A esa mezcla distópica de Black Mirror y El día de la marmota en que se ha transformado la vida cotidiana en la pandemia seguirá en la Argentina otra etapa, que presentará un paisaje lunar. En ese tiempo, los gobernantes que iniciaron mandato en este año inefable mirando curvas sin sex appeal, anunciando confinamientos y montando hospitales de campaña como si lideraran una guerra les tocará pasar con una ambulancia para recoger a otros heridos, los económicos, e intentar una recuperación difícil que pondrá a prueba la propia gobernabilidad.
Días atrás, el Fondo Monetario Internacional (FMI) recalculó la recesión que le espera a la Argentina, que pasó del 5,7% proyectado en abril al 9,9%, una cifra elevada en medio de un descalabro global que prueba que, dadas las diferentes estrategias sanitarias de los países, el problema es la pandemia y no la cuarentena, que aquí cumplió 100 días el sábado y se reforzará esta semana. Asimismo, Letra P consignó que analistas privados ya estiran ese número al 13%. Son cifras, al fin y al cabo, y no alcanza con decir que probablemente empeoren las de 2002 para anticipar cuánto dolerán en la carne.
“Abundancia de bienes y cosas preciosas”. “Abundancia de cualidades o atributos excelentes”. “Abundancia relativa de cualquier cosa”. Con esas tres frases, la Real Academia Española define la palabra riqueza. Pone así en palabras la concepción, dominante en el sentido común, de que la riqueza es un stock, algo que existe en sí. Sin embargo, la “nueva normalidad” que espera a la vuelta de la esquina –de normal tendrá poco y nada– mostrará dramáticamente hasta qué punto la riqueza es, para muchos, simplemente un flujo delicado.
Una rotisería, una ferretería, un taller o una casa de reparación de televisores de barrio viven del flujo que se produce a través de una red: un dueño y su voluntad, algún empleado que acude todos los días confiando en que cada mes recibirá un pago, proveedores que venden y cobran y clientes que saben que en ese lugar pueden encontrar respuesta a una necesidad de momento. Si se detiene, la bicicleta se cae y la riqueza que se generaba se destruye.
No sorprende así que en buena parte del país muchos pequeños empresarios pongan en venta hoy su capital de trabajo – herramientas, heladeras, cocinas de gas– con la esperanza incierta de recuperarlo cuando pase el temblor.
Algo equivalente les ocurre a las empresas grandes, que, ante la falta de demanda, dejan sin uso buena parte de su capacidad instalada, algo que en abril alcanzó al 58%, el mayor nivel jamás medido, incluso en comparación con 2002. Esas máquinas e instalaciones ociosas no se amortizan y se deterioran: la interrupción del flujo de dinero que las pone en funcionamiento destruye también allí el capital.
De acuerdo con un estudio de la consultora CERX, la inversión bruta interna fija (IBIF) caerá 23,5% este año, con lo que el país quedará con un stock de capital similar al que tenía en 2005. El estancamiento posterior a 2011 –año al que siguió un serrucho de caídas y recuperaciones–, la recesión de 2016, 2018 y 2019 y la depresión que dejará el Gran Confinamiento son las causas de ese empobrecimiento colectivo.
A la espera de saber si el COVID-19 desata o no una segunda ola en el hemisferio norte, si llega la vacuna salvadora o si la Argentina finalmente cierra la reprogramación de su deuda, los economistas tratan de determinar si la salida de esta crisis será rápida o lenta. En esa disyuntiva se dirimirá no solo la recuperación nacional, sino parte considerable del proyecto de poder de Alberto Fernández.
RECONSTRUYENDO EL CAPITAL. A falta de estadísticas oficiales sobre cierres de compañías y en medio de una feria judicial que impide proyectar ese indicador en base a la presentación de concursos y quiebras, en la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) señalaron, ante una consulta de Letra P, que ya bajó sus persianas o corre peligro cierto de hacerlo el 10% de las pymes industriales y comerciales del país. El dato asusta pero es menor que otros difundidos regionalmente: la Federación de Comercio e Industria de la Ciudad de Buenos Aires (FECOBA) señaló que 24 mil comercios del distrito –18% del total– dejaron de funcionar de manera definitiva.
Los indicios de destrucción de riqueza prenuncian un techo bajo para el consumo, variable que da cuenta de más de dos tercios de la economía nacional.
La situación de las pymes es de especial interés, ya que de ellas depende el 70% del empleo nacional. Como su capacidad de resistencia es menor, muchas serían pasto para fieras más grandes. Estas podrían hacerse con las compañías que hayan sobrevivido a duras penas a través de procesos de adquisición o, directamente, quedarse con las franjas de mercado que dejen vacantes las que no consigan llegar a la orilla. Todo apunta a una mayor concentración de la oferta.
ECONOMÍA LED. Las incógnitas sobre el futuro inmediato de la pandemia y la negociación de la deuda, entre otros factores, solo permiten trazar escenarios base. Uno, factible, que surge de consultas off the record con economistas que piden discreción, apunta a un desempleo que podría dispararse del 10,4% previo a la pandemia a un 15% y un índice de pobreza acaso próximo al 50%.
El panorama empeora si se tiene en cuenta la situación de las micropymes, que, en muchos casos, más que apuntar a una tasa de ganancia, compiten con el salario. Se trata de emprendimientos que, incluso en tiempos normales, suelen ser abandonados por sus dueños ante la aparición de un puesto de trabajo en relación de dependencia. La caída de esos eslabones más frágiles del tejido productivo le pondría, a su vez, más presión a un mercado laboral que también sufriría por la destrucción de actividades en negro y en gris.
Esos indicios de destrucción de riqueza prenunciarían un techo bajo para el consumo, variable que da cuenta de más de dos tercios de la economía.
Por todas esas razones, los pesimistas comienzan a hablar de una era de frialdad económica en la que al país le costaría mucho volver al nivel de actividad previo a la crisis y recuperar las empresas y el capital perdidos en la saga del COVID-19.
EL ESTADO QUE VIENE. Impedir la versión extrema de ese escenario es lo que anima a Fernández a mantener los subsidios sociales, salariales y crediticios, aunque la preocupación por un déficit fiscal imparable lo lleve ahora a correr el riesgo económico y social de limitarlos a las zonas afectadas por el confinamiento.
Mientras ya da por perdido este año en materia económica, el Gobierno acelera los planes para el futuro. Es probable que un eventual acuerdo con los acreedores restrinja a dos años el período de gracia que pretendía extender por tres, pero aun así espera que ese alivio libere recursos para volcar al mercado.
Las vitaminas tendrán la forma de microcréditos al consumo, estímulos a la inversión privada y obra pública. En particular, se apostará a una revisión del plan Procrear que permitirá la puesta en marcha de pequeñas obras de refacción y ampliación de viviendas, capaces de dinamizar rápidamente un sector clave del mercado de trabajo.
Si la asistencia de emergencia se concentra en la crisis en los sectores más vulnerables, tanto por consideraciones humanitarias como de estabilidad social, en la poscrisis apuntará más a la clase media. El Frente de Todos tiene en los primeros su principal reserva electoral, pero sin prevenir la posible desilusión del segmento de la segunda que lo acompañó en las últimas elecciones, el 2021 electoral podría hacerse demasiado cuesta arriba.
Para la sociedad, perder la fe es un lujo prohibitivo y para el Gobierno no hay tiempo para cálculos electorales. Sin embargo, todos, cada uno con sus necesidades a cuestas, miran de reojo cómo van cayendo, día a día, las hojas del calendario.