El lunes comenzó con amenaza de tormenta. No meteorológica, sino política, esto es un reinicio del drama que puso al país patas para arriba el último sábado.
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El lunes comenzó con amenaza de tormenta. No meteorológica, sino política, esto es un reinicio del drama que puso al país patas para arriba el último sábado.
"Los K volvieron a ocupar la calle y la Ciudad dice que Cristina Kirchner incumplió el acuerdo", indicó Clarín. "No pueden tener de rehenes a los vecinos del barrio", dijo el ministro de Justicia y Seguridad porteño, Marcelo D’Alessandro. "Si no liberan la calle, por supuesto que va a trabajar la infantería", amplió el funcionario.
La verdad es una cosa maleable y –se sabe– depende de quién mire. Al revés de todo lo anterior, para Página/12, "cerca de las 22 horas" del domingo, "una enorme concentración de fuerzas policiales volvió a rodear la casa de Cristina Kirchner en el barrio de Recoleta" a pesar de que "los manifestantes se habían disgregado". La Argentina se ha tragado definitivamente al centro político.
Si el "Pacto de la Recoleta" del sábado a la noche –levantamiento del acampe cristinista y cese de la presencia policial… las vallas ya habían sido removidas por la multitud– había provocado malestar entre la dirigencia y el público yihadista de Juntos por el Cambio, el regreso de la tensión fragiliza más al errático Horacio Rodríguez Larreta. Patricia Bullrich acusó al Gobierno de la Ciudad de mostrarse "débil". "En la seguridad no podés tener miedo. Cuando tomás la decisión de poner la valla, la mantenés y no te corrés de ahí (…). Ayer (por el sábado) nos erosionaron el carácter", aleccionó a su rival por la candidatura presidencial del PRO.
La interna opositora quema. Bullrich arremetió contra las "negociaciones paralelas". En nombre de su jefe político, le contestó Felipe Miguel: "Estas declaraciones tienen un interés personal. (Bullrich) prioriza intereses personales. Le pido que reflexione".
Decir que el centro político fue tragado por un agujero negro de furia significa que los dirigentes de vocación moderada ya no pueden darse el lujo de actuar como tales y que deben sobreactuar radicalización para no quedar fuera de un sistema que se ha vuelto irremediablemente centrífugo. Sin embargo, un halcón nace como tal, no se hace: Rodríguez Larreta ensayó con vallas, pero se las levantó la gente; puso policías que tuvieron que negociar la retirada, atascados como estaban en las estrechas calles del barrio VIP; dio una conferencia de prensa en tono duro, pero terminó balbuceando el cliché de "cerrar la grieta". Sus dichos y hechos se patean entre sí.
Miguel, jefe de Gabinete porteño, justificó el sábado una de las medidas más absurdas de los últimos tiempos en la política nacional –las vallas y el despliegue policial– en la idea de "asegurar la paz social". Es de esperar que recuerde que no aseguró nada de eso cuando vuelva a pensar en sacar a la Infantería a la calle.
Ahora bien, si Larreta no tiene el plumaje que se requiere para ser un ave diferente a una paloma, ¿por qué la tribuna a la que le habla habría de preferir la imitación al original? Bullrich sabe eso y le mete el dedo en la llaga.
En la Argentina hay una multitud para cada causa y, así como una –nutrida, militante y convencida– protege hoy a Cristina, también hay otra –opuesta e iracunda– que espera en los balcones la hora de volver a bajar a la calle. Todas esas multitudes, cuando se arropan endogámicamente, se sienten "el pueblo". Spoiler: ninguna lo es del todo.
Se dice en estas horas que la vicepresidenta recuperó "la centralidad" en la política nacional. Es cierto que todo parece girar, más que nunca, a su alrededor, pero la idea de "centralidad" es engañosa: más que un eje, Cristina es un polo y enfrente hay otro. Que nadie olvide eso.
La crisis es política y profunda. Peor: es institucional. ¿Cómo termina esta saga? ¿Cómo se resuelve? ¿Con el Poder Judicial sesgado que tiene el país "entrando en razones" y absolviendo a Cristina? ¿Con el cristinismo orgánico y silvestre llevando al extremo la desobediencia o, por el contrario, asumiendo resignado que no hay sociedad posible si se lleva a fondo el embate contra los jueces? ¿Con un indulto de constitucionalidad discutible y políticamente suicida? Es duro decirlo, pero el país puede haber entrado a un callejón sin salida. Sobre llovido, mojado: a esto hay que sumar la crisis económica y la campaña electoral inminente.
Como los choques en cadena, los desastres suelen ser más el producto de una suma de errores graves que de un solo hecho desafortunado. Todo comenzó, desde ya, con la grieta con la que lucran tantos y tantas pero que al país no le sirve para nada. En nombre de esas tirrias, medios líderes, militantes y trolls de redes sociales se han divertido por largo tiempo dando direcciones de dirigentes para fomentar escraches. Acierta Cristina Kirchner cuando denuncia que eso le pasó una y mil veces.
Desde hace semanas, Letra P ha advertido sobre la presencia de patrullas sueltas por el centro, compuestas por un puñado de personas que se entregaron full time a la faena cotidiana de hostigar a figuras del peronismo, a amenazar megáfono en mano a la vicepresidenta, a arrojar piedras y excrementos contra la Casa Rosada y hasta a apostarse, amenazantes, frente a ella con antorchas. Ante eso, la Policía de la Ciudad se limitaba a confraternizar con los violentos, como consta en innumerables videos posteados en las redes sociales.
El sábado, el cuerpo de seguridad del que tan orgulloso se dice el alcalde filmó, sin que se sepa por qué, a simples manifestantes, amedrentó con una presencia desmedida, se cebó contra legisladores y contra el gobernador Axel Kicillof, a la vez que agredió al diputado Máximo Kirchner, quien debería haber podido transponer el vallado sin problemas para llegar a la casa de su madre. La Policía, que también manda a las calles patrulleros sin patente ni identificación, mete bala de más y "pudre" manifestaciones diversas con personal de civil, en verdad suele dar vergüenza.
Sin embargo, Cristina Kirchner dice solo parte de la verdad. El sábado, mientras la calle ardía bajo su balcón y peligraba la salud de los efectivos y de sus propios simpatizantes, emitió una carta abierta que no ayudó precisamente a calmar los ánimos; luego calló largamente.
A última hora, tras el breve "Pacto de la Recoleta", se subió a un estrado improvisado y no solo confrontó con dirigentes, sino también con una parte amplia de la sociedad. Asimismo, buscó reforzar el consenso que, espera, logre blindarla de sus problemas judiciales, al denunciar que la Argentina gorila "quiere exterminar al peronismo". El peronismo es ella, se supone. Así las cosas, ¿quién va a querer quedarse afuera?
Para más, dejó a la multitud desahogarse con el "Larreta, basura, vos sos la dictadura" y con la advertencia sobre "el quilombo" que se va a armar si la tocan. Pudo pedir mesura, despegarse de las consignas ultras, pero no lo hizo. Al final, mandó a su gente a descansar tras un "largo día" y no pidió, ni siquiera, dejar la movilización en suspenso.
Hablar de la súbita desaparición del centro político es más que dar una referencia geográfica: hay una gobernabilidad que queda en entredicho. En este contexto, ¿quién garantiza la continuidad de la calma chicha que dominó las operaciones financieras de las últimas ruedas? La desaparición del centro es un problema doble para Sergio Massa: el suelo político se abre bajo sus pies y su rol como ministro económico se hace particularmente complejo.
Asimismo, con elecciones en el horizonte, si todo será cristinismo o derecha dura, las recetas que se abran paso para lidiar con la larga crisis nacional podrían oscilar entre la inercia inconducente y un ajuste de miedo. Otra vez aparece en el horizonte la gobernabilidad como un desafío.