Lili camina con los ojos húmedos después de abrazar al precandidato a diputado nacional por Juntos en la provincia de Buenos Aires. Repite: "Yo lo vi, tuve una visión". Le preguntan qué vio y cuenta que es tarotista, que en febrero leyó en las cartas la aparición de un líder que salía de su zona de confort y que cuando Facundo Manes anunció que se postularía y enfrentaría a Diego Santilli, sintió que él era la persona del Tarot.
Beatriz estaba haciendo compras por Morón. Esperó 45 minutos parada en la esquina de 25 de Mayo y Almirante Brown, a 200 metros del Municipio. "¿Escuchás?", le pregunta a su hermana por celular, mientras desde un camión cuatro parlantes potencian la voz del neurólogo que repite y repite "la única cosa que no voy a cambiar es mi manera de ser".
Marta tiene 57 años. Espera subida al cordón y le habla a una mujer que no conoce. "No es más de lo mismo, con la profesión que tiene y su calidez humana no puedo creer lo que está haciendo. No creo en nada ni en nadie, es la primera vez que vengo a ver un candidato. Vengo porque no quiero que mis hijos se vayan del país". Susana le contesta: "Yo solo apoyé a Alfonsín en el 83, cuando volvió la democracia, pero ahora me anoté para fiscal. Se me pone la piel de gallina pensando en él".
Finalmente, Manes llega al punto de encuentro después de grabar una conferencia sobre neurología para un congreso de Roma. Las cuatro esquinas están repletas de gente y, entre otros, lo aguarda Joaquín de la Torre, exministro de Gobierno de María Eugenia Vidal. De la Torre lo acompaña en casi todas las caminatas y esta tarde llega calzando náuticos azules que usa como chancletas, por lo que debajo del pantalón le asoman ambos talones. Camina despacio, se toma fotos y sigue la escena a un par de metros, por fuera del círculo que rodea a quien encabeza la lista.
Manes viste de negro. Apenas baja de la camioneta en la que llega, lo apretujan. Una mujer llora, hace gestos y habla sin parar. Él la escucha varios minutos y, en cada pausa, la anima. Para terminar la conversación, la abraza y durante varios segundos esconde su cabeza en el hombro de la mujer.
Desde la calle llega abriéndose paso Margarita Stolbizer, también precandidata a diputada y líder del GEN, que en este caso juega de local. La acompañan dos de sus tres hijos. Uno de ellos, Federico Laprovittola, hoy es precandidato a concejal. Stolbizer trata de que arranque la caminata pero nadie se mueve. Se suma al intento Rolando Roly Moretto, primer precandidato para el Concejo. Pero es Manes el que hace caso omiso y toma cada celular que le dan y posa para las fotos. En scrum, se mueven al medio de la calle y Moretto ruega volver a la vereda para no impedir la circulación. Por fin, le hace caso el médico y avanzan.
"Ella tiene más miedo a que se vaya su hija que a la inseguridad", señala Manes a una de las mujeres. A todos los mira a los ojos y los toca: a unos los toma de los hombros, a otros les aprieta las manos. Se acerca a los que permanecen lejos, les hace preguntas, les extiende la diestra. "Yo no puedo solo", responde a los pedidos de un señor, mientras que a Maximiliano, un hombre que se presenta como un "laburante", le pregunta por qué fue a verlo. A un chico con barbijo del Gallito de Morón le apoya una palma sobre la cabeza y le promete: "Estamos trabajando para que cuando seas grande tengas un futuro".
A unos metros, después de más fotos, lo detiene una joven que se define antipolítica. "Te entiendo", dice él sobre su incredulidad, mientras ella le pide soluciones a problemas concretos. Manes la invita a leer las propuestas en su web Dar el paso. Elizabeth repite, para memorizar. Trabaja en una farmacia y vivió toda su vida en Morón, le comenta a Letra P, y explica por qué no se saca una foto. "¿A quién le importa una foto? ¿De qué sirve? Alguien les tiene que decir algo, no me digas que no vas a cambiar tu forma de ser porque no sos mi amigo, ni te conozco", afirma y señala los altavoces, sin enojo pero satisfecha por haber charlado con Manes y haberle dicho lo que espera que un día cambie realmente.
Cuando Manes cruza de vereda, alguien le avisa que a Stolbizer le acaban de robar el celular. Se lo sacaron del bolsillo derecho de su campera. Los colaboradores de la exdiputada se lamentan, a una semana del cierre de campaña es un elemento fundamental. ¿"Te robaron"?, le pregunta él cuando al doblar la esquina de Belgrano se reencuentran frente a un local de ropa masculina. Ahí charlan un rato con Matías, el encargado, y después con Jorge, el dueño. "Habrás visto crisis, ¿no?", le pregunta Manes. Jorge, que lleva 32 años en el mismo local, asegura que no vio ninguna crisis y nadie le cree.
Manes reparte abrazos, charlas y autógrafos. Incluso estampó su nombre sobre los apuntes de Hemoterapia que le alcanzó Agustina. ¿"Me firmás a ver si apruebo?", le pregunta. Manes firma en el tope de la hoja de cuaderno y se da vuelta para escuchar a un hombre de su edad ("nací en el 70", le cuenta mientras el neurólogo recuerda que él es clase 69). "Me afilié ahora porque estás vos", agrega.
La recorrida termina con Manes subido al camión con pantalla gigante y parlantes. Por primera vez, se quita el barbijo. "Hay una inversión millonaria para que nada cambie, para invisibilizarnos", se queja en tono amable y alienta a la gente a votar para "hablarle a los del statu quo que no quieren que nada cambie". "Le vamos a ganar al kirchnerismo en noviembre y en 2023", asegura y arenga a los presentes: "No nos resignemos. Tenemos que hacerlo porque esta es nuestra Patria. No es otro tiempo, es ahora. No son los otros, somos nosotros". Abajo, muchos sacan fotos o graban videos, entre ellos un joven que señala: "Mirá, vino Magario". Una chica lo corrige. No es la vicegobernadora sino Stolbizer, también rubia y de pelo lacio.
Una hora y cinco minutos le lleva a Manes hacer dos cuadras y otros cinco minutos es el total de su discurso. Recién al subirse al auto le advierten que se puso al revés el barbijo. A punto de arrancar, otra mujer se acerca y le regala un rosario. "Para que María te proteja", le dice. También le da una hostia, que el hombre de ciencia se lleva a la boca y mastica. En el asiento de atrás, lo espera un tupper que aún no tocó y que tiene torta hecha por la mamá de quien hace de chofer.