De cara a una nueva contienda electoral, la Unión Cívica Radical (UCR) tiene hoy una oportunidad histórica: convertirse en la alternativa transformadora y moderna que la Argentina necesita. Lejos de los populismos—sean de derecha o de izquierda—que representan dos caras de una misma moneda, el radicalismo puede y debe ofrecer un camino distinto. Como presidenta de la Juventud Radical en la provincia de Buenos Aires, me toca conducir en un escenario profundamente adverso. Vivimos una etapa donde la política parece derechizarse incluso más que la propia sociedad.
En este contexto, algunos sectores del partido intentan arrastrarnos hacia pactos con el mismo conservadurismo autoritario contra el que nacimos como fuerza política. Atados a una lógica de supervivencia, ciertos dirigentes -más preocupados por renovar sus bancas y mantener “la caja” que por construir desde ellas- pretenden empujar al radicalismo a alianzas con personas que no solo no piensan como nosotras, sino que también nos vapulean a nosotros y a nuestros grandes hombres y mujeres de nuestra historia.
Desde la comodidad de sus oficinas en La Plata, muchos se olvidan de lo esencial: que nuestra vocación es transformar, no acomodarnos. Frente a esto, la mayoría de nuestros intendentes, dirigentes territoriales y militantes resisten. No están dispuestos a ceder ante una fuerza política que no comparte nuestros valores democráticos ni nuestro compromiso con la justicia social. Y tienen razones de sobra: a pesar del recorte brutal en la coparticipación y de la parálisis de la obra pública, son los gobiernos locales los que, con enorme esfuerzo, siguen dando respuestas a sus comunidades.
Mientras tanto, desde la Casa Rosada, el presidente profundiza su política de ajuste, sin mostrar sensibilidad hacia los sectores más vulnerables: jubilados, pymes, personas con discapacidad, pacientes oncológicos, infancias, las diversidades, entre otros.
El gobierno de La Libertad Avanza (LLA) es populista, de extrema derecha, y gobierna a fuerza de relato y de decreto. Erosiona las instituciones, desacredita al Congreso y a la Justicia, y promueve desde el poder central una cultura de violencia y desprestigio hacia cualquier actor crítico.
El futuro de la UCR
En este marco, pensar en una alianza entre el radicalismo y el oficialismo nacional no solo es ideológicamente inadmisible, sino que supone una pérdida de credibilidad y un acto de complicidad con un modelo que atenta contra las estructuras colectivas del país. Somos el partido que defendió durante décadas la educación pública, los derechos humanos, la libertad de expresión, las políticas de género y de salud. No podemos traicionar esa historia.
El desafío es grande. En un escenario polarizado, la discusión pública queda reducida a una falsa dicotomía: kirchnerismo o La Libertad Avanza. Ninguno de esos extremos nos representa. Tampoco compartimos la visión de quienes utilizaron el Estado de manera corrupta para conservar privilegios y perpetuarse en el poder.
Hoy, el radicalismo tiene una oportunidad única: diferenciarse de los populismos que no transforman y que, pese a sus promesas de cambio, nos siguen dejando con la sensación de que el verdadero cambio aún no llegó. Sedujeron a las juventudes con la ilusión de un futuro material más accesible, pero siguen mirando el presente con los ojos del pasado.
Confío en los liderazgos genuinos, con vocación de servicio, y en las nuevas generaciones que trabajarán para que nuestro centenario partido vuelva a ser alternativa. Es tiempo de ordenar prioridades, de atender las urgencias reales y de traer nuevos debates a la agenda pública. Porque en política no vale todo.
Los partidos no tienen un derecho divino a existir: deben ganarse su lugar cada día, con coherencia, con propuestas y con valores. Renovarse no es entregar la historia, ni los ideales, ni las luchas que nos fundaron.
Abran paso. Hay una generación que no se rinde, que no transa y que no le teme al futuro.