Pichetto presidente (o vice)

“A un paso de la presidencia y ningún voto emitido a mi nombre, la democracia está tan sobrevalorada”. Semejante sentencia de Frank Underwood no pertenece solamente al mundo de ficción, sino probablemente sea parte del mundo real para la tribuna local de House of Cards. El que se quemó con leche ve la vaca y llora. Sin embargo, hoy resulta inevitable asignarle alguna posibilidad a un escenario de entrega anticipada del poder, sin elecciones previas en el medio. El combo de dólar fuera de control, aunque encorsetado por debajo de los 30 pesos con una batería de medidas extremas implementadas a partir del salvataje financiero del FMI, más la caída de popularidad del presidente Mauricio Macri a un nivel que vuelve competitiva a Cristina Fernández de Kirchner, configura un escenario de tormenta perfecta. No hace falta ser un avezado Mindhunter para decodificar el comportamiento de inversores como Warren Buffett o Jeff Bezos cuando descuentan un abrupto cambio de reglas a un año vista. Ni hablar de Paul Singer, el Gordon Gekko real, propietario del fondo buitre NML Elliott.

 

En tal sentido, la debacle económica actual no sólo se explica por el fracaso de las políticas llevadas a cabo por el actual gobierno, en particular aquellas destinadas al control de la inflación y al estímulo del crecimiento, sino también por un horizonte de recambio que profundiza la incertidumbre política. El factible regreso de Cristina, estimulado en gran medida por el propio Gobierno, exacerba aún más la crisis. Si segundas partes nunca fueron buenas, ¿qué puede quedarle a una tercera, condenada de antemano por las imágenes de bolsos voladores y, en el plano económico, por un mundo donde el principal combustible para sostener el modelo K, la soja, hoy ronda los modestos 310 dólares la tonelada del año 2008?

 

En ese contexto, Argentina quedó atrapada en el círculo vicioso de dos modelos hermanados por los magros resultados. De la gran desilusión generada por el gradualismo PRO, que hoy alcanza a un 62% de la población según sondeo de Gustavo Córdoba, al posible revival de un populismo con poco para repartir y que ya naufragó con la derrota de Daniel Scioli en 2015.

 

Tal situación reproduce con ciertas diferencias el contexto político de 2001, donde la crisis corría por delante de cualquier solución que pudiera generar el sistema político. El oficialismo hacía agua, a la par que la opción más taquillera de la oposición, Eduardo Duhalde, venía de perder las elecciones presidenciales de 1999. En ese marco, la opción institucional era la única vía de solución posible. De igual modo, aunque hoy reste poco más de un año por delante hasta la próxima elección presidencial, cualquiera de las dos alternativas fuertes en pie, lideradas por Macri y Cristina, explican en gran parte los problemas más que las eventuales soluciones. Y, al igual que en 2001, el arco político tiene poco tiempo por delante para generar una tercera variante electoral, sin perjuicio de la habilidad que tienen algunas figuras como Sergio Massa y, en menor medida, Juan Manuel Urtubey, para generar sensaciones mediáticas a partir de fotos y acuerdos orientados a capturar la eventual fuga de decepcionados de Cambiemos.

 

Massa y Urtubey van por el partido del ballotage

 

Puntualmente, el tigrense sueña con liderar el partido del ballotage de 2015, en un sentido inverso al de aquella oportunidad, cuando dos tercios de sus votantes apostaron por Macri en segunda vuelta. Recordando aquel GP de Brasil de F1 donde el Lole Reutemann se retobó con las órdenes de boxes, el cartel debería decir en esta oportunidad “Massa-Macri” y no a la inversa, como en la anterior presidencial. El proyecto no suena descabellado, más aún, en caso de que el clivaje de la elección 2019 sea kirchnerismo versus antikirchnerismo y con la propia Cristina en frente.

 

En esa línea, Massa, e inclusive Urtubey, podrían ser la ambulancia que recoja tanto votantes como cuadros políticos heridos del PRO del área metropolitana. Diversos puentes y movimientos de terreno abonan esta hipótesis, sea el actual intercambio de gentilezas con el larretismo, caso Matías Tombolini al frente del jugoso CESBA en CABA o, con el vidalismo, mediante el fichaje de massistas como el viudo de Rond Point Mauricio Dalessandro en la órbita del Grupo BAPRO.

 

En este contexto general, de no operar el milagro de un nuevo armado político en tiempo récord liderado por Massa, Urtubey o algún Macron argentino hoy fuera de escena, la crisis económica, de fuerte raíz política, tiene tres vías posibles de solución.

 

La primera, de carácter institucional, es Pichetto llegando a la Presidencia, asamblea legislativa de por medio, con el fuerte apoyo político e institucional de la mayoría de los gobernadores; 

 

La segunda, a la brasilera, habilitando el Senado la vía judicial que termine con la detención y automática exclusión de Cristina de las elecciones del año próximo. La traumática historia argentina, marcada por la proscripción electoral de fuerzas políticas, del peronismo en particular, sugiere que los propios actores con responsabilidad institucional bloquearán este segundo camino con final incierto, aunque la actual prisión de Lula en Brasil, más la reciente de Rafael Correa en Ecuador, impide a priori excluir esta posibilidad que Cristina denuncia como un capítulo más de una guerra jurídica o lawfare a escala latinoamericana.

 

Por último, la tercera vía y la más razonable en el plano político, sería que el propio sistema logre velozmente generar una alternativa electoral donde Pichetto podría ser postulante a vicepresidente de cualquiera de los candidatos mencionados. De esta manera, el incombustible senador por Río Negro no sería aquel presidente que llegue a lo Frank Underwood sin contar un solo voto, sino el veterano Joe Biden, que acompañe al candidato con mayor efectividad para atraer a los desencantades (dixit) de Cambiemos, en el marco de una segunda vuelta Massa o Urtubey, o quien fuere, versus Cristina.

 

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