PERONISMO PARA ARMAR

Córdoba, la esquina donde chocan todos los pronósticos

La lógica de la política provincial impermeabiliza los debates nacionales. La probeta del partido cordobés y el futuro del PJ en las puertas de una renovación.

Córdoba, el rostro anticipado del país. Alguien acuñó esa frase para dar cuenta de algunos eventos que a lo largo de la historia tuvieron su germen en la provincia. Hoy, esa especie de probeta política se debate entre ser protagonista de una etapa que abra el camino a un nuevo peronismo y deje atrás los liderazgos de las últimas décadas, o la posibilidad de sumarse a una estructura en la que el justicialismo sea una pata más de una transversalidad encabezada por el sector que dialoga selectivamente y busca generar un consenso que contenga al 70% de la política nacional. Siempre desde una construcción de características provincialistas en la que las lógicas nacionales parecen no tener lugar.

Con una línea que elige el perfil conservador que rompió con el kirchnerismo en 2008, sirvió como base para la victoria de Mauricio Macri en 2015 y coqueteó con el actual gobierno en los tiempos previos a la pandemia, Córdoba se prepara para dar un nuevo paso y exportar su modelo de construcción al resto de la Argentina. La suerte de esa empresa no sólo depende del futuro electoral de Juan Schiaretti, sino de la resolución de la interna de Juntos por el Cambio (JxC), que con Patricia Bullrich encontrará menos espacio para sumar peronistas, y de la amenaza latente que, para todo el arco político nacional, representa Javier Milei.

Durante algunas horas, esta semana Córdoba volvió a estar en el centro de la escena nacional. Ocupando un rol protagónico que le hubiese gustado ocupar a su jefe político, Martín Llaryora se puso en el foco de todo el mundo tras descargar su euforia contra quienes llamó “los pituquitos de Recoleta”. Lo dijo durante las celebraciones por el triunfo de Daniel Passerini en las elecciones de la capital mediterránea, mientras en el búnker opositor, la primera plana de JxC empezaba a despedirse luego de haber viajado más de 600 kilómetros para celebrar una victoria electoral que finalmente se frustró.

Llaryora llama “nuevo partido cordobés” a una de las rarezas mediterráneas que atenta contra el espíritu de época marcado por el máximo esplendor de la grieta. Se trata de un armado que encabeza el PJ, con el kirchnerismo hipercamuflado, en donde la vicegobernadora electa, Myrian Prunotto, se reivindica radical y el viceintendente que asumirá en la capital el próximo 10 de diciembre, Javier Pretto, presidió el PRO hasta la noche misma de su proclamación como candidato.

Muchos mitos existen acá

El único peronismo que nunca estuvo alineado con el Frente de Todos gobierna Córdoba desde 1999. Sin embargo, hay analistas que siguen nombrándola, sin empacho, como “una provincia radical”. Ha quienes hasta se animan a decirle directamente “gorila”. De hecho, esa certeza es la que elevó los ánimos del cambiemismo durante todo el proceso electoral. “Siempre fuimos divididos y con una tercera oferta en el medio, en un mano a mano, es imposible perder”, era la lógica. No funcionó. Así y todo, para muchos peronistas de Córdoba, sobre todo del interior, el resultado provincial fue una catástrofe y todavía se preparan para facturar ante quien corresponda por la campaña y la estrategia.

La complejidad cordobesa ya había sido motivo de debate nacional cuando Horacio Rodríguez Larreta quiso sumar a Schiaretti a la interna de JxC. El cordobés proponía la creación de un nuevo frente amplísimo para vencer al kirchnerismo con la postura de centro antigrieta. El porteño buscaba una oportunidad para sumar aliados en su carrera contra Bullrich. Al gobernador de Córdoba nunca le dijeron tantas veces “kirchnerista” como durante la semana en que duró el debate y el ala opositora más intransigente unificó posturas detrás de quienes defendían la candidatura de Luis Juez.

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Durante años y aún hoy, el peronismo no alineado a Schiaretti lo acusa de haberle “entregado” el partido a Macri. Más allá de una relación personal que los unía en la previa a la llegada del fundador del PRO a la Casa Rosada, Schiaretti fue el peronista que más y mejor se llevó con el jefe de Cambiemos. Macri siempre lo llamó públicamente “mi amigo, el Gringo” y el kirchnerismo denunció esa alianza de modo permanente en la provincia.

Desde afuera, sin embargo, la mirada era otra. De hecho, un llamado “porteño” hizo bajar la lista kirchnerista de 2019 en la elección en la que, meses antes del nacimiento del FdT, Schiaretti fue reelecto con el 57% de los votos. El cálculo indica que el grueso de los votos del kirchnerismo fue al candidato que, después un par de meses de cordialidad, decidió lanzarse como candidato a la Presidencia señalando al costado de la grieta que se identifica con la vicepresidenta como la principal causa de los males argentinos de la última década.

Para eso, busca aliarse con Larreta y dice que las conversaciones para conformar “un gobierno de coalición” continuarán después de octubre. En medio de ese proceso, Llaryora gritó “pituquitos de Recoleta” y rápidamente el peronismo cordobés hizo fila para aclarar que, en realidad, el señalamiento no fue contra alguien en particular, sino que se trató de una crítica general que apunta a una forma de hacer política y gobernar.

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“Ese grito también contempla a Massa”, “los que gobiernan con una visión que concentra los recursos desde el AMBA son los kirchneristas”, “Llaryora también dijo ‘devuelvan la guita de las retenciones’ porque le está hablando al gobierno nacional”. Las aclaraciones se fueron sumando y el propio llaryorismo salió a reivindicarse como parte del peronismo antikricherista. Es decir, nadie sacará los pies del plato y la jefatura, hasta concretarse el cambio de mando en el Panal, permanecerá en manos de Schiaretti.

Del otro lado del charco político nacional, empezaron a sacar cuentas. Lo que antes era una discusión por despegarse de Schiaretti, se convirtió en una carrera para subirse a la expectativa que generaron las victorias de Llaryora y Passerini. “Hay un cambio generacional”, “son votos nuestros”, “es la vuelta de un peronismo más clásico que no se reuniría con el macrismo” y lecturas varias que también tienen asiento en el otro debate que divide al peronismo mediterráneo contradiciendo todos los manuales del análisis político: ¿qué hubiese hecho José Manuel de la Sota si estuviese vivo?

En el reino de la ucronía política, quienes se reivindican hijos del dirigente que le permitió al peronismo cordobés volver al poder a finales de 1998 discuten sobre la posición alguien que fue tan antikirchnerista como su sucesor, pero que experimentó un acercamiento final que, al menos, llegó a una reunión con Máximo Kirchner en los días previos al accidente que le costó la vida. Todo lo que sigue parece ser un debate cuya narrativa se acomoda a las necesidades coyunturales de cada cual.

Mientras en los diferentes sectores de Unión por la Patria quieren hacer valer el acuerdo que en 2015 sellaron De la Sota y Sergio Massa, y trasladar ese tipo de viejos lazos también al propio Llaryora y a Passerini, el schiarettismo no se preocupa. Sabe que detrás de lo que el candidato de Hacemos por Nuestro País llama “Modelo de Gestión Córdoba” está el invento delasotista más grande de la historia, el cordobesismo, y que tiene a todos los candidatos que el espacio tiene en el país diciendo que “hay que mirar lo que se hace en Córdoba”.

Ese bicho raro llamado cordobesismo

Esa transversalidad que desacomoda a los analistas que por estas horas discuten quién es más o menos “pituco” es la continuidad del que fundó De la Sota a finales del siglo pasado. Desde el PJ, el Gallego sumó a liberales y conservadores en un primer armado que llamó Unión por Córdoba. El nombre mutó a Hacemos por Córdoba cuando Schiaretti incorporó a un conjunto de partidos del centro progresista y tuvo su última metamorfosis cuando Llaryora agregó un poco de cada lado y lo renombró Hacemos Unidos por Córdoba.

En el medio, De la Sota parió un movimiento que llamó el cordobesismo. Era 2011, le acababa de ganar las elecciones provinciales a Luis Juez y se proponía empezar a pensar en grande. “Yo ya no soy un peronista cordobés, soy un cordobés peronista, y en este caso el orden de los factores sí altera el producto. Peronismo, radicalismo, socialismo, kirchnerismo no deben ser razones para dividirnos a los argentinos. Hoy le estamos poniendo nombre a esto que estamos haciendo desde Córdoba. Este modelo de crecimiento, que sigue produciendo cambios y transformaciones enormes se llama cordobesismo y nació esta noche aquí”, selló el 7 de agosto de 2011.

Así, lanzó el estilo que cuatro años más tarde lo iba a juntar con Massa para el armado con que quisieron terciar, sin suerte, entre el kirchnerismo que amagaba con irse y el macrismo que empezaba a nacionalizarse. El nuevo partido cordobés que proclama Llaryora hoy parece mirar más hacia afuera y no concentrarse sólo fronteras adentro.

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