos, por tomar sus propias palabras?

 

¿Aceptarán los acreedores esperar a que el país se recomponga para empezar a pagarles?

 

¿Qué responderán los más pudientes ante su arenga de ceder más y más pronto en beneficio de “los únicos privilegiados”, que serán “quienes han quedado atrapados en el pozo de la pobreza y la marginación”?

 

¿El también convocado movimiento feminista podrá convivir con la Iglesia? Fernández fue enfático este martes al hacer propia la consigna “ni una menos”, pero llamativamente omitió hablar de aborto en su discurso fundacional.

 

¿El ambientalismo, que asimismo reivindicó, será compatible con el desarrollo del fracking en Vaca Muerta, una de las vías que imagina para que la Argentina sortee de una vez su histórico estrangulamiento de divisas? Ese, el del gas y el petróleo no convencionales, fue otro tema ausente a pesar de la importancia que le da en el diseño de su plan de gobierno.

 

“¿Seremos capaces, como Argentina Unida, de atrevernos a construir esta serena y posible utopía a la cual nos llama hoy la historia? ¿Seremos capaces como sociedad? ¿Seremos capaces como dirigentes?”, se interrogó. ¿Lo seremos?

 

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