El gobernador de Santa Fe, Omar Perotti, se apoyó en Adolfo Pérez Esquivel para relanzar su gestión en el recinto de la Legislatura. “Los puños cerrados no siembran”, citó el rafaelino al premio Nobel, de cara a los legisladores y las legisladoras con quienes se peleó de manera infructuosa desde que arrancó su mandato. A cara lavada, le propuso un nuevo vínculo, sobre todo, al Senado, partido en tres entre tropa propia, peronistas no oficialistas y radicales. Pero la Cámara alta no se la va a ser fácil: va a contarle una por una todas las costillas.
Reencauzar la relación es el objetivo de Perotti. El gobernador no hace pata ancha en el Senado y cuenta con los ojos cerrados con seis de un total de 18 hombres y una única mujer. Es, claramente, una minoría. Descomprimieron las palabras del rafaelino en el discurso de apertura de sesiones, pero hasta ahí. No mucho más.
Tras el camino lanzado por el mandatario, su ministro de Gobierno, Roberto Sukerman, decidió arrancar una ronda de diálogo con las tres patas del Senado. Primero llamará a la barra del PJ díscolo que lidera Armando Traferri y Rubén Pirola; luego al ucerreísmo que conduce Felipe Michlig y finalmente al team propio. “Agenda abierta”, promete la Casa Gris.
Lejos de bendecir la convocatoria, la mayoría del cuerpo redobló la apuesta este jueves. En la última sesión y de manera unánime, el Senado resolvió citar a Sukerman. A la Cámara alta le interesa saber por qué el funcionario dijo que “hay senadores que se creen que son jeques o príncipes", como declaró en Uno Santa Fe. De ahí que el Senado mantenga el escepticismo aperturista. Mismo camino recorrería luego el ministro de Seguridad, Jorge Lagna, que manifestó que “los senadores provinciales tenían injerencia en las estrategias policiales”.
Se percibe que la salida de Marcelo Sain, enemigo número uno de los senadores opositores, no trajo calma, sino todo lo contrario. Por más que Perotti revise su conducta, la mayoría de la cámara lo aguarda con cuchillo y tenedor.
En concreto, 13 de un total de 19 se mantienen en una posición hostil desde que Perotti asumió. En ese conjunto hay radicales y peronistas, que respetan sus diferencias, pero mueven en sintonía. Al rafaelino lo acusan de “desprestigiar” al Senado. Al cuerpo solemne, no solo a un bloque.
En las últimas semanas, el gobierno se esforzó por sumar un séptimo socio, aunque sea momentáneo, para evitar la jugada que Traferri y Michlig pergeñan desde fin de año. La Casa Gris sondeó y sedujo, hasta ahora sin suerte, al radical líbero Hugo Rasetto y a los peronistas José Baucero y Osvaldo Sosa, integrantes del bloque PJ no perottista.
Perotti vetó a fin de año dos estocadas que la Legislatura le aplicó en particular a Sain y, de fondo, a su gobierno: la ley de incompatibilidad para funcionarios que salten sin escalas, como el caso del exministro, del Poder Judicial al Ejecutivo y la regulación de gastos reservados en el ámbito del Ministerio de Seguridad.
El Senado esperó agazapado el inicio del período ordinario para levantar los vetos. Le alcanza con dos tercios del total de votos, con los famosos 13. De ahí la impaciencia del Ejecutivo por comer un legislador. El estado de salud del presidente de Diputados, Miguel Lifschitz, impide que esa cámara se reúna, pero el primer jueves en el que ambos cuerpos sesionen a la vez se consumaría el levantamiento de los vetos o al menos de uno, el de la incompatibilidad. Sesión cruzada, que le dicen.
Antes de su discurso del 1° de mayo, Perotti charló de manera telefónica unos 40 minutos con el presidente provisional del Senado, Pirola. Intercambiaron pareceres sobre el tono y el contenido de sus palabras y abrió una nueva instancia de vínculo. Al menos por ahora, el Senado no admite el convite.