Alberto Fernández no tomó dimensión de la crisis que se desató el sábado con la tantas veces preanunciada pero por él impedida salida de Martín Guzmán del Ministerio de Economía. Recién a las ocho de la noche, de un asado familiar de mediodía, volvió a la quinta de Olivos, donde, se conoció este domingo, nunca reunió a su mesa chica de urgencia en la frenética jornada. Recién lo hizo este domingo. Como las veces en que no quiso levantar el teléfono para hablar con Cristina Fernández de Kirchner, sabiendo de antemano los reclamos que le esperaban, el Presidente se negaba a retocar su gabinete más allá de lo indispensable para cubrir la vacante que acababa de abriese.
A diferencia de lo ocurrido en otras crisis, esta vez su propio núcleo íntimo le pide que aplique cirugía mayor: Santiago Cafiero, Agustín Rossi, Vilma Ibarra y Juan Manuel Olmos terminaron convenciéndolo de invitar a la residencia a Sergio Massa. En este domingo de rosca, el titular de Diputados fue y volvió, escapando de la guardia periodística. Su regreso por la tarde indica que el mandatario terminará aceptando lo que no quería.
Quienes lo quieren incluso se lamentan de que Fernández, menos desgastado, no hubiera aprovechado otro domingo, el de Pascuas, para hacer los cambios que hace meses se imaginaban urgentes para oxigenar un elenco ministerial atravesado por el internismo.
Fernández estaba encaprichado con buscar solo un reemplazante para Guzmán. El propio ministro renunciante le marcó, en su carta de despedida, que no era una cuestión de cambio de figuritas. "Desde la experiencia que he vivido, considero que será primordial que trabaje en un acuerdo político dentro de la coalición gobernante para que quien me reemplace, que tendrá por delante esta alta responsabilidad, cuente con el manejo centralizado de los instrumentos de política macroeconómica necesarios para consolidar los avances descriptos y hacer frente a los desafíos por delante", redactó. En privado, ante el Presidente, le había reclamado lo mismo antes de tuitear su dimisión.
Fernández no sólo esquivó, por ahora, llamar a Cristina Kirchner. Tampoco se comunicó con los gobernadores que acaban de abroquelarse en una Liga para influir en la toma de decisiones en una coalición resquebrajada. En su mesa chica creció la preocupación por el encierro presidencial en un laberinto que, cada hora que pasa, se va volviendo más estrecho y más asfixiante.