La visita de Luiz Inácio Lula da Silva, quien llegó en la noche del domingo al país, y su participación en la VII Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), que se realizará este martes, son dos novedades que modifican radicalmente la relación bilateral y la política regional. La primera salida al exterior del nuevo presidente de Brasil –quien cumple con la tradición de realizarla a la Argentina– pone punto final a cuatro años de aislamiento de Jair Bolsonaro, quien mantuvo una relación tirante con el Gobierno peronista por motivos ideológicos y que perdió casi todo arraigo internacional cuando Donald Trump fue reemplazado por Joe Biden.
Además de capturar la atención de las 33 delegaciones presentes en la cumbre, Lula da Silva visitará el 10 del mes próximo a Biden en Estados Unidos, en marzo irá a China y posteriormente asumirá las presidencias pro tempore del Grupo de los 20 (G-20), del Mercosur y del bloque de potencias emergentes BRICS. Su regreso será irresistible.
El tramo bilateral de la visita de Lula da Silva –a las 10:45, reunión en la Casa Rosada, a las 12 firma de acuerdos y a las 15 encuentro con empresarios, entre otras actividades– dará lugar a la exposición de una mirada común sobre asuntos cruciales, entre ellos la idea de un mayor intercambio comercial en el marco de un Mercosur fortalecido, una mejor articulación público-privada en materia de inversiones y una nueva vuelta de tuerca de la integración en infraestructura. Asimismo, permitirá la firma de una serie de acuerdos de importancia.
Uno de esos entendimientos es la "creación de una moneda común", bautizada "Sur", a la que se invitaría a sumarse a los demás países de América del Sur. Hablar de "moneda común" es excesivo ya que ese objetivo final quedaría para un momento impreciso del futuro, si es que llega, condicionado como estará por una asincronía política entre los dos países que podría recrearse tan pronto como dentro de menos de un año. Más importante: Argentina podría avanzar hacia algún tipo de unificación monetaria con su socio más importante en el mundo el día en que, para empezar, tenga una moneda propia, esto es no una que pierde la mitad de su valor cada año. Mientras ese momento llega, lo que regiría –y que no deja de tener relevancia– sería una suerte de unidad de cuenta que permita compensar saldos comerciales sin pasar por el dólar, algo que aliviaría el delicado estado de las reservas internacionales del país y que redoblaría la solidez de las del vecino.
El futuro tiene un nombre raro
Es el de Vaca Muerta, claro. Otro acuerdo de relevancia apuntará a un financiamiento del BNDES brasileño al segundo tramo del gasoducto Néstor Kirchner, el que llevaría el fluido hasta la frontera entre Paso de los Libres y Uruguayana, permitiendo darle a ese recurso una salida exportadora de enorme valor.
Según supo Letra P, también en ese aspecto el entendimiento será general. "El cheque no va a estar" para avanzar en esa obra, escuchó este medio, pero sí el compromiso firme de que los preparativos técnicos y burocráticos se aceleren al máximo para que la construcción comience ni bien termine en julio –ojalá sea así– la construcción del primer tramo, que traerá el gas neuquino al área metropolitana, permitiéndole al país un ahorro ingente en importaciones del oneroso gas natural licuado (GNL).
El retorno al poder de Lula da Silva allanaría el ingreso, este mismo, año de la Argentina al grupo BRICS, compuesto por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. El BRICS, sin embargo, no será simplemente BRICSA, sino que su sigla se adaptará a un formato nuevo cuando se defina qué otra nación ingresará en la próxima ronda de ampliación.
Es positivo que Argentina participe en un foro de países emergentes relevantes, lo que le daría oxígeno para respirar –aunque sea un poco– fuera de la atmósfera estadounidense y le abriría la chance de acceder al créditos en condiciones preferentes. Para empezar, la confirmación de la membresía supondría la llegada de 700 millones de dólares que vendrían muy bien para cerrar la ecuación de las reservas en un año en el que la sequía pegará duro sobre las exportaciones granarias.
Sin embargo, el timing no es el más cómodo, por caso, para una asociación con Rusia debido a la masiva impugnación internacional al gobierno de Vladímir Putin por la injustificable invasión a Ucrania. Asimismo, la ampliación de los anillos concéntricos de la influencia china inquieta a Estados Unidos, potencia establecida que trata de frenar como puede el auge de la emergente. Esa tirria se le representará de modo bien concreto al país ni bien el Gobierno anuncie la licitación para el tendido de la red de Internet de alta velocidad, el 5G, que Sergio Massa apura como otro modo de recaudar dólares imprescindibles. Washington, tanto con Trump como con Biden, patrulla el mundo para excluir en toda la medida posible al gigante Huawei de la provisión de equipos.
Como esas parejas que se amaron mucho, se separaron por los avatares de la vida y, al reencontrarse en la madurez, descubren que la relación ya no es posible, reaparece en este punto la posibilidad de una asincronía argentino-brasileña. ¿Sobreviviría la idea de una adhesión nacional al gripo BRICS –que tiene patrocinio indio y brasileño, así como el visto bueno de Moscú y de Pekín– a la llegada de un gobierno de Juntos por el Cambio (JxC), sobre todo si este fuera encarnado por el ala más militantemente proestadounidense de Patricia Bullrich?
Mercosur old-fashioned
Con el Lula da Silva 3.0 –que provoca "un entusiasmo enorme" en la Casa Rosada– regresa la mirada brasileña de un Mercosur desarrollista, en el que la integración apunta al fortalecimiento de los tejidos industriales de los países y se apalanca en inversiones privadas y estatales. La idea de Luis Lacalle Pou de que el bloque deje de ser una unión aduanera –imperfecta como es– y se recicle en un simple tratado de libre comercio entre otros, lo que le abriría la puerta a una apertura irrestricta con China, va a correr menos que nunca.
Con el nuevo presidente brasileño eso será imposible, pero es bueno recordar ya lo fue con Bolsonaro, quien amagó mucho más que lo que concretó en la materia debido a la presión del empresariado de su país y también de sectores del entonces –¿todavía?– poderoso segmento militar.
La grieta mete la cola
Fernández se toma en serio su momento internacional y celebra el alto nivel de asistencia que registrará "su" cumbre, la reunión de una suerte de OEA sin la voz y el voto de Estados Unidos y Canadá. Hasta se encargó de desafiar las quejas opositoras y aclaró que "Venezuela es parte de la Celac y (Nicolás) Maduro está más que invitado".
Juntos por el Cambio está que trina. Mauricio Macri se arrogó en Facebook la representación de "la inmensa mayoría de los argentinos", quienes, dijo, "sentimos vergüenza de que nuestro país se asocie con otros donde hay persecución, tortura, narcoterrorismo, presos políticos y elecciones fraudulentas que se burlan de la democracia". Los dardos fueron para Maduro y para el cubano Miguel Díaz-Canel.
El canciller, Santiago Cafiero, le dio a Macri una dura respuesta política.
Previendo la vía muerta a la que conduce la creciente y disparatada ofensiva judicial para que el venezolano sea detenido si pisa suelo argentino, Bullrich apeló a una carta más expeditiva, pero igualmente inocua: la apelación a una acción de la DEA.
Polémicas aparte, la alta exposición internacional le permite al Presidente darle volumen a su plan de "puesta en valor" de su gestión. Los encuentros con Lula da Silva marcan el inicio de una temporada alta internacional para Fernández. El sábado llegará –pasando también por Brasil y Chile– el canciller alemán Olaf Scholz con una agenda predominantemente energética y ambiental.
Lula da Silva, claro, se mostrará ampliamente con Fernández, su homólogo y amigo. Sin embargo, también se verá con Cristina Fernández de Kirchner, a quien ni necesitará hablarle de la importancia de que el frente panperonista no se rompa para que la comunión de visiones que se está reinaugurando no encuentre un freno brusco.