No se le podrá preguntar a Salvador Allende cuál sería el momento más cercano a esa apertura “de las grandes alamedas” vaticinada en la previa de su derrocamiento, en 1973, pero la asunción de este viernes de Gabriel Boric como nuevo presidente de Chile será el punto histórico más cercano a ese anhelo socialista. La llegada del mandatario más joven de la historia nacional al Palacio de la Moneda con la agenda progresista más importante desde entonces, y con una Allende en el gabinete, es un momento de inflexión que deberá enfrentar los desafíos de un país que, desde hace tres años, vive tiempos tormentosos.
Su tarea no será fácil por el mismo motivo que su llegada tampoco lo fue: las demandas sociales por un cambio del sistema político y económico instaurado durante la dictadura de Augusto Pinochet, que se resquebrajó en las masivas movilizaciones de 2019. Las demandas por abandonar los preceptos neoliberales de la Escuela de Chicago y sentar un modelo que achique lo que el Laboratorio de Desigualdad Mundial calificó como una desigualdad “extrema”, en la cual el 50% de la población acumula una riqueza negativa del -0,6% (por el nivel de endeudamiento) contra el 1% más rico, que ostenta el 49,6% de la riqueza. Esos reclamos por una mayor distribución y por acabar con la privatización de la educación, la salud, las pensiones y jubilaciones y el agua son los más fuertes y, a la vez, las más difíciles de atender.
En diálogo con Letra P, el académico de la Universidad de Chile Gilberto Aranda adelantó que Boric recibirá un “panorama muy complejo” en un país que se encuentra “más precarizado producto de la pandemia” y en el cual hay “altas expectativas por alcanzar mayores cuotas de igualdad”. Además, de forma paralela a los cambios ejecutivos, Chile vive un proceso constituyente para redactar una nueva carta magna que promete generar profundos cambios, como, por ejemplo, el reconocimiento del país como un Estado plurinacional. “Esta expectativa y desafío por una nueva institucionalidad provoca una ansiedad en la gente por vivir mejor que no va a ser fácil de satisfacer”, agregó Aranda.
A este complejo contexto se le suman demandas coyunturales que tampoco serán fáciles de satisfacer. Una de ellas es la crisis migratoria en el norte a raíz de la llegada masiva de personas desde otros países, especialmente Venezuela, que provoca un impacto en las pequeñas ciudades fronterizas y despierta preocupantes niveles de nacionalismo y xenofobia.
Otra estará representada por las demandas identitarias de los pueblos originarios del sur, una de las exigencias más importantes de la Convención Constituyente, que durante los últimos meses generó un fuerte incremento de la violencia y recibió como respuesta estatal la militarización de las regiones. Como si fuera poco, el país vive un duro presente económico, con una inflación que en 2021 llegó al 7,2% -la más alta en 14 años- y una ralentización del crecimiento luego de la caída del 5,8% registrada en 2020. “La cuestión de fondo es la expectativa y la precarización y las papas calientes son la economía, la reivindicación indígena y la crisis migratoria. Es un panorama muy complejo”, sostuvo Aranda.
Las expectativas por los cambios que podría generar Boric no son solo internas; también son externas en un continente que durante los últimos meses vio un refuerzo de los gobiernos progresistas a la espera de las elecciones de Colombia -este domingo realizará primarias y elecciones legislativas- y de Brasil.
El cambio de Piñera, uno de los paladines de la derecha liberal alineada con Washington, por el de un nuevo mandatario que anticipa una “vocación latinoamericanista desde el sur global” feminista y ecológica genera expectativas para robustecer las alianzas del gobierno argentino de Alberto Fernández, el boliviano de Luis Arce Catacora y el peruano de Pedro Castillo, todos jefes de Estado que estarán presentes este viernes en su asunción.
La espera por sumar a Chile a este eje es de larga data al tener en cuenta, por ejemplo, que durante los años de apogeo progresista siempre mantuvo una cierta distancia de la mano de la entonces presidenta, Michelle Bachelet. De todas maneras, esa distancia va a persistir a partir de las definiciones y gestos hechos por Boric que ya generaron críticas desde la izquierda más dura. Por ejemplo, denunció al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, por “violar los derechos humanos”; invitó a su jura a figuras de la oposición nicaragüense, como Sergio Ramírez y Gioconda Belli, y fue una de las primeras voces regionales en criticar la invasión de Rusia sobre Ucrania. “La de Boric es una izquierda posmoderna crítica con el autoritarismo y abierta a otras minorías”, consideró Aranda y afirmó que “va a tener los ojos puestos en América Latina y va a estar menos orientada hacia el exterior de la región”.
A raíz de esto, Alberto Fernández apunta a ganar un aliado regional al tener en cuenta que el peronista tampoco se apoya completamente en la espalda chavista y que ambos aspiran a una inserción internacional autónoma y multilateral que defienda los derechos humanos en el mundo. Además, el líder del Frente de Todos (FdT) fue el primero en hablar con Boric luego de su victoria en el ballotage de diciembre y confirmó su participación en su jura con bastante antelación. “Boric va a encontrarse con sectores de izquierda abiertos a nuevos ejes, como el cambio climático y los derechos de las minorías”, declaró Aranda y puntualizó que, en este eje, “va a encontrarse con Fernández”, algo que sería positivo porque “la relación con Argentina es muy importante”.
En su último discurso, Allende agradeció “la confianza que depositaron en un hombre que solo fue intérprete de grandes anhelos de justicia”. Este viernes, Chile, de la mano de Boric, iniciará un proceso nuevo para su historia que abrirá la puerta para cumplir los anhelos de justicia. No será fácil, las demandas y expectativas son muy altas, pero la confianza ya está depositada.