LA QUINTA PATA

Realismo mágico en tiempos de coronavirus

Economía o salud. Flechazos en la cuarentena. De rebaños, pastores y oportunistas. Propuestas inviables. ¿Una guerra imposible de ganar?

Hermosa como es, la vida trae, cada tanto, tiempos amargos: la muerte de un ser querido, una enfermedad irreversible, la laceración del desempleo… Por más que el doliente se rebele, cada noche, a la hora del desaliento, la conclusión cae como una guillotina: “Estoy jodido”. La pandemia de COVID-19, que amenaza vidas y fuentes de sustento, eventualmente pasará, pero por ahora le seguirá demostrando a la humanidad justamente eso, que, haga lo que haga, está jodida. Mientras, ante el drama, medran relatos que son ácido para quienes gestionan y solo pueden ofrecer la pálida épica de un empobrecimiento tangible en pos de una catástrofe que no termina de desatarse. Entre esos polos se dirime hoy la política.

 

El auge de esos relatos de fantasía encuentra terreno fértil en los intersticios de un gobierno que, como dice un llamativamente activo Aníbal Fernández, “hace prensa, pero no comunica”. Sin embargo, con el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) complicada, las generales de la ley no le caben solo a Alberto Fernández  sino también a Horacio Rodríguez Larreta y a Axel Kicillof, todos con sus aciertos y errores a cuestas.

 

 

FALSO DILEMA. El primer bolazo de la pandemia fue el de la supuesta dicotomía entre economía y salud, que persiste a pesar de que los países que optaron por privilegiar lo primero –Reino Unido, Estados Unidos y Chile, entre otros– debieron retroceder en adilettes y con medias ante el desastre humanitario sin haber evitado la depresión productiva. Brasil, se sabe, es un caso aparte porque lo gobierna Jair Bolsonaro, un equilibrista que combina de modo eximio horror sanitario sostenido y recesión. Nadie podrá reprocharle desprecio por la simetría.

 

Quienes señalan que la culpa del derrumbe económico no es de la pandemia sino de la cuarentena ponen el índice derecho –¿cuál si no?– sobre la presunción de que el PBI nacional será uno de los de peor desempeño del mundo, algo que anticipó el -26,4% de abril. Omiten que la Argentina viene en caída libre desde hace dos años y que en el primer trimestre, que solo tuvo diez días de confinamiento, el desplome ya había llegado al 5,4%.

 

 

 

EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CORONAVIRUS. Formadores de opinión han machacado con la idea de que Alberto Fernández “se enamoró de la cuarentena” porque así, afirman, gobernar es más fácil. Raro: el enamoradizo es él, nunca el jefe de Gobierno porteño. ¿Será que un presidente, un gobernador o un intendente de un pueblo perdido se presentan a elecciones con el deseo de que les toque lidiar con una crisis sanitaria? ¿Qué hay de los proyectos, tanto los que buscan cambiar la realidad como los que simplemente persiguen la perpetuación en el poder? Creer en ese tipo de amor es hablar de la política de un modo en que nadie se ha atrevido desde el siglo XVI de Maquiavelo.

 

 

Estatua de Maquiavelo en Florencia.

 

 

Hay, claro, posturas más extremas, desde quienes imaginan en la cuarentena una “infectadura” hasta quienes fantasean un totalitarismo impulsado por una entente de financistas top, comunistas y castro-chavistas. Lo bueno de las mismas es que eximen de la necesidad de argumentar.

 

OVEJAS BLANCAS Y OVEJAS NEGRAS. La llamada inmunidad de rebaño alude al umbral de individuos inmunizados en una comunidad que alcanza para limitar la circulación de un virus e impedir que se contagien quienes no gozan de esa defensa. Es el paraíso que los antivacunas disfrutan pero no ven.

 

El concepto se ha usado históricamente justamente en paralelo al desarrollo de las vacunas, pero la pandemia actual trae la novedad de que algunos desean realizar un experimento a cielo abierto y proponen dejar que la sociedad argentina se contagie lo suficiente como para, un día, neutralizar la circulación del SARS-CoV-2.

 

El británico Boris Johnson fue uno de los que defendió esa idea y se debió calzar laschancletas, lo que no le ahorró incluso terminar en una terapia intensiva.

 

Más allá de la voz solitaria de un autodenominado “investigador independiente en ciencias del clima”, citado en medios argentinos y que sostiene que la inmunidad de rebaño puede lograrse con un mínimo de 20% de personas con anticuerpos, el consenso unánime de los que sí saben de epidemiología es que eso se consigue recién a partir de un 60 o de un 70%.

 

 

 

Así, si se expusiera a contagio a la población del AMBA, de 15 millones, se alcanzaría el piso real de la protección de rebaño, tomando el mínimo mencionado del 60%, con unos nueve millones de recuperados en algunos años. Dado que la tasa de letalidad del SARS-CoV-2 oscila, en los diferentes países, entre el 2,5 y el 15%, eso implicaría solo en esa zona la muerte de entre 225.000 y 1.350.000 personas, las más añosas y las más débiles. A nivel país, en tanto, la de 675.000 a 4.050.000. Sería interesante que los pastores presentaran su plan avisando a las ovejas que son esos los números de decesos que tienen en mente. Eso sí, con la economía abierta. Digamos todo.

 

El problema, sin embargo, es más complejo. A más de siete meses de la irrupción del nuevo coronavirus, persiste la duda sobre el tiempo de inmunidad que deja a quienes logran superarlo. Al parecer no es de por vida, como las del sarampión y la varicela, entre otros. Se especula con que sea estacional, como la de la influenza. De ese modo, mientras no haya vacuna, acaso nunca pueda llegarse a ese 60% de enfermos e inmunizados, ni siquiera reiterando el experimento mengeliano año tras año.

 

La experiencia internacional descalifica esas propuestas. España, que tiene un número de habitantes similar al de la Argentina, debió llorar más de 28 mil muertes para alcanzar un nivel de inmunización de apenas el 5% de su población. De rebaño, en lo inmediato, ni hablar y en lo mediato, solo si aparece la defensa inoculada.

 

Ah, algo más: ninguna enfermedad de este tipo desapareció, jamás, por ese recurso. Para que eso ocurra hacen falta, justamente, vacunas.

 

 

 

A MOVER EL CULO. El reguetón Te testearé, te trazaré y te confinaré, baby, furor en Spotify, es pegadizo. Para los jodidos por el nuevo coronavirus, sería tan equivocado ignorarlo –como parte de una solución precaria– como sobreponderarlo –como hacen quienes lo ofrecen como alternativa absoluta a la cuarentena–.

 

 

Lo curioso es que quienes defienden el rastreo tecnológico de contagiados son los liberales y los libertarios, que no reparan en el modo en que dicha política barre con el derecho a la privacidad en base al seguimiento de marcas digitales.

 

 

El caso emblemático de un éxito contra el COVID-19 basado en esa estrategia es el de Corea del Sur, país al que pueden sumarse unos pocos de elevada renta per capita, sobre todo en Oriente.

 

Lo curioso es que quienes menean las caderas con más fervor al son de ese tema sean los liberales y los libertarios, que no reparan en el modo en que dicha política barre con el derecho a la privacidad en base al seguimiento de marcas digitales: pagos con tarjetas de crédito, geolocalización a través de antenas de telefonía móvil y uso de los celulares casi como tobilleras electrónicas para infectados y aislados.

 

Chile testeó en el inicio más que ningún otro país en la región, pero, cuando la situación se le fue de las manos, se olvidó de las cuarentenas “dinámicas” y parciales y apeló al expediente puro y duro del confinamiento en toda la región metropolitana. El error le costó la cabeza al exministro de Salud Jaime Mañalich y al país, más de ocho mil muertos hasta el momento.

 

¿Cuál es la capacidad máxima de procesamiento de hisopados en la Argentina? ¿Cuáles son los recursos humanos y tecnológicos del país para jugar al gato y al ratón con el virus con más éxito que Tom, encontrando enfermos, detectando contactos y forzando aislamientos? ¿Hay insumos suficientes para eso a nivel mundial? Mientras, estados norteamericanos, Alemania, Reino Unido, China y otros países de recursos incomparables con los argentinos no solo testean lo más que pueden sino que reconfinan regiones enteras ante cada nuevo brote. ¿Testear? Claro. Pero difícilmente, en nuestra realidad, eso permita eludir por completo etapas de aislamiento.

 

 

La pandemia contagia todas las áreas de gestión, desde la propiamente sanitaria hasta la económica, pasando por la educativa y la acción social. Así se hace difícil pensar y ofrecer horizontes.

 

 

UNA GUERRA IMPOSIBLE DE GANAR. La ventaja de quienes plantean esos relatos mágicos es que su augurio, como el Quini, sale o sale: aunque se minimicen los daños sanitarios, la economía va a caer como un piano. Y es posible que lo primero tampoco pueda asegurarse, al menos hasta que llegue la esperada vacuna.

 

Además, la pandemia contagia todas las áreas de gestión, ya sea nacional, provincial o municipal, desde la propiamente sanitaria hasta la económica, pasando por la educativa y la acción social. Así, para coveniencia de los oportunistas, se hace difícil pensar y ofrecer horizontes.

 

El drama de quienes gobiernan es que su “triunfo” vive en el reino de lo contrafáctico: los muertos que no fueron y, por eso, una economía que no probó que desproteger a la gente también lleva a la ruina.

 

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