Más de 13 mil kilómetros separan a la frontera entre Ucrania y Rusia de América Latina, pero las consecuencias de la invasión ordenada por Vladimir Putin y la guerra desatada en el corazón de Europa generará consecuencias mundiales que, más temprano que tarde, impactarán en América del Sur. Ante este escenario, que promete marcar el devenir de las relaciones internacionales, la región empieza a mostrar fisuras entre los países que demandan moderación, los que se alinearon con el expansionismo ruso y los defensores de Washington que exigen una vuelta a los cuarteles.
El primero en jugar sus cartas fue el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, uno de los baluartes de Moscú en la región. El martes, al igual que Putin, reconoció la independencia de Donetsk y Lugansk y se animó a promover un referéndum para que las provincias de Ucrania se sumen en un futuro no muy lejano a la Federación de Rusia.
Al sandinismo lo siguió el chavismo. Ya con las hostilidades desatadas, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, manifestó su respaldo al Kremlin. “Todo el apoyo al Presidente Putin y a su pueblo. Estamos seguros de que Rusia saldrá unida y victoriosa de esta batalla, con la admiración de los pueblos valientes del mundo”, dijo en Twitter.
En este escenario, Managua y Caracas apelan a una relación de toma y daca donde el enemigo de mi enemigo es mi amigo y presentan a la invasión de Ucrania como un legítimo combate contra el imperialismo norteamericano. Ninguno de los dos tiene margen de maniobra, no solo por afinidades políticas sino, incluso, por una devolución de favores tantas veces recibidos de Moscú.
En el medio de los polos aparece la Argentina, que sufre una posición incómoda por su dependencia de Washington a la hora de refinanciar la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y por su alineamiento político y económico con Rusia, país que visitó en su última gira el presidente Alberto Fernández. A través de un comunicado, la Cancillería llamó a Moscú a “cesar las acciones militares” y defendió la “soberanía de los estados y su integridad territorial”. No habló de invasión ni de guerra ni de ataque y tampoco justificó la avanzada. Buenos Aires tiene un motivo para no hacerlo: las Islas Malvinas. Mientras el reclamo soberano persista en su diplomacia, no podrá reconocer la conquista de territorio extranjero por parte de un Estado sin automutilarse.
En este posicionamiento encontró a su amigo local, el México del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien, a través de su canciller, Marcelo Ebrard, rechazó “el uso de la fuerza” y llamó a “una salida política al conflicto”. Desde su asunción, en diciembre de 2019, Fernández apuesta por la unidad argentina-mexicana en el escenario internacional en un continente donde las fuerzas progresistas, a pesar de los últimos avances electorales, no abundan. Esta reacción es un nuevo ejemplo.
Del otro lado de la balanza aparecen los países que se alinearon con Washington. El presidente de Colombia, Iván Duque, uno de los aliados más fuertes de la Casa Blanca en la región, rechazó “el ataque premeditado e injustificado que se ha perpetrado contra el pueblo ucraniano, que no solo atenta contra su soberanía sino amenaza a la paz mundial”. Son palabras muy similares al comunicado del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, que también habló de un ataque “no provocado e injustificado”. El presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, también se alineó con el Norte y denunció que “fuerzas militares rusas lanzaron una ofensiva contra Ucrania”. De esta manera, en su intento de presentarse como un líder continental liberal, Lacalle Pou busca profundizar su acercamiento con Biden.
De este lado también se colocó Chile, otro socio regional de Norteamérica, que condenó “la agresión a Ucrania por parte de Rusia” y llamó a Moscú a retirar sus tropas para evitar “la pérdida de vidas inocentes y daños materiales”. Uno de los datos destacados de Santiago fue el pronunciamiento de su futuro presidente, el progresista Gabriel Boric, quien en Twitter manifestó el posicionamiento más duro de las izquierdas latinoamericanas: “Rusia ha optado por la guerra como medio para resolver conflictos. Condenamos la invasión a Ucrania, la violación de su soberanía y el uso ilegítimo de la fuerza”. Una vez más el próximo inquilino del Palacio de la Moneda se diferencia del resto de la izquierda continental.
Otra de las curiosidades llegó desde Brasil, luego de que el vicepresidente, Hamilton Mourao, dijera este jueves que “tiene que haber uso de la fuerza realmente en apoyo a Ucrania” para evitar una avanzada rusa “como la Alemania hitlerista hizo en los años 30”. Es una nueva muestra del distanciamiento que existe con el presidente, Jair Bolsonaro, que apenas se manifestó a través de un comunicado de la Cancillería donde evidenció su “grave preocupación”. El gigante sudamericano también está en una posición delicada, principalmente por el reciente viaje que realizó Bolsonaro a Moscú cuando las tensiones ya se encontraban en un punto de no retorno y luego de haber ignorado los pedidos de EE.UU. para cancelar la misión. Ahora, el mandatario sufre el descontento de Washington y la incapacidad de enfrentarse al único aliado importante que todavía le abre las puertas.
A pesar de los diferentes anuncios y de la divergencia de las posiciones, América Latina deberá tomar nota del nuevo escenario internacional que se empieza a gestar con esta invasión y que traerá mayor imprevisibilidad y peligrosidad. A la historia pasarán las imágenes de televisión que mostraban al mismo tiempo al secretario general de la ONU, Antonio Guterres, pidiendo paz y a Putin iniciando la “operación militar especial”. A esto se le sumará el consecuente impacto económico de la guerra. Será un buen momento para que la región reconozca sus diferencias, pero sea capaz de reafirmarse como zona de paz, una particularidad que faltará en Ucrania.