No hay caso: por más arrestos de rebeldía que ensayen para emanciparse y construirse una vida propia, viven a la sombra opresiva -por su tamaño inigualable- del jefe del clan. Como queda genialmente expuesto en una de las últimas escenas de la serie sensación, que este domingo llegó a su fin, la lucha fratricida que libran Kendall, Roman y Siobhan por la herencia del imperio Roy es, en definitiva, una batalla por el favor del padre todopoderoso. Es lógico: ni a ellos ni a ella les da la talla para pelear sin la bendición de Logan.
Sergio Massa y Eduardo de Pedro protagonizan la versión cristinista de Succession. Han ensayado, cada uno a su modo, muecas de rebeldía. Sin embargo, en el sprint final de la carrera por la precandidatura presidencial que el kirchnerismo llevará a las PASO, los dos esperan la bendición de Cristina Fernández de Kirchner, la jefa del clan.
Wado, camporista de la primera hora, delegado de CFK en el gabinete de Alberto Fernández, viene trabajando desde hace tiempo, con la hipótesis del renunciamiento definitivo de la vicepresidenta, para ser un kirchnerista de amplio espectro; uno que pueda retener el voto K más duro pero que, además, sea capaz de pescar respaldos enjabonados en sectores refractarios de la política y, sobre todo, del establishment económico. Para ser K, pero no tan K.
En esa inteligencia, el ministro del Interior se ha reunido a almorzar, en pleno mediodía del barrio de Palermo, con el exgobernador salteño Juan Manuel Urtubey, antikirchnerista rabioso.
Mucho más audaz, cruzó la línea roja cuando cenó, foto y sonrisas incluidas, con el jerarca de Clarín Jorge Rendo en Expoagro. O sea, con el Diablo en su caldera.
Más: como contó Letra P, en la construcción de ese perfil de kirchnerista openmind, De Pedro sumó a su estudio de diseño a un consultor que se formó con Jaime Durán Barba, el gurú de la posverdad macrista, y trabajó con María Eugenia Vidal durante los años de gloria de La Leona.
Hijo pródigo
Por su recorrido y por la vehemencia de sus mohínes anti-K, el caso del ministro de Economía resulta más notable. Condujo la ANSES, la fuente de recursos más preciada del Estado, durante toda la presidencia de Néstor Kirchner, que lo había heredado de Eduardo Duhalde, y fue jefe de Gabinete de CFK entre julio de 2008 y el mismo mes de 2009.
En 2010 formó el Grupo de Ocho intendentes peronistas críticos de la gestión K y en 2011 fundó el Frente Renovador para ir a la guerra con el kirchnerismo (“Si quieren pelear, vamos a pelear”, desafió en un spot en el que se sacaba el saco, para pelear), al que acusó de encarnar todos los males de este mundo y enfrentó en las legislativas de 2013 y en las presidenciales de 2015, cuando se quedó con valiosos 21 puntos y una derrota digna.
Durante los años del macrismo en el poder, fue el garante de la gobernabilidad, sobre todo para Vidal en la provincia de Buenos Aires, y se dedicó a asfaltar una avenida del medio que se fue angostando en una guerra de egos y terminó detonada en el umbral del proceso electoral 2019, cuando decidió volver al útero K.
En el convulsionado laboratorio del Frente de Todos, dedicó sus horas y sus días a reconstruir la alianza con Cristina, una sociedad que le permitió torcerle el brazo a Fernández, armarse un superministerio y desplegar políticas ortodoxas que, al menos hasta el cierre de esta nota, no habían dado los resultados esperados. Pese a eso, sigue gozando de la vista gorda de la vicepresidenta.
Maestro del suspenso, la semana pasada, en la previa de la Plaza del 25M, Massa jugó al misterio hasta último momento, pero al final se subió al escenario VIP del peronismo que viene: en las fotos se lo vio muy cerca de La Jefa, a su izquierda. Ironías del destino. Después, trajinó el fin de semana largo meta foto con Wado, su congénere decidido a tomar la posta, y con Axel Kicillof, el preferido escurridizo.
Por adentro del Frente de Todos, pero por fuera del protectorado de CFK, corre el Pichichi. Daniel Scioli ya se quemó en 2015: sabe que la bendición no garantiza respaldo real. Ve a Cristina y llora. Por eso, va sin red -salga pato o gallareta-, pero va. Ratificó su decisión de presentar su precandidatura un rato antes de la Plaza cristinista y este lunes avisó, en modo Sarlo: “Conmigo, el operativo desánimo no”.
Wado puede salir a cazar fuera del zoológico K y puede coquetear incluso con los demonios del antikirchnerismo feroz, pero es un soldado de Cristina que jamás sacará los pies del plato. Massa se hace el gallito y avisa que su participación en la contienda electoral -si finalmente será candidato- será decisión del congreso nacional del Frente Renovador, convocado para el 10 de junio. Un acting: como el mercedino, sabe que Cristina, la matriarca todopoderosa, decidirá su suerte.
Los presidenciables de CFK se muestran juntos y a la par en esta vigilia. ¿Massa-Wado? Es posible. ¿Wado-Massa? Más difícil: antes que ir de segundo, el hincha de Tigre preferiría nada o volver al Congreso.
Para conocer el desenlace hay que esperar un par de capítulos. China, Washingon y el IPC de mayo, por lo menos, los tres con el jefe de Hacienda bajo la lupa. Mientras tanto, una pregunta une en el espanto a los Ken y Rom argentos: ¿Esta historia puede terminar como la serie? Con La Jefa nunca se sabe.