En el marco de la transferencia de la presidencia por tempore del club del Cono Sur de Paraguay a Uruguay, los discursos de los jefes de Estado revelaron con claridad diferencias que el paso de los meses y los diálogos a nivel técnico y diplomático no permitieron zanjar.
Esas discrepancias ideológicas son evidentes, pero también las condiciones estructurales de los distintos países miembros, rasgo que las explica y que el bloque arrastra desde su fundación.
Por un lado, para países como Brasil, de 210 millones de habitantes, y la Argentina, de 45 millones, la preservación de un sector industrial es fundamental para la viabilidad de cualquier proyecto nacional y hasta para la gobernabilidad. La diferencia entre uno y otro, sin embargo, es que el primero tiene un segmento industrial con la escala y el nivel de competitividad suficientes como para pretender una apertura mayor, a expensas de otro, más rezagado, que sigue viendo al Mercosur como su lugar en el mundo y su plataforma de lanzamiento. La industria argentina, por su parte, sigue tan empantanada como el país en crisis recurrentes y en una inestabilidad aguda de las variables macroeconómicas, lo que la empequeñece año a año al privarla de crédito y condiciones de mínimas para prosperar.
Paraguay, en tanto, con sus siete millones de habitantes, y sobre todo Uruguay, con sus tres millones y medio, pueden buscar, razonablemente, modelos de apertura multilateral que privilegien la producción y las exportaciones primarias sin pretender el desarrollo de industrias que complicarían sus respectivos saldos de divisas y, vía precios, sus niveles de competitividad general.
Así, cada uno atendió su juego. En su mensaje, Alberto Fernández enfatizó la necesidad de profundizar la integración dentro del bloque y de tomar en cuenta las limitaciones que impone a la acción de los gobiernos el llamado Gran Confinamiento, que está provocando caídas de la actividad sin precedentes.
Según él, la prioridad es la integración dentro del bloque. "Las diferencias ideológicas pasan a un segundo plano. Nuestros pueblos se vinculan más allá de los gobiernos ocasionales", postuló, sin disimular las diferencias de criterio pero buscando evitar que, como pareció ocurrir no hace mucho, la sangre se acerque demasiado al río.
Más que en los discursos presidenciales, las diferencias de posturas habían quedado claras en la víspera, cuando los cancilleres cocinaron el menú que se sirvió este jueves.
En ese sentido, el argentino Felipe Solá resultó cristalino. “Hay que pensar en la preservación y en la generación de empleo (…) No podemos perder de vista la reactivación del tejido industrial y comercial ni el mercado interno ni su asociación con la posibilidad de exportar (…) preparando desde ahora el corto plazo al salir de la pandemia”, dijo en su discurso.
Felipe Solá, ministro de Relaciones Exteriores.
“Conectarse más y mejor, para nosotros, no es ni abrirnos inocentemente ni cerrarnos anacrónicamente. Consiste en no obligarse por razones ideológicas a una posición o a otra, sino en mirar estrictamente los objetivos nacionales y los objetivos del conjunto, los objetivos del grupo”, cerró.
En referencia a las recientes idas y vueltas respecto de de negociaciones que la Argentina considera problemáticas para su tejido industrial, entre las que sobresale la iniciada con Corea del Sur, el canciller recordó: “Ya dijimos que no nos vamos de ninguna mesa de negociación (…) pero no queremos acelerar. Con pandemia el daño es aún mayor que antes y la incertidumbre continúa”.
A su turno, Jair Bolsonaro demostró que su momento es el de un presidente bajo fuego en el plano interno, algo que lo limita en lo internacional. Por eso, esta vez medido y leyendo su discurso, refutó lo que entiende como “opiniones distorsionadas sobre Brasil", algo que pareció un modo de salir al cruce de críticas de gobiernos como el de Francia y otros países a sus políticas ambientales como excusa para demorar la aprobación país por país y la ejecución del tratado de libre comercio Mercosur-Unión Europea. Es toda una ironía que ese entendimiento, el más ambicioso firmado por el bloque, encalle no por las objeciones de una Argentina defensiva sino por las demasías de su principal abogado regional.
Bolsonaro insistió en uno de sus principales objetivos: una reducción drástica del arancel externo común, lo que supondría una apertura transversal del Mercosur hacia todo el mundo.
Pese a ello, el ultraderechista hizo profesión de fe librecambista al señalar que "los acuerdos con la Unión Europea (UE) y con la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA, integrada por Suiza, Noruega, Liechtenstein e Islandia) evidencian que estamos en el camino correcto” y que deben aplicarse. Si lo hubiese tenido a mano, habría mirado de reojo a Alberto Fernández.
Asimismo, insistió en uno de los objetivos que no logró en su momento, cuando detentó la titularidad del bloque antes del turno del paraguayo Mario Abdo: una reducción drástica del arancel externo común (AEC). Concretar esa meta supondría una apertura transversal del Mercosur hacia todo el mundo, sin necesidad incluso de firmar acuerdos específicos, e implicaría una reducción unilateral de los niveles de protección industrial actuales.
A su turno, el nuevo presidente pro tempore, el uruguayo Luis Lacalle Pou, se refirió aun con menos ambigüedades a las diferencias del momento. Habló del peligro de que las políticas de la pandemia se transformen, una vez pasada esta, en una “tentación proteccionista” y exhortó a sus pares a coronar las negociaciones ya concluidas con la UE y la EFTA.
El oriental fue todavía más allá: enarboló la defensa de un tratado de libre comercio con Corea del Sur, la manzana de la discordia con Fernández, y hasta se dijo a la espera de una respuesta estadounidense para hacer lo propio con la principal potencia del mundo. ¿Más? Sí. También hay que atender los reclamos de China para profundizar un comercio en base al envío de alimentos y la recepción de bienes industriales.
Un aspecto revelador de la etapa ideológica que cruza al proyecto regional estuvo dado por la participación de la presidenta de facto de Bolivia, Jeanine Áñez, a quien Bolsonaro defendió. Mientras, sigue suspendida la Venezuela chavista, tachada de “dictadura” por los países miembros del club, con excepción de la Argentina.
Como un caracol, el Mercosur avanza con exasperante lentitud llevando a cuestas su embrollado caparazón.