VIEDMA (Especial) El martes 7 de octubre no fue un día más en la residencia de la madre de Fred Machado, esa quinta silenciosa que se recuesta sobre el río Negro y durante más de tres años funcionó como refugio, trinchera y frontera con el mundo exterior del financista de José Luis Espert. Ese martes, sin saberlo —o quizá sabiéndolo demasiado—, el empresario investigado por supuestos vínculos con el narcotráfico viviría su último día allí. Letra P fue testigo de su detención.
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El sol de la tarde comenzaba a bajar sobre el campo verde, cuando una intuición alteró todos los planes. La entrevista que este portal había pactado con Machado estaba pautada para las 17, pero una noticia desde Buenos Aires obligó a adelantarlo todo: a las 12.20, la Corte Suprema habilitó su extradición a los Estados Unidos, algo que reclamaba ese país desde 2021. En los alrededores de "La Gringa", la estancia-prisión, se sospechaba que la Policía Federal llegaría cerca de las 18.
A las 15 en punto, un mensaje directo bastó para que el portón blanco, de unos dos metros de alto y cuatro de ancho, se abriera lentamente. Del otro lado, un camino de cemento conducía hasta la vivienda principal, una casa de líneas simples y prolijas, rodeada de árboles y con un deck que miraba al jardín. Parado en ese escenario pulcro, aguardaba Machado.
casa machado
La previa de la entrevista con Fred Machado
El empresario estaba acompañado por su hermana, Malena Igoldi, y por su madre. La primera impresión fue de calma: un hombre cordial, de modales precisos, que ofrecía café y conversación. Pero en los gestos se filtraban otras cosas: nerviosismo, ansiedad, tensión contenida... Cada tanto, Machado atendía llamadas. A la novedad de la Corte se había sumado que el gobierno de Javier Milei habilitaría cuanto antes la extradición.
Machado hablaba en voz baja, cortaba el celular y volvía a marcar. En el aire había una electricidad invisible, como si algo o alguien estuviera por irrumpir en cualquier momento.
El jardín era un retrato de orden: árboles altos, una pileta de agua quieta, el césped perfecto, sin una hoja fuera de lugar. Todo daba cuenta de una calma aparente, la que antecede al estallido. Afuera de la estancia no había cámaras de TV ni periodistas. Sólo una camioneta azul, estacionada en una esquina, demasiado quieta para ser casual. No era de ningún vecino. Adentro había oficiales de civil, atentos.
Una charla con Fred Machado que terminó abruptamente
La entrevista formal con cámara fue suspendida. Machado dijo que no era el momento, pero aceptó grabar un testimonio exclusivo, a solas, dentro de la casa. La charla se desarrolló en el living, con el río al fondo y el eco leve de las hojas contra los ventanales.
Durante los primeros minutos se lo notó más relajado. Habló de sus vínculos, de su relación con Espert, de la diputada rionegrina Lorena Villaverde y de los almuerzos que, según dijo, había compartido con distintos dirigentes políticos y empresarios (Letra P no alcanzó a repreguntar por detalles). Su tono era sereno, pero sus manos no paraban de moverse. Tomaba el vaso de agua, lo dejaba, miraba el teléfono, lo giraba...
En el minuto 12 de la entrevista, de los 40 previstos, la tensión contenida se materializó. Una camioneta oficial de la Policía Federal ingresó a la propiedad, seguida de una Jeep civil y un Fiat Palio. Más de una decena de efectivos descendieron en silencio. Algunos llevaban chalecos identificatorios, otros vestían de civil, sin armas visibles.
Uno de ellos se acercó hasta el interior de la vivienda. Golpeó suavemente y, desde el umbral, le pidió a Letra P que se retirara. Fue un instante suspendido, una fotografía mental. Machado se quedó en silencio, como si esperara la interrupción. Luego se levantó del sillón con calma, sin decir palabra, y caminó hacia el deck de madera donde le indicaron que se sentara.
Este medio fue invitado a salir de la propiedad. En el aire, el silencio era espeso. Afuera, los autos policiales se alineaban como piezas de ajedrez. Un efectivo prohibió que se tomaran imágenes, bajo amenaza de acompañar al detenido en la alcaldía.
Eran las 15.30. El sol aún brillaba y, dentro de la casa, Fred Machado ya no era el mismo hombre que había ofrecido café media hora antes. Era un hombre enfrentando su destino, consciente de que el reloj había llegado a cero. En el interior del patrullero, mientras se lo llevaban, el empresario no dejaba de sonreír.