Con 35 de los 38 votos que tiene en la Cámara de Diputados, el PRO fue clave para sostener el veto que Javier Milei aplicó sobre la ley de financiamiento universitario. Mauricio Macri terminó de recibirse de esbirro del Presidente y su partido, de furgón de cola de La Libertad Avanza.
Con esos 35 votos, más los que aportó para respaldar el veto al aumento de las jubilaciones, el ingeniero se consolidó como el soporte de una gobernabilidad que Milei ata con alambre.
La Casa Rosada confirmó este miércoles que es capaz de tejer una red de contención que le permite gobernar a la defensiva, a fuerza de decretos que voltean leyes, pero volvió a sentir el vértigo de hacer equilibrio en el borde del precipicio.
Para sostener el rechazo a la ley que tomaba 0,14% del PBI -según la Oficina de Presupuesto del Congreso- para comprarle un respirador artificial a las universidades -distante un abismo del delirante "tercio" del producto inventado alegremente por el jefe de Estado-, el oficialismo llegó boqueando al tercio de las voluntades presentes en la cámara baja: juntó 85 votos contra 160 que se pronunciaron en contra del veto, es decir que perdió por goleada. Le alcanzó, pero no le sobra nada.
En la tarde de este miércoles, el ingeniero Macri se recibió, también, de macho ajustador con bastón ajeno: el éxito del veto a la ley de financiamiento no lleva su firma sino la de Milei.
Macri canaliza, así, sus pulsiones ajustadoras a través del presidente que se animó a hacer lo que a él no le dio el cuero para llevar adelante. En su gobierno fallido, el shock se quedó en aspiración y devino un gradualismo que el pensador liberal Carlos Melconian definió como Plan Durar, eufemismo que, acaso por respeto a la investidura presidencial, usó para no llamar cagón -una palabra que hubiera sonado mejor salida de su lengua áspera, la misma con la que le advirtió que si no apretaba el acelerador del ajuste todo se le podía "ir a la mierda"- al entonces jefe del Estado. La ironía: Macri duró apenas un mandato en Balcarce 50.
Punto para Patricia Bullrich
Con esa sonrisa de dandy ganador arraigada en su cara, en 2023 Mauricio Macri saboteó a Horacio Rodríguez Larreta, primero, y a Patricia Bullrich, después. Su plan no era que el PRO volviera a gobernar, sino retomar las riendas en condición de garante del triunfo, primero, y la gobernabilidad, después, de un panelista exótico sin experiencia ni estructura política que, habrá calculado, podría comerse en un pancho.
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Mauricio Macri y Patricia Bullrich.
El primer sapo que se comió fue el gabinete que armó Milei: las incrustaciones de macrismo (Bullrich y Toto Caputo, en la primera línea) no respondían a su conducción. El caso de la ministra de Seguridad, encima, se convirtió en una piedra puntiaguda en su zapato. A fuerza de gases, balas de goma y gas pimienta, la exfuncionaria de Cambiemos se erigió en prócer del Gobierno y se le paró de manos: el PRO y la Libertad Avanza, un solo corazón, gritó.
La pelea con La Piba se dirimió en la arena partidaria: Macri se quedó con la presidencia del PRO blandiendo el intangible de la identidad amarilla y haciendo equilibrio en la delgada cuerda de la ambigüedad. "Vamos a seguir defendiendo el cambio", avisó, sin que quedara claro el de quién, cómo, durante cuánto tiempo y desde qué trinchera.
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Postal típica de la era Milei con Patricia Bullrich al mando de las fuerzas de seguridad.
Eso fue en mayo. Cinco meses después, el PRO es la caricatura de aquel que sometió a la UCR en el gobierno de Cambiemos. Mientras el resto de la oposición se reunía en el rechazo al veto, una bancada de marionetas con la cara de Milei defendía al jefe del jefe. Cristian Ritondo con careta de Milei, María Eugenia Vidal con careta de Milei, Silvia Lospennato con careta de Milei... Si esto no es una fusión, ¿las fusiones dónde están?, celebraba Bullrich.
Los caminos de Mauricio Macri
El partido no terminó. Macri puede mirar el vaso medio vacío o medio lleno. A primera vista se ve al expresidente más vivo de la cuadra fagocitado por el loco exótico sin experiencia ni estructura política; a un líder degradado a su condición de esbirro y a un partido que, después de conocer las mieles del poder, se denigra como furgón de cola de un tren invertebrado con sello que todavía huele a tinta fresca.
Con todo, Macri no es un esbirro cualquiera, sino uno imprescindible para un presidente que, como volvió a quedar claro este miércoles, camina por el fleje de la gobernabilidad, además de enfrentar niveles crecientes de conflictividad en una sociedad que empieza a expresar cierto desencanto, sobre todo en una clase media -nervio determinante del humor social- que se derrumba a la velocidad del deterioro de los ingresos medios.
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El ajuste pega con dureza a las personas jubiladas, que hacen malabares para sostener lo mínimo de una vida en clase media.
¿El ingeniero puede capitalizar, de alguna manera tangible, el peso de sus votos dóciles en el Congreso?
¿Su tropa puede ganar terreno en el virtual cogobierno que imagina Bullrich?
¿Puede aspirar a algo más que las migajas que estaría dispuesto a ofrecerle el superasesor Santiago Caputo, que analizaría abrir el gabinete a "cuadros técnicos" de la cantera inagotable de talentos que se queman las pestañas al servicio del país en la Fundación Pensar?
El segundo tiempo de Mauricio Macri, un jabón
Si el modelo del ajuste perpetuo podría quebrar la historia y salir bien una vez en la vida de la Argentina, ¿habría segundo tiempo para la derecha timorata que quiso pero no se animó a meter motosierra hasta el hueso?
Si, en cambio, la historia se repitiera -una vez más- y Milei se pusiera el país de sombrero, ¿Macri podría despegarse del monstruo que ayudó a crear, como Cristina Kirchner está haciendo con su Alberto Fernández como si acabara de nacer de un repollo?
Si lo lograse, ¿cómo haría para evitar que el péndulo de aquel humor social gobernado por la clase media viajara -una vez más- hasta la otra punta y volviera -una vez más- a golpear las puertas del peronismo o de algún otro experimento nacional y popular que prometiera reconstruir -una vez más- el país arrasado?