A poco más de dos meses de la fecha límite para presentar listas, en la sala de parto de la política bonaerense no se alumbran postulantes para las legislativas. Enroscados en sus madejas internas, todos los sectores liman diferencias y discuten sin levantar la voz frente a la catástrofe sanitaria que causa el coronavirus. Cada una con sus riñas internas, las alianzas que protagonizan la grieta y las demás expresiones partidarias siguen en veremos, sin definiciones. Ganaron un poco de tiempo con el diferimiento de la contienda, pero aún parecen estar lejos de encauzar la cosa. Quienes deberán ir a las urnas no advierten movimientos. Cero proselitismo explícito.
En Juntos por el Cambio, el borrego viene de nalgas. Son muchas tribus y demasiados los caciques. En el PRO, la disputa más grande se libra entre el eje Larreta – Vidal – Santilli y el intendentismo en armas encarnado en el jorgemacrismo. Como se ha dicho en este espacio, la solución a la vista es la candidatura a diputada por Buenos Aires de la exgobernadora, pero esa idea no la convence y menos, a su mentor, que sueña con el Plan Canje.
Para el vidalismo más optimista, el intendente de Vicente López está cantando falta envido con 21, pero, por si acaso, siguen trabajando sin pausa en el derribo de sus alianzas políticas. Se dice que en el lote de jefes comunales macristas organizados ya hay muchos que enviaron un guiño al jefe de Gobierno porteño y esperan con los brazos abiertos a Santilli.
El peronismo amarillo que representan Emilio Monzó -el único que movió para afuera, empapelando con su nombre una zona de la Ciudad, el conurbano sur y algunos distritos del interior-, Joaquín De la Torre y Miguel Ángel Pichetto mueve poco pero suficiente el amperímetro como para mantener la atención de los popes de una alianza que necesita de todos si quieren tener chances. Ahí va María Eugenia, desandando sus pasos y zurciendo las viejas heridas con el expresidente de la Cámara de Diputados y con el compañero de Mauricio Macri en la fórmula presidencial.
Dispuesta a todo y jugando al fleje en la cancha de la pandemia, Patricia Bullrich lanzó a su ejército en formación a la madre de todas las batallas. Somos Equipo PRO, donde confluyen exministros y un par de intendentes, suma a la alianza el voto duro, pero al mismo tiempo agrega un comensal a la mesa donde se reparte la torta.
El otro socio mayoritario de la alianza opositora, el radicalismo, parece seguir en un carreteo eterno. Se sacudió el polvo con la elección de autoridades que ratificó la continuidad del oficialismo, pero, pese al esfuerzo de sus dirigentes por mostrar renovación y un renacimiento, continúa encerrado en su laberinto.
Basta con señalar que cuando se consulta por sus candidatos, en una terna repetida de memoria pintan con resaltador el nombre del neurocirujano Facundo Manes, de quien aún no se sabe siquiera si cruzará la línea de cal o seguirá sentado en el banco de suplentes con camisa y zapatos.
La responsabilidad de gestionar en el momento más difícil de la pandemia maniata al Frente de Todos y no le deja poner en marcha la maquinaria peronista. Sus principales dirigentes, con la comandancia de Axel Kicillof, están montados a la pandemia, son coronavirus dependientes.
Aferrado a la vacunación y en disputa permanente con la oposición por las restricciones que le permitan atemperar el impacto de la suba de contagios, sabe que en el resultado de esa gestión se juega gran parte de su suerte. Porque entiende, también, que un colapso sanitario con la consecuente multiplicación del número de muertos recaería sobre sus espaldas, aun a sabiendas de que esa responsabilidad debería ser, a ojos de quien escribe estas líneas, compartida por dirigentes de diversos espacios que negaron hasta el paroxismo la pandemia y un sector de la sociedad que parece no terminar de comprender la dimensión del problema.
No es lo único que empioja la cosa, claro. Aunque de forma no tan dispersa como en la vereda de enfrente, en el peronismo bonaerense esa unidad tan publicitada no es un camino fácil. La Cámpora, la sociedad de su jefe con Sergio Massa, los intendentes -los alineados y los descontentos-, la pata kicillofista. Son muchos para pocos lugares. El frustrado desembarco anticipado de Máximo Kirchner en el PJ bonaerense podría alterar algo los planes. Una llave para zanjar algunas diferencias entre los dueños de los votos y la sociedad M&M y el Ejecutivo podría ser una revisión de la ley que limita las reelecciones. La vía judicial es la única posible. Les queda poco tiempo para evitar el precedente que sentaría la elección de medio término, pero ya estarían moviendo algunas fichas.
El vecinalismo unido antigrieta que plantó su piedra fundacional en el arranque de marzo y mostraba entusiasmo con presentar listas en las ocho secciones electorales parece navegar en un mar de incertidumbre; al menos, algunos de sus dirigentes.
Cinco intendentes, tres exintendentes y otros dirigentes con fuerte presencia en 25 municipios de la provincia sonaba prometedor. Todos sostienen la idea de la tercera posición por fuera de la grieta, pero, off the record, varios reconocen las dificultades y algunos, los puentes que fueron tendiendo de manera individual con otras expresiones. En ese mapa hay quienes mantienen fuertes vínculos con algún sector del FdT, quienes se arrimaron al reaparecido Florencio Randazzo y otros que prefieren encerrarse en su pago chico.
El peronismo de la avenida del medio, con el exministro de Interior del kirchnerismo al frente, sigue nonato. No parece que fuera a tener tiempo ni respaldo suficiente para alumbrar una propuesta competitiva.