En la última década, la política global ha experimentado un auge de posiciones extremas que, tanto desde la derecha (Javier Milei en Argentina) como desde la izquierda (NIcolás Maduro en Venezuela), han logrado capitalizar el descontento social y la crisis de representatividad de las democracias contemporáneas.
Estos extremos, representados por figuras disruptivas, han utilizado estrategias de comunicación política caracterizadas por la confrontación constante y el uso intensivo de las redes sociales para dinamitar los consensos establecidos y consolidar el apoyo de nichos específicos. Sin embargo, este enfoque está mostrando señales de agotamiento.
La disrupción constante, un arma inicial poderosa para movilizar y diferenciarse de la política tradicional, comienza a desdibujarse en su capacidad para gobernar o generar transformaciones efectivas y sostenibles. Los votantes, atraídos en un primer momento por el magnetismo de la confrontación, parecen ahora desencantarse ante la incapacidad de estos líderes para ofrecer soluciones viables a los problemas estructurales. Al focalizar su energía en la oposición a "lo otro" —ya sea el establishment, los migrantes, las élites o las fuerzas opositoras—, estos movimientos extremistas han dejado de lado la creación de agendas propositivas.
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Javier Milei, el Topo que vino a destruir el Estado desde adentro.
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El caso de la extrema derecha es particularmente ilustrativo. Figuras como Donald Trump, Jair Bolsonaro y Marine Le Pen han construido su poder alrededor de mensajes nacionalistas, antiinmigración y antiglobalización, con un discurso agresivo y sin concesiones. Esta retórica las catapultó en su ascenso, pero la inestabilidad política que generaron, sumada a la falta de respuestas concretas ante crisis económicas o sanitarias, terminó erosionando su credibilidad. En muchos casos, el resultado ha sido un ciclo de desilusión que abre la puerta al regreso de liderazgos más moderados.
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A Donald Trump se le complicó el regreso a la Casa Blanca.
Por su parte, la ultraizquierda también enfrenta un destino similar. Movimientos como el de Podemos en España o el liderazgo radicalizado de ciertos sectores de la política latinoamericana, como el chavismo en Venezuela, han basado su discurso en la resistencia al neoliberalismo y la promesa de una transformación radical. Sin embargo, sus estrategias de confrontación, exacerbadas por la promesa de revoluciones que no han llegado, han caído en una narrativa repetitiva y vacía de propuestas efectivas que resuelvan las demandas sociales.
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El chavismo versión Nicolás Maduro se sostiene en Venezuela a fuerza de fraude y represión.
Este agotamiento de los extremos también se evidencia en el colapso de los populismos. Tanto los de derecha como los de izquierda han utilizado la comunicación política para movilizar mediante el descontento, simplificando los problemas complejos en binomios de “nosotros contra ellos”. Sin embargo, la complejidad de la gestión pública, junto a la polarización social que generan, ha expuesto la fragilidad de estas fórmulas una vez en el poder.
El ocaso de las estrategias basadas en la disrupción sin límites abre la oportunidad para una nueva etapa en la política contemporánea, donde los extremos puedan ceder terreno a posturas más reflexivas, capaces de reconstruir consensos y formular propuestas viables. Los votantes, tras años de polarización y enfrentamiento, parecen ahora más receptivos a liderazgos que prioricen la colaboración y la moderación. Ante este nuevo panorama, la pregunta no es si los extremos desaparecerán, sino si serán capaces de adaptarse a las nuevas demandas de la ciudadanía o quedarán atrapados en su propio discurso agotado.
En este sentido, el futuro de la comunicación política parece orientarse hacia la búsqueda de equilibrios dinámicos. La era de la confrontación sin límites parece estar llegando a su fin y, con ella, la necesidad de una política que no solo prometa cambios radicales, sino que también ofrezca soluciones reales.
Javier Milei vs CFK: falta de engagement y caída del rating
En el marco del agotamiento de las estrategias extremas, Cristina Fernández de Kirchner y Javier Milei representan, en muchos aspectos, polos opuestos en el espectro político argentino.
Sin embargo, además de las obvias diferencias políticas, ideológicas y reputacionales que median entre ambos dirigentes, es posible encontrar puntos en común.
- Discurso antisistema. Lo han cultvado la peronista y el libertario, aunque desde perspectivas muy distintas;
- Liderazgos personalistas. Ambos han desarrollado figuras extremadamente personalistas, donde sus movimientos dependen casi exclusivamente de su liderazgo;
- Retórica disruptiva emocional que busca polarizar el escenario político. Mientras Cristina lo hace posicionándose contra las políticas neoliberales, Milei adopta un tono incendiario contra el Estado y la “corrupción del sistema político” o ese conjunto borroso que denomina “casta”.
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- Uso estratégico de los medios. Tanto Cristina como Milei entienden el poder de los medios, aunque sus relaciones con ellos son distintas. Cristina, con una historia de confrontación con ciertos conglomerados mediáticos, ha sabido desarrollar una comunicación directa con su base, especialmente a través de actos masivos y redes sociales. Milei utiliza los medios de comunicación y las redes sociales de manera provocadora, buscando maximizar su visibilidad con frases disruptivas y entrevistas virales.
Embed - JAVIER MILEI: “AMO SER EL TOPO QUE DESTRUYE AL ESTADO”
Hay aquí un punto clave para la comunicación política, la reputación pública. Si es el emergente de la relación dinámica entre trayectoria y fama, la diferencia entre ambos contendientes es aún más asimétrica, más acá y más allá de encuestas de ocasión. CFK dos veces presidenta y por dos décadas la política más importante del país versus Milei, un producto del panelismo televisivo, con buena performance en redes sociales, pero sin legitimidad de gestión a la vista.
La fatiga de la confrontación
En el marco de la hipótesis del ocaso de los extremos, una discusión entre Cristina Fernández de Kirchner y Javier Milei en redes sociales, particularmente en Twitter (ahora X), tendría un impacto significativo en términos de engagement, pero el tipo de reacción que suscitaría podría estar evolucionando hacia un nuevo escenario de fatiga ante la confrontación constante, en el que puede comenzar a observarse que, si bien es posible que el engagement en torno a una discusión entre Cristina y Milei, sea alto en términos numéricos, comience a perder eficacia a largo plazo en términos de influir en la opinión pública general, sobre todo en sectores más moderados o cansados de la política polarizada podrían desconectarse. Estos usuarios han comenzado a mostrar signos de fatiga ante el conflicto constante y podrían percibir la discusión como más de lo mismo, sin un valor sustantivo para la vida política o económica del país.
Esta disminución del impacto en votantes no polarizados puede asociarse a la saturación de las redes sociales con este tipo de confrontaciones y podría tener el efecto contrario del que buscan ambos políticos: en lugar de movilizar nuevos votantes, podrían reforzar la idea de que los extremos no tienen respuestas a los problemas reales.
¿Es por el medio?
La discusión podría abrir espacio a nuevos actores políticos o figuras moderadas que, desde fuera del campo polarizado, aprovechen el cansancio de los usuarios con este tipo de intercambio para posicionarse como alternativas. Estos actores podrían utilizar la discusión entre Cristina y Milei para proponer enfoques más conciliadores y constructivos, apelando a un público que busca soluciones más que conflicto.
Quizá no se trate de la ancha avenida del medio, pero si de un punto de encuentro contingente (como el de los simulacros de evacuación) ante lo delicado y crítico de la situación social, política y económica del país. Así lo están comenzando a mostrar los resultados de los debates y votaciones parlamentarias, los pedidos de renovación, las movilizaciones sociales, a los que contraponerles vetos y represión aumenta y acelera la necesidad urgente de fortalecer la democracia y revertir el agotamiento de la ciudadanía.