Cristina Fernández de Kirchner sorprendió al reaparecer, tras el intento de magnicidio del que fue víctima, rodeada por una guardia muy especial. Ni pretoriana, como en la época de los romanos, ni de hierro, como el nombre que llevaba la organización creada en la resistencia peronista; sino formada por personas de fe (cristinista). Sacerdotes bergoglistas de la pastoral villera y también del Grupo de Curas en Opción Preferencial por los Pobres (OPP), más religiosas y laicas consagradas que dan pelea en las barriadas populares que levantaron una única bandera con la frase que el mártir riojano Wenceslao Pedernera le dijo a sus hijas antes de ser asesinado por la dictadura: “No odien”.
La motivación de la vicepresidenta para reunir a esta fuerza espiritual en el Salón Provincias del Senado, dos semanas después del ataque fallido perpetrado por Fernando Sabag Montiel, era doble. Una, dar gracias porque, como dijo, siente que está viva "por Dios y por la Virgen”. La otra, pedirle a esta tropa religiosa, parafraseando al papa Francisco: “Recen mucho por mí, porque lo necesito”.
Fernández de Kirchner logró juntar a las dos vertientes de curas que viven y trabajan pastoralmente en los barrios populares y siguen la prédica del obispo riojano Enrique Angelelli, beato mártir de la última dictadura militar: “Con un oído en el pueblo y el otro en el Evangelio”. Unos, inspirados por Jorge Bergoglio durante sus años de arzobispo de Buenos Aires; otros, autoproclamados “herederos” del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo. También expuso una percepción que era vox populi en ambientes eclesiásticos, políticos y sociales y que muchas veces genera malestar entre quienes profesan la fe católica: su comunión con la doctrina peronista kirchnerista.
El atentado del 1 de septiembre contra la expresidenta zanjó las diferencias ideológico pastorales mínimas que los separaban. Desde entonces, los gestos públicos fueron más homogéneos, pese a no haberlos consensuado previamente. Villeros y OPP salieron prontamente a repudiar el ataque y los "discursos de odio" que lo precedieron, fueron juntos a la Misa por Cristina en la basílica de Luján que tanta polémica interna suscitó en la Iglesia y volvieron a mostrarse como una sola columna identitaria de los sacerdotes de las villas durante el encuentro del jueves con ella en el Senado.
La coprotagonista de la reunión de CFK con la militancia religiosa fue Ana María Donato, laica consagrada de la Compañía de Aprendices de Jesús, quien hizo emocionar hasta las lágrimas a la vicepresidenta con sus palabras. “Gracias, gracias, gracias. Amiga y compañera del camino de los pobres. En tu gestión y en la de Néstor (Kirchner), los pobres comieron bien y fueron felices”, dijo entre los aplausos de las personas presentes y agregó: “Te persiguen porque sos mujer, porque sos inteligente y porque tomás decisiones estructurales para el país, para el continente y para el mundo”. Luego, ambas se trenzaron en un abrazo.
Además de sus “amigas” las Hermanas Carmelitas Descalzas de la localidad bonaerense de San Nicolás, ausentes por ser monjas de clausura, CFK estuvo rodeada por una guardia religiosa casi completa. Casi al comienzo de la reunión, la vicepresidenta notó que no estaba el cura Pepe Di Paola, una de las figuras referenciales de los curas villeros que había concelebrado la misa en Luján, y le preguntó por él a Lorenzo De Vedia, párroco de la iglesia Milagros de Caacupé en la Villa 21-24 de Barracas, quien le respondió: “Está con covid, mandó saludos”. En tanto, la ausencia con aviso del sacerdote Pancho Velo, de la diócesis de Merlo-Moreno, fue justificada por su compañero Ignacio Blanco, de la diócesis de Quilmes.
La lista de curas villeros fue encabezada por De Vedia, quien abonó a la grieta eclesiástica al decir que fueron a Luján “con mucha convicción” y enfatizar: “No pedimos disculpas por eso; estamos contentos de haber estado”; seguida por Nicolás Angelotti, de las villas matanceras Puerta de Hierro, San Petesburgo y 17 de Marzo, amenazado de muerte por grupos narcos y referencia espiritual de Máximo Kirchner; Carlos Olivero (Villa Palito, diócesis de San Justo), Adrián Bennardis (Villa 3 y Barrio Ramón Carrillo), Pedro Baya Casal (Villa Rodrigo Bueno) y Guillermo Torre (Barrio Nicol, diócesis de Gregorio de Laferrere), entre otros.
En la mesa central de la Cámara alta, sentado al lado de Cristina Fernández, estaba Domingo Bresci, uno de los fundadores del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo. También, los curas OPP Eduardo de la Serna, Paco Olveira –junto a la gorra con la leyenda “CFK 2023"- y Ricardo Carrizo, quienes el martes fueron llamados por Oscar Parrilli para decirles que la vicepresidenta quería verlos para agradecer por la vida.
Otros presentes de esa vertiente sacerdotal fueron Carlos Gómez, el cura que cantó la Marcha Peronista en una iglesia; Jacinto Aranda, Jorge Marenco, Marcelo Ciaramel, Roberto Ferrari y Juan Ángel Dieuzeide, el más longevo del grupo que rezó por CFK.