DETALLES SIN IMPORTANCIA

De Alberto Fernández a Ricardo Quintela: la marca del bigote

Un accesorio facial que la política había sepultado hasta el presidente que terminó en escándalo histórico. Tradición vs. animé. La revolución clásica.

Cuenta la leyenda que, en 2019, el equipo de campaña del entonces flamante Frente de Todos intentó bajarle el nivel de abogacía a la imagen de Alberto Fernández, pero fue imposible extirparle el traje y la corbata. No hubo caso, tampoco, con siquiera rebajarle un poco el bigote, un accesorio en proceso de extinción en la política.

Cinco años, un fracaso y un escándalo histórico después de aquel tiempo de fe y esperanza para un peronismo que necesitaba cambiar de cara y prometía volver mejor, desde la Argentina que corre pegada a la cordillera asoma no un abogado, sino un contador público –dicen que son igual de aburridos- que se anima a proponerse como el rostro de la renovación –el despertador del peronismo, el “gigante dormido” que el círculo rojo da por muerto- con su cara dominada por un bigote clásico y su cuerpo enfundado en un igual de clásico traje con corbata.

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El gobernador de La Rioja pretende, entonces, liderar la batalla contra Javier Milei, el ídolo de las juventudes antitodo que rompió los moldes estéticos de la política con su raro peinado nuevo de animé japonés, con un estilo acartonado de peronista cajetilla de los ochentas.

Sólo la audacia riojana, cuna del líder que sacudió todas las estanterías con su porte de caudillo federal del siglo XIX, podría animarse a semejante acto de optimismo.

Ricardo Quintela, un peronista tradicional de 64 años para la renovación

En un perfil que Letra P publicó este sábado, al término de una semana de alta exposición del segundo riojano más famoso, Gabriela Pepe describió así a Quintela:

“Cacique peronista de la vieja escuela, Quintela fue uno de los pocos gobernadores del partido que quedó en pie después del tsunami electoral de 2023. Desde La Rioja, su nombre empezó a asomar como una referencia nacional y él salió de recorrida. Visitó otras provincias, armó un evento masivo para celebrar la reforma de la Constitución provincial y se anotó como posible candidato a presidir el Partido Justicialista (PJ) en las elecciones convocadas para el 17 de noviembre”.

“Por edad y estilo, está claro que el riojano no le ofrece al partido renovación de imagen. Ostenta la apariencia de un caudillo tradicional del interior (…). El riojano es, tal vez, más parecido al peronismo territorial que la expresión ambacéntrica que dominó al PJ en los últimos años”.

La democracia, según pasan los vellos faciales

En 1983, la democracia renació con bigote, uno bien tupido que llevaba Raúl Alfonsín. Paradójico, si se tiene en cuenta la pasión castrense por el vello que crece sobre el labio superior: al menos en aquel tiempo, un milico sin bigote era tan raro como un rockero de pelo corto.

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Raúl Alfinsín. 10 de diciembre de 1983.

Raúl Alfinsín. 10 de diciembre de 1983.

Carlos Menem fue un personaje disruptivo en todo sentido, también en términos estéticos, con su melena y unas patillas nunca vistas en el mainstream de la política nacional del siglo XX. Con todo, el riojano fue sacándose pelo de la cara a medida que fue matando al caudillo de la Argentina profunda y fue incorporando los brillos de la farándula porteña, además de los protocolos de la diplomacia internacional. De La Rioja al mundo, con menos pelo y más avispas.

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Raúl Alfonsín y Carlos Menem. 8 de julio de 1989.

Raúl Alfonsín y Carlos Menem. 8 de julio de 1989.

El cambio de siglo y los primeros 2000 fueron libres de bigotes en la Casa Rosada, a pesar de que entre 1999 y 2007 pasaron seis varones por Balcarce 50 (Fernando de la Rúa, Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Camaño, Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner), pero en esos años iba surgiendo un outsider que, desde las revistas del corazón en su doble condición de playboy heredero de un imperio y presidente exitoso de Boca, la mitad más uno, iniciaba un camino que lo llevaría, con escala en la intendencia porteña, hasta la cima del poder.

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Mauricio Macri, con bigote de presidente de Boca.

Mauricio Macri, con bigote de presidente de Boca.

En ese derrotero, concretamente en 2010, Mauricio Macri se despojaría del bigote clásico que portaba desde los 22 años, con una recaída que lo empujaría hasta el borde de la muerte cuando se atragantó con un mostacho falso imitando a Freddy Mercury.

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En 2023, Agustín Rossi caería como paracaidista en el segundo término de la fórmula presidencial del Frente de Todos convertido por desprestigio en Unión por la Patria. El rosarino había sido otra de las caras clásicas de la política argentina con bigote que se había subido, aunque recién en 2018, a la ola lampiñista que cubrió a la clase dirigente, donde sobresale Felipe Solá como uno de los últimos mohicanos.

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Agustín Rossi debate con Victoria Villarreal: duelo 2023 de aspirantes a la vicepresidencia.

Agustín Rossi debate con Victoria Villarreal: duelo 2023 de aspirantes a la vicepresidencia.

Ahora volvió a usarse el bigote, pero no es cosa de hombres grandes sino de hipsters de Palermo, rugbiers de San Isidro y hippies de barrio privado revolcados en la arena mística de las respiraciones conscientes, las lecturas de auras y los registros akáshicos, un universo muy ajeno al emergente Ricardo Quintela.

La irrupción de la ultraderecha liderada por Milei, como expresión radicalizada del hartazgo social con todo lo conocido, terminó de sacudir el mantel de un sistema político que hizo erupción en 2001, cuando la lava de la crisis sepultó al bipartidismo de la hegemonía peronista-radical, y construyó un bicoalicionismo que duró lo que tardó en producir dos fracasos consecutivos, el de Cambiemos 2015/2019 y el del Frente de Todos 2019/2023.

La discusión, ahora, es cuánto durará esta Argentina psicodélica de Milei, regida por unas reglas que ni siquiera conoce bien la propia fuerza gobernante, que define sus rasgos al andar. Acaso sea lo de siempre y la fecha de vencimiento sea establecida, otra vez, por la economía. En la Argentina pendular, acaso el reflujo, tan violento como cada vez que el país ha chocado, le abra una ventana a un rebrote clásico en el que el bigote vuelva a ser, pese a Alberto Fernández, un faro de esperanza.

Javier Milei y Yuyito González, en el ex-CCK.
Santiago Caputo. 

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