La sensibilidad es la disposición del ánimo a captar lo que pasa alrededor y, se supone, sentirlo en carne propia, ya sea para celebrar alegrías ajenas o para condolerse con penas que tampoco son propias. La sensiblería es otra cosa: la sensibilidad sobreactuada y, por lo tanto, superficial. Esas dos cualidades surgieron en los últimos días en la Argentina a propósito de la desaparición y el posterior hallazgo de la niña de siete años cuyo nombre todos conocen, pero que es mejor dejar de mencionar para, al menos, evitarle un estigma en la azarosa vida que le aguarda. La movilización y alarma general fueron propias de una sociedad –compuesta por gente de a pie, personas con responsabilidades de gestión y hasta editores periodísticos– sensible; el alivio y el ostensible olvido posteriores a su regreso –que no se sabe a dónde ni a qué condición será cuando esta peripecia se extinga del todo– reducen aquel sentimiento inicial a pura sensiblería.
Su caso es una metáfora dramática del momento nacional. Ella vivía en una carpa, en situación de calle, subalimentación y privación de vacunas, atención médica y educación con su madre, Stella. Al parecer con partida de nacimiento y nada más, su existencia jurídica era menos que precaria, lo mismo que la capacidad del Estado de registrarla para tenderle una mano.
Para hacerlo, en esa condición, la autoridad debería esmerarse en recorrer con constancia la vía pública a través de asistentes sociales y no de policías.
Carlos Savanz, el captor de aparición reciente en el camino de esa pequeña familia de cristal, cargaba con una denuncia de abuso sexual, pero nadie podía estar buscándolo realmente si era “un fantasma”, según explicó el ministro de Seguridad Bonaerense, Sergio Berni, ya que se trataba de “una persona indocumentada que tenía las huellas digitales de él cargadas en las de otra persona”. Vivimos rodeados de fantasmas.
La metáfora sobre la Argentina es tal porque son miles los conciudadanos y las conciudadanas de todas las edades que malviven en el abandono. Además, porque las autoridades siempre encuentran temas más importantes en los que fracasar que dedicarse a ese, tan imperioso. Asimismo, debido a que el caso y las responsabilidades son interjurisdiccionales: el hallazgo del secuestrador y la pequeña se produjo en Luján, pero la carpa en la que la saga había comenzado mucho tiempo antes de la abducción estaba instalada en Dellepiane Norte y Escalada, esquina que, como sabe todo el mundo, salvo una conductora prestigiosa que gusta de beber lavandina, está bajo la autoridad del jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta.
La analogía entre esa niña y el país va más allá. El desenlace, digamos que feliz, mostró la intersección entre sensibilidad y sensiblería. Por último, deparó otro un nuevo show de stand up del sheriff y se panelizó, como suele ocurrir en el país con todos los asuntos que exceden largamente la casuística y exigen soluciones humanas inmediatas.
“¿Qué venís a hacer acá de trajecito, hijo de puta? Vos y tu ministra, que es una inútil, le hacen mal a la policía. ¡No me llamaste en todo el día y ahora venís acá a sacarte la foto, hijo de puta! ¡Te voy a cagar a trompadas!”, le gritó Berni al secretario de Seguridad de la Nación, Eduardo Villalba, y por extensión a su jefa, la ministra Sabina Frederic, mientras le arrojaba cabezazos, según el relato de Infobae.
Eduardo Villalba, Sabina Frederic y Sergio Berni.
Es como si la grieta, tan entretenida como imbécil, estuviera teniendo cría y deviniendo en mamushka: la grande, la de siempre, solo esconde en su vientre otras nuevas. Ojo que los chicos crecen.
La mamushka madre es la grieta entre república y populismo o patria y antipatria, según donde quiera usted pararse, lector. Esta es la que permitió el prodigio de que el Mauricio Macri que el kirchnerismo esgrimía como un espantajo haya llegado al poder. También, la que logró que Cristina Kirchner, espantajo a su vez de este, de los medios más importantes y de la Justicia federal, haya conseguido el retorno a través de interpósita persona. Por último, la que habilita que el fracaso rotundo del macrismo meta miedo hoy con la amenaza verosímil de un segundo tiempo.
La mamushka muestra las tripas y la grieta hace metástasis. Esta se disemina dentro de Juntos por el Cambio, donde Martín Lousteau busca hacerle RCP a un radicalismo feliz en su estado vegetativo con la esperanza de convertirlo en punta de lanza para hacer de Juntos por el Cambio algo que no es, pero que él imagina.
La grieta pequeña también se disemina –¡y cómo!– en el Frente de Todos, nada menos que entre el presidente Alberto Fernández y su vice, algo que, tal vez, el caso de la niña reaparecida haya expuesto con furia.
Las tensiones que la alianza de gobierno disimulará en la previa electoral ya son conocidas, pero generan nuevas preguntas cada vez que Berni se sube al escenario para, como Luis Sandrini –perdón por el viejazo–, hacer reír y llorar a la vez. No le corresponde al periodismo reclamar la renuncia de nadie –salvo en casos flagrantes de inconducta o incapacidad–, pero sí pedir, con respeto, certezas sobre el rumbo de un gobierno.
Si Berni había expresado como nadie –al menos en público– una grieta dentro de Todos, lo de la última semana superó lo concebible. Ya no se trató de que, como panelista de Intratables, denostara por ideología y supuesta falta de cooperación a Frederic; esta vez, se valió de un caso que tenía en vilo a millones de argentinos y argentinas para tratar directamente de hijos de puta a los funcionarios nacionales encargados de prestarle asistencia para encontrar a la pequeña. Ese disparo apuntó más allá de Frederic –a quien tildó de “hipócrita e inoperante”–, tanto hasta que trajo a colación al canciller Felipe Solá y su tesis de doctorado en Ciencias Naturales sobre las prosperidad de los boludos en la historia de la evolución. El ministro bonaerense buscó exponer al Gobierno nacional como un nido de abyección moral.
Sin embargo, nadie se le anima. Ni siquiera quien él mismo dice que es su jefa política, Cristina. Tampoco su superior institucional, el gobernador Axel Kicillof. Menos Fernández. Apenas Frederic devuelve la estocada en tono bajito y en clave psicológica.
“Sergio hace su juego, es un líbero”, minimizan la cuestión cerca de quienes, en teoría, podrían ponerlo en caja, sin advertir el grado en que blanquean de ese modo la feudalización del aparato del Estado entre las diferentes tribus del oficialismo y la falta de autoridad de quienes, se supone, reinan. Ahora bien, si Berni juega tan solo como dicen, ¿qué es lo que impide encuadrarlo?
Es cierto que el hombre se piensa destinado a responsabilidades mayores –¿la gobernación bonaerense, más que eso, acaso?–, las que llegarán, supone, si sigue pulsando la cuerda de la derecha dura, la más grave del contrabajo pero cada vez más audible en la sociedad.
Lo menos que podría decirse es que Cristina lo deja hacer y lo más, que lo usa como la piedra pómez del albertismo. En un sentido, el funcionario hace un cover de la canción de Elisa Carrió, quien le permitía al entonces oficialismo juntar el voto de los convencidos y el de ciudadanos también de derecha, pero de estómago más sensible para tragarse ciertas corruptelas. En este caso, Berni le permite al Frente de Todos hacer pie en la parte de la ciudadanía bonaerense que no quiere suicidarse con el ajuste que le ofrece la oposición a la vez que no se resigna a vivir insegura.
Sin embargo, el precio potencial es de calibre tan alto como el de las acusaciones del sheriff. Spoiler: hay muchas cosas que el electorado detesta, pero acaso la primera sea la sensación de que el país está a la deriva.
La grieta empezó con las contracciones. Se verá cómo es el rostro de la criatura.