"No me gusta hablar sobre la política de otro país, pero lo único que puedo decir es que cuando Alberto ganó las elecciones en la Argentina fui muy feliz. No sé si será candidato o no, no sé cuántos candidatos disputarán las elecciones, pero lo único que espero es que la Argentina no permita que la extrema derecha gane las elecciones”, se explicó, con buena información sobre qué decir y qué no decir respecto de las postulaciones en el oficialismo.
"La extrema derecha no funcionó en ningún país que gobernó", abundó, a la vez que le pidió al "pueblo argentino" que "no permita aquí un desastre a nivel electoral". Para no gustarle hablar de la política de otros países, fue bastante explícito.
Lula da Silva extrapoló la experiencia de Jair Bolsonaro a un sistema y una coyuntura políticos diferentes. ¿Qué sería en Argentina la extrema derecha o, mejor dicho, cuáles serían sus confines?
Dada las afinidades confesadas repetidamente, en especial durante el proceso electoral brasileño, sin dudas ese sector está representado por el presidenciable Javier Milei. El minarquista, con todo, difícilmente sea el próximo presidente, lo que obliga a agudizar más la vista para entender el mensaje de Lula da Silva. Patricia Bullrich también milita en esa área y, según sus posicionamientos recientes, podría decirse que también lo hace Mauricio Macri; ambos están ahora justamente en una juntada prolongada en Cumelén. ¿Y Horacio Rodríguez Larreta, quien fue una voz bastante solitaria en el PRO cuando se congratuló por el triunfo del izquierdista en el país hermano? En ese punto se hace difícil precisar los marcos de la advertencia mencionada.
Una prueba indirecta
Lo que el brasileño no quiere es convivir tres años con un gobierno hostil en Argentina o, incluso, con uno cuya visión sobre el mundo y la región, la relación bilateral, el contenido del Mercosur y el futuro de los aparatos industriales sea demasiado divergente. Importe o no –esa respuesta es tuya–, lo que no desea puede distinguirse por vías indirectas.
En perfecta sintonía con Fernández, Lula da Silva dijo que "el problema venezolano se resuelve con diálogo, no con amenazas de ocupación". Asimismo, reiteró su decisión de restablecer plenas relaciones diplomáticas con Caracas. "Debemos tratar a Venezuela y Cuba con mucho cariño", añadió.
La interpretación es libre. La de medios como Clarín e Infobae es que, junto a Fernández, "defendió" a los regímenes de los dos países mencionados. La de este medio es diferente: nadie reivindicó nada y, de hecho, Argentina ha votado repetidamente en la ONU contra las violaciones a los derechos humanos en Venezuela. Nadie considera a Maduro un demócrata y, de hecho, acaso no lo haga ni él mismo, ya que se asume más bien como un líder revolucionario. Lo que se reivindica es el rechazo a la injerencia extranjera –estadounidense, bah– en los asuntos internos de países que tienen tantos problemas con la democracia como muchos otros, pero que son sancionados, antes que por eso, por su posicionamiento de izquierda… o como se quiera llamar eso que impone el madurismo.
El presidente poschavista finalmente se bajó del viaje a Buenos Aires y envió a su canciller, Yván Gil Pinto, para que lo represente este martes en la VII Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Argumentó para eso la existencia de "planes extravagantes" elaborados por "la derecha neofascista, cuyo objetivo es llevar a cabo una serie de agresiones en contra de nuestra delegación encabezada por el presidente". Así, informó Caracas en un comunicado, Maduro tomó "la decisión responsable" –dice él– de cancelar su participación.
Referentes de Juntos por el Cambio (JxC) como los mencionados Bullrich, Rodríguez Larreta y Macri, María Eugenia Vidal, Mario Negri, Martín Lousteau y otros festejaron que sus denuncias políticas y judiciales hayan llevado a ese desenlace, uno opuesto al del cubano Miguel Díaz-Canel, quien sí llegó al país. Para bien o para mal, todas esas referencias del antiperonismo tienen una visión de la política regional e internacional divergente de la del brasileño, receloso de los intereses estadounidenses –prístinamente expresados en los últimos días por la jefa del Comando Sur, Laura Richardson– en una Sudamérica que él pretende liderar.
Asimismo, en JxC predomina la idea de una apertura comercial multilateral, de una flexibilización del Mercosur, de un rechazo a que el bloque sea una herramienta de cuño desarrollista en beneficio de sectores industriales nacionales en buena medida protegidos… ¿Será todo ese conglomerado, JxC en pleno, lo que Lula da Silva piensa como una derecha dura y exacerbadamente pronorteamericana?
En defensa propia
Sea cual fuere la ribera de la grieta en la que cada quien se pare, es atractivo –y simple– interpretar estas cuestiones en términos ideológicos. Animémonos a más. Escribimos aquí sobre la cuestión de la mal llamada “moneda común" –en verdad, una simple unidad de cuenta que, como explicó Sergio Massa, vincularía las paridades de las divisas regionales para que, cámaras de compensación mediante, el comercio no deba pasar por el dólar– y a los planes para un financiamiento del BNDES al segundo tramo del gasoducto Néstor Kirchner, necesario para exportar el fluido a Brasil.
Fuera de eso, más relevante para entender qué tiene en la cabeza Lula da Silva es el entendimiento para la creación de un fondo de garantías comerciales. Según el mecanismo –que en los papeles será recíproco, pero que está diseñado a la medida de una relación en la que solo una de las partes carece de dólares para comerciar–, el Banco do Brasil prefinanciaría a 366 días las exportaciones de sus empresas a nuestro país. Para que eso –¿anuncio de un mayor déficit comercial?– no sea un subsidio con pérdida para el Estado, Argentina deberá presentar garantías, algo que una fuente del gobierno del país vecino definió en diálogo con la agencia Reuters como "títulos chinos, contratos de compra de gas, trigo… Algo con liquidez internacional que garantice que, en caso de falta de pago del importador argentino, Brasil pueda acceder para compensar esa falta".
Más clarito: el proyecto de Lula da Silva –igual que en sus dos mandatos anteriores– tiene corazón e impronta social y valórica de izquierda, pero por encima de eso es desarrollista, esto es de promoción de industrias que tienen grandes dificultades para vender sus productos fuera de Sudamérica en general y del Mercosur en particular. De ahí la idea de un bloque regional fuerte, el rechazo a su reciclaje en un mero acuerdo de libre comercio que permita, por caso, la pretensión uruguaya de una apertura hacia China y el rechazo a la forma en que Estados Unidos entiende sus intereses en la región.
La cuestión pasa por los intereses nacionales, que hoy están más vigentes que nunca. Entonces, la pregunta es si la concepción político-económica del Brasil actual le conviene o no la Argentina, a su propia industria, a su horizonte hidrocarburífero y a su sociedad necesitada de empleo de calidad. Ahí sí vuelve la ideología, pero no sin pegar primero la vuelta descripta.