Marcos Galperín, el CEO de Mercado Libre, Cristiano Rattazzi, titular de la FIAT, y Mario Gualtieri, ex presidente de la UIPBA y hombre de la cadena de valor de Techint tienen algo en común. Son los únicos tres empresarios que fiscalizaron para Cambiemos en la elección en la que Alberto Fernández venció a Mauricio Macri y se erigió como presidente de la Nación. Una postal de un amor que nació furioso, apasionado, y terminó en desencanto e infidelidad. El vínculo del Círculo Rojo con el macrismo describe como casi ningún hecho político el fracaso de la gestión nacional.
En 2015, Macri importó a gerentes exitosos en sus empresas para encarar un proyecto político de gestión del Estado. El establishment no lo vio mal, a priori, pero más curtido en las artes de surfear gobiernos se encargó de recordarle a Macri que el Estado no es una empresa. Al primero que le llegó el mensaje fue al mejor amigo de muchos, el ex presidente del Banco Central (BCRA), Federico Sturzenegger. Le aclararon que la tasa alta, un paraíso ahora en tiempos de 80% de interés, no podría sostenerse en el tiempo. Sturzenegger les contestó que no era la idea, pero que “los números tienen que cerrar de alguna forma”.
La señal siguiente del management erróneo siguió con Francisco “Pancho” Cabrera. El “Dandy”, como le decían en el gabinete, venía de trabajar en el Grupo Roberts, el banco HSBC y la AFJP Máxima. Miembro de la Fundación Pensar, fue congratulado con el Ministerio de la Producción. Fue Cabrera el gestor de la idea de reconvertir a la industria que consideró no competitiva. Le dijo a Macri que los industriales eran unos llorones y que, así como había quedado post kirchnerismo, la producción no podía seguir. El derrumbe fabril, bajo un concepto equivocado cuando las chimeneas explican buena parte del PBI y el empleo pyme, es el corazón de la crisis final del macrismo: la piedra fundamental de la recesión, la caída del consumo y la inversión.
Hace unos días, jóvenes industriales le dedicaron una canción a Cabrera, Sturzenegger y al gobierno, viralizada por WhatsApp: “Nos subiste bien la tasa, nos quisiste transformar, pero vos te olvidaste la fuerza del industrial. Yo soy así, soy bien fierrero, pago impuestos y también genero empleo; yo soy así, y no me quejo, porque la industria dinamiza para el pueblo”, brama la letra del tema, de autor desconocido, que resuena con la música de Cosas Mías, el hit de Los Abuelos de la Nada.
Sturzenegger. La súper tasa del BCRA dinamitó el Modelo M desde el minuto cero.
Las tarifas de la energía y las naftas detonaron por igual la confianza de empresarios y de la población general, sobre todo en el conurbano, donde Macri perdió la elección por no poder pisar el territorio en la campaña. Juan José Aranguren venía de Shell con pergaminos de combate férreo con el ex secretario de Comercio Guillermo Moreno. No se le conocían otros logros que ese y la habilidad para subir combustibles. Macri lo adoptó como uno de los mejores alumnos y lo habilitó para poner en práctica la teoría de los aumentos en base a una planilla de Excel. Al tiempo, lo detestaban con igual bronca las energéticas y el vecino, que dejó de pagar los insuficientes 50 o 100 pesos de luz o gas para llegar a boletas mensuales de entre 500 y 5.000.
Peña,el corazón del fracaso de la política empresaria, según los propios CEOs.
Mismo descrédito tuvo la dupla del ex LAN, Gustavo Lopetegui, y el ex Pegasus, Mario Quintana. En tiempos donde Marcos Peña reinaba y hasta fue tapa de Forbes como el "CEO del año", ambos cuadros jugaron a convencer a todos de que había que cambiar la matriz económica argentina. Lopetegui extorsionó a los laboratorios nacionales de CILFA con importaciones de India y China si no bajaban los precios, todo en el marco de un gobierno que hacía un culto de la liberalización de las relaciones comerciales.
Ambos fundaron juntos el mega negocio de EKI Descuento en pleno kirchnerismo, un esquema de supermercados de proximidad que luego compró Carrefour. En el Gobierno, Lopetegui, hombre de aviones y retail, terminó conduciendo Energía; Quintana, abrazado a Elisa Carrió en el final del mandato de Macri.
Miguel Braun, en la misma línea, de familia retailer, siempre quiso ir a Relaciones Internacionales, pero terminó como el primer secretario de Comercio. Nunca creyó que el consumo fuera importante y esquivó, cada vez que pudo, ideas para reactivar el gasto familiar que le acercaron los grandes supermercados nucleados en la ASU.
A esa altura, el gobierno de los CEOs empezaba a fallar en lo que prometió no fallar: la política económica y el manejo de los números. Lo sostenía, como casi hasta el final, la cuestión de clase, esa afinidad con el empresariado, una simpatía que obligaba al apoyo. En paralelo, desde el Círculo Rojo pedían que el ala política de Cambiemos saliera a jugar en puestos de relevancia. Más allá de los nombres eternos de relegados (Emilio Monzó, Rogelio Frigerio, Nicolás Massot y otros), no ocurrió la titularidad de estos cuadros. Macri se dio cuenta, luego de la paliza de las PASO, que el sistema no había funcionado y decidió manotear el manual de la vieja política. Calle, territorio, promesas, populismo de ocasión y pirotecnia. Pero ya estaba perdido.