A medida que la variante ómicron del virus SARS-CoV-2 genera picos de contagios en América Latina y vuelve incierto el fin de la pandemia, la región se prepara para un año que, a priori, podría consolidar el regreso de diferentes versiones de la izquierda al poder ante las asunciones de presidentes progresistas en Honduras y Chile y, también, de cara a las elecciones presidenciales previstas en Colombia y Brasil. El dato podría modificar la actual relación de fuerzas en beneficio del Frente de Todos, que gobierna la Argentina.
El período, que tendrá –por un lado– condimentos particulares y –por el otro– demandas históricas insatisfechas, comienza bien para la izquierda. El próximo jueves 27 asumirá el poder la primera presidenta de la historia de Honduras, Xiomara Castro, y el 11 de marzo hará lo propio el chileno Gabriel Boric, quien llega con la agenda más progresista desde el golpe de Estado de 1973. Castro llegará a Centroamérica con un temario feminista y a favor de la legalización del aborto, un punto que no abunda en la zona, así como con la reivindicación de un modelo económico que promete alejarse de los designios de Estados Unidos, dos características que podrían impactar en la distribución de fuerzas local. Por su parte, Boric, a sus 36 años, será el presidente más joven de la historia chilena, por lo que traerá también una agenda nueva, hecha de cuota femenina y de alejamiento de Washington y del modelo neoliberal heredado de la dictadura de Augusto Pinochet.
La primera parada electoral importante del año ocurrirá el 13 de marzo, cuando Colombia elija a los 108 integrantes del Senado y los 188 miembros de la Cámara de Representantes y dirima las candidaturas internas para las presidenciales del 29 de mayo, que definirán la sucesión del actual presidente, Iván Duque. A pesar de que todavía persisten muchas incógnitas alrededor del escenario electoral y de que aparecen más de 20 candidaturas diferentes, la izquierda tiene la gran oportunidad de aglutinar el reclamo que se masificó en las protestas de 2021 y de llegar al poder por primera vez en la historia de la mano del exguerrillero Gustavo Petro, quien perdió el ballotage de 2018. El escenario se podría definir en la segunda vuelta, prevista para el 19 de junio, pero la izquierda pocas veces tuvo una mejor oportunidad. En el escenario a derrotar aparecen, por ahora, el candidato oficialista, Iván Zuluaga, y Sergio Fajardo, quien busca representar una tercera vía más centrista.
En marzo también irá a las urnas Uruguay, pero para definir en un referéndum el futuro de la Ley de Urgente Consideración impulsada por el presidente Luis Lacalle Pou y aprobada por el Parlamento en 2020. El 27 de ese mes, tras la presentación de más de 800 mil firmas recolectadas principalmente por el opositor Frente Amplio y las centrales sindicales el año pasado, la población definirá la entrada en vigor o no de los 135 artículos del programa legislativo del gobierno, que regula distintas áreas como educación, seguridad, economía y condiciones laborales, entre otras.
También realizará un referéndum México, donde, a instancias del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), se votará el 10 de abril una revocación de mandato para determinar si el jefe de Estado debe terminar o no su período de gobierno en 2024, como indica la Constitución, o de forma anticipada. La iniciativa tendrá la particularidad de poder acabar con el mandato de AMLO a pesar de que es él mismo quien pregona su realización para ratificar su apoyo popular, una jugada que puede salirle bien o muy mal, pero de riesgo calculado.
El plato más fuerte del año para la región se servirá el 2 de octubre, cuando el mundo observe la primera vuelta presidencial de Brasil, que podría marcar la salida del Palacio de Planalto del actual mandatario, Jair Bolsonaro, y el retorno del expresidente Luiz Inácio da Silva. El escenario brasileño está en pleno movimiento y, a pesar de que aún no está confirmado que el líder del Partido de los Trabajadores (PT) intente volver a la máxima magistratura, todo podría definirse en un ballotage polarizante entre izquierda y derecha el 30 de octubre, del cual quedaría afuera el exjuez que encarceló al propio Lula, Sergio Moro, quien busca levantar las banderas de una tercera vía. Una victoria de la izquierda significaría el mayor empuje que podría recibir el progresismo regional, ya que pasaría a comandar los designios el país y la economía más más grande de América del Sur.
Además, la salida de Bolsonaro representaría un retroceso para las fuerzas de derecha dura, que observan en el exmilitar un patrón a replicar en sus respectivos países.
Estos desafíos particulares colisionarán con los problemas estructurales que el continente arrastra desde hace tiempo. Entre ellos, aparece el explosivo y peligroso combo de desigualdad económica y social, con las consecuencias económicas todavía perceptibles de la pandemia de covid-19, que ya ha provocado masivas manifestaciones, como se evidenció en Chile y Colombia. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la región no se recuperará de la caída económica de 2020 antes de 2023-24, por lo cual la reactivación será una de las tareas principales para los meses venideros.
En este escenario, también aparecen la crisis venezolana, que volvió a estancarse tras el congelamiento de la mesa de diálogo instalada en México; las consecuencias cada día más fuertes del cambio climático y la cada vez más profunda disputa entre Estados Unidos y China por la hegemonía mundial, algo que impacta en la región y obligará, a medida que se vuelva más importante, a diseñar políticas de acercamiento o equidistancia para lograr espacios de autonomía regional.
El próximo diciembre podría encontrar un proyecto progresista continental común como el de principio de siglo aunque con características renovadas, figuras nuevas y desafíos múltiples. Para eso, sin embargo, deberá sortear elecciones y consolidarse en el poder en un año que le presenta, en principio, una buena oportunidad.