Apenas 466 días duró el primer gobierno progresista de la historia reciente de Perú que prometía cambiar las tendencias económicas y sociales del neoliberalismo dominante de la mano del ahora expresidente Pedro Castillo. Un año y medio estuvo en el Palacio de Pizarro el exlíder sindical, que se vio obligado a abandonar el poder este miércoles luego de que el Congreso lo destituyera tras su intento fallido de realizar un autogolpe de Estado.
Como relató Letra P el 28 de julio de 2021, cuando el exmaestro rural juró como presidente, el principal desafío de su mandato era alcanzar ciertas condiciones de gobernabilidad que le permitieran avanzar de a poco con su ambicioso programa de gobierno que incluía, por ejemplo, una reforma constitucional y una agraria. Lo supo hacer durante un año y medio. Este miércoles, su intentona golpista fracasó estrepitosamente al no contar con el apoyo de su gabinete, de su partido, de las Fuerzas Armadas ni de las de Seguridad. Cuando la previa anticipaba que iba a sobrevivir a un nuevo pedido de vacancia, dio una serie de pasos en falso y cayó por la cornisa de la siempre empinada política peruana.
Llama la atención la debilidad que tuvo su intento de cerrar el Congreso, declarar el estado de excepción y el toque de queda y llamar a elecciones en un plazo no mayor a nueve meses para formar un nuevo Congreso encargado de redactar una nueva Constitución. Los futuros libros de historia podrán develar cuáles fueron los motivos que lo llevaron a lanzarse a utilizar la plata de bala, pero, según pudo reconstruir Letra P con fuentes aliadas al propio Castillo, dos preguntas circulan por las calles de Lima: ¿Las Fuerzas Armadas le habían anticipado un apoyo que no se manifestó? ¿El Congreso iba a revelar nuevas informaciones durante la sesión de vacancia que hubieran generado su caída institucional? En las alturas andinas todavía no se forman respuestas.
Por errores propios, por su inexperiencia a la hora de trabajar dentro del Estado o por una falsa promesa de la inteligencia peruana o de las Fuerzas Armadas o por una combinación de todas ellas, el sueño de un cambio económico, político y social en favor de los sectores históricamente olvidados por parte de la política nacional llegó a su fin. Al igual que sus antecesores de derecha, como Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra, el maestro rural oriundo de Cajamarca no pudo ganar el juego de cazador y cazado que interpretan el Poder Ejecutivo y Legislativo de Perú desde 2016 y que a veces -las menos- acaba con el presidente como vencedor o con el Congreso fortalecido, como en esta oportunidad.
Su corta gestión y su precipitada salida serán un duro revés para la izquierda. Durante estos meses de gobierno, Castillo no logró avanzar con sus promesas porque desde un primer momento la derecha limitó su gobierno. Su contrincante en el ballotage de 2021, Keiko Fujimori, desconoció su victoria y denunció un injustificado fraude electoral. A partir de ese momento, nada iba a ser fácil para el líder de Perú Libre (PL). La jura de su primer gabinete no contó con las designaciones de las carteras de Economía y Justicia porque los distintos sectores de su coalición y el establishment no llegaron a acuerdos y, desde entonces, se sucedieron 74 personas al frente de los diferentes ministros. Durante todo este tiempo, Castillo no logró colocar los cimientos de su gobierno, los cuales él mismo terminó de socavar este miércoles.
La mala herencia que dejará su corta gestión será difícil de revertir para la izquierda, que en 2021 llegó al Palacio de Pizarro por primera vez de la mano de un hombre que, si bien nunca fue orgánico de los preceptos del progresismo, supo levantar sus banderas. En estos meses, no solo que no logró cumplir con sus grandes promesas, sino que, además, en el afán de sobrevivir a los diferentes intentos destituyentes que hubo en su contra, negoció cuotas de poder con la derecha más dura hasta nombrar a figuras conocidas por su misoginia u oposición a los derechos de las minorías sexogenéricas. Esto provocó que durante el último tiempo sufriera la oposición tanto de la derecha, que nunca lo quiso, como de los sectores desencantados que supieron votarlo. ¿Cómo volver a recurrir a ese voto y esas promesas con antecedentes tan duros?
Probablemente, la forma en la que abandonó el poder será más difícil de revertir porque Castillo hizo lo que derecha denunció injustificadamente durante mucho tiempo y lo que él siempre rechazó: intentar permanecer en el poder sin respetar la Constitución. Si bien el cierre del Congreso es una facultad que tiene la presidencia peruana, en este caso no cumplió el justificativo que permite hacerlo solo cuando este niegue el voto de confianza en dos oportunidades al jefe de Estado. Sus intentos por desechar esas acusaciones opositoras quedaron sepultadas por los escombros del castillo que se derrumbó.
Además, con su intentona golpista, Castillo terminó de perder la batalla por el relato y por la memoria política y simbólica. Antes de la cadena nacional emn la que anunció el cierre del Congreso, el presidente era una nueva víctima de un desprestigiado Congreso ansioso por acabar con otro jefe de Estado. Una vez que anunció la clausura del parlamento, pasó a ser el victimario, el autoritario que no respeta las reglas del juego democrático en un país que aún llora las víctimas de la dictadura de Alberto Fujimori. Por errores propios, inexperiencia o jugadas de otros sectores del Estado, Castillo pasó de ser el cazado al cazador y así acabó con la revolución que nunca terminó de nacer.