Algunos hechos recientes parecen ponerle fin a la inclusión de mujeres en reuniones por pedido de alguna ministra o para equilibrar fotografías con cupo femenino. El presidente Alberto Fernández sentó en su mesa larga de Olivos a un grupo de directivas de empresas con las que debatió, por primera vez desde que conduce el Gobierno, una agenda que aborda la cuestión de género pero que tiene como eje el debate de ideas y soluciones para salir de la crisis; una mecánica que es natural en las reuniones con un Círculo Rojo edificado y liderado por hombres que empieza a estar cruzado por un proceso de exposición y compromiso de ceos mujeres que disputan ya no lugares en postales, sino una posición concreta en el esquema de toma de decisiones y pulseadas con el poder político.
Con intervenciones pautadas y cumplidas de cinco minutos, el Presidente habló con Paula Altavilla, directora para el Cono Sur de Whirpool; Laura Barnator, gerenta de Unilever; Dolores Fernández Lobbe, gerenta general de Walmart Argentina; Verónica Andreani, directora de Andreani; Cecilia Castelli, fundadora de Todomoda; Carolina Castro, directora de Industrias Guidi Autopartes; Jimena Sabor, directora de Síntesis Biológica, y Edith Encinas, secretaria de la cooperativa de trabajo La Cabaña y presidenta de federación ACTRA. Por el Ejecutivo, participaron la vicejefa de Gabinete, Cecilia Todesca Bocco; la ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad, Elizabeth Gómez Alcorta, y la asesora presidencial Cecilia Nicolini.
Naturalmente, la escena arriba relatada tiene causas concretas. O, más bien, un doble componente que explica que, luego de varios errores y omisiones, el Presidente tenga en su mesa a las mujeres del establishment. La primera, según explicaron algunas de las presentes, tiene que ver con un emergente de las manifestaciones feministas en la calle, por leyes o equiparación de derechos. Ese factor fue clave para acelerar un proceso que, aunque costoso y aún escaso, avanza en tiempos récord. La segunda causa es esa misma militancia pero intra Palacio. Las funcionarias antes mencionadas, más la secretaria de Legal y Técnica, Vilma Ibarra, y otras dirigentes, tienen un grupo de WhatsApp que se llama “Mujeres gobernando” y trabajan en transformaciones internas e interacción con el poder económico femenino.
Parte de esa relación es la inclusión inicial de Castro, que también es la primera dirigente mujer en la mesa chica de la Unión Industrial (UIA). Si bien ya venía trabajando con figuras públicas como Malena Galmarini, en 2020 empezó a exponerse más en los debates. Su caso es un emblema: por pedido del secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Beliz, fue la única mujer en la foto de empresarios el 9 de Julio y despertó algunas resistencias de los sectores más conservadores del poder económico.
La foto del 9 de Julio, con el G-6 más Carolina Castro.
En la reunión con Fernández, se habló de agenda económica y cada sector contó su actualidad y pidió medidas. “No nos quisieron contar nada”, bromeó una de las presentes en el convite ante la consulta de Letra P. Allí pareció haber igualdad: el Gobierno tiene guardado bajo siete llaves el paquete de sesenta medidas diseñadas para salir de la crisis.
“Les pido que sigan en estas mesas”, les aclaró Fernández, mientras Todesca tomaba nota de los pedidos y los planteos. La economista también logró algo complejo en la historia de las estructuras gubernamentales en la Argentina: el Presidente le confía casi toda la cuestión operativa de temas económicos que le llevan. El último caso fue la reunión que Fernández mantuvo con el Consejo Agroindustrial Argentino (CAA). Allí, uno de los referentes de la agrupación que le quitó protagonismo a la Mesa de Enlace le mencionó al jefe de Estado que la ley para fomentar agroexportaciones era más “un tema económico que agropecuario" y que "habría que hablar con el ministro Guzmán”. “Ok, hablen todo con Cecilia”, les respondió, mientras el jefe de Hacienda seguía enfrascado en los detalles legales del cierre del acuerdo por la deuda privada.
El evento en Olivos tiene una gestualidad que se explica mejor en los ojos y las palabras de los que resisten, muchos de los cuales siguen en la lógica de que, la próxima vez, “habrá que ir en pollera para estar” al lado del Presidente; una posición que no observa que lo que está empezando a disputarse es algo más que la presencia, un lugar de poder que tiene una base solida y una aceptación social inexistente en los tiempos del nacimiento de los ceos como barones del establishment.