Que no aparezca ni se pronuncie no quiere decir que no esté involucrada. Aplicada al extremo, Cristina Fernández de Kirchner se convirtió en noticia por decisión de Alberto Fernández, que reveló el largo encuentro que mantuvieron, el martes, en la residencia de Olivos. Accionista principal de la sociedad de gobierno, la exsenadora guarda un perfil bajo estricto que puede significar mucho: el respaldo a Fernández, la preocupación ante la emergencia, la decisión de no entrometerse por demás y, aunque resulte inverosímil, su acotada capacidad para intervenir directamente en la gestión.
Después de regresar de Cuba con Florencia Kirchner, CFK cumplió la cuarentena obligatoria y ahora pasa el encierro en su departamento de Recoleta: por su edad, figura entre los grupos de riesgo. El aislamiento extremo la encuentra con la tranquilidad de tener a su hija otra vez en el país y al lado de su nieta, a la que le dedicó más tiempo del que se sabe durante el último año.
Según coinciden a un lado y al otro, Cristina y Alberto chatean vía Telegram de forma permanente y pueden llegar a hablar por teléfono hasta cinco veces en un día. Sólo cuando hace falta una charla más extensa, se dan los encuentros en Olivos. Existen diferencias, como lo admitió también el Presidente, dentro de un marco de acuerdo general.
ENTRE LA OPINIÓN Y LA DISTANCIA. Cerca de la vicepresidenta, dan indicios para entender por qué toma distancia de la gestión y de los primeros planos. Por un lado, coincide con la política de prevención que lleva adelante Fernández guiado por los expertos que hoy marcan el rumbo del Gobierno y se espanta cuando ve las imágenes que llegan desde el llamado Primer Mundo. Por el otro, mira las encuestas y observa que el respaldo a la gestión es elevadísimo, inimaginable incluso en circunstancias normales. Lo que le preocupa y mucho es la fragilidad del conurbano bonaerense, la base histórica de su fortaleza en la que habitan los sectores más expuestos a las carencias. Los intendentes que hablaron con ella en los últimos días afirman que Cristina preguntaba hasta cuándo podia soportar la gente el aislamiento extremo. Es el síndrome de la frazada corta entre la salud que prioriza Alberto y la supervivencia económica de los que viven al límite.
Le preocupa la fragilidad del conurbano. Los intendentes que hablaron con ella en los últimos días afirman que Cristina les repetía una pregunta: “¿Cuánto aguanta la gente esta situación?”
A diferencia de Néstor Kirchner, que sufrió horrores la abstinencia parcial de poder cuando le cedió el gobierno, CFK vive su segundo plano como un respiro después de ocho años en la presidencia -los últimos cuatro en evidente soledad- y cuatro más en el centro de los ataques del macrismo y sus satélites. Ahora tiene tiempo y voluntad para hablar con dirigentes a los que no atendía cuando era presidenta. “Ella tomó la decisión de que sea Alberto y lo respalda. Le da su opinión pero el que decide es él”, le dice a Letra P uno de sus habituales interlocutores. Recuerdan, por ejemplo, la objeción de la expresidenta a dos ministros que eligió Fernández y hoy están en funciones. No era una impugnación política ni enemistad personal. Para Cristina, no estaban preparados para la misión que les tocaba asumir, pero Alberto los defendió y ahí están. La asunción de ese extraño rol secundario puede ser mañana la forma de desligarse de decisiones que no comparte si no diesen el resultado esperado.
Desde que Fernández asumió la presidencia, la vicepresidenta comenzó a recibir pedidos de gobernadores, intendentes y dirigentes. A la mayoría les empezó a aclarar que, en la nueva etapa, tenía una capacidad limitada para incidir en la gestión. Le pasó, por ejemplo, con un mensaje de un orfanato en una importante localidad bonaerense que carga con una deuda millonaria en servicios esenciales. Cuando quiso saber si había posibilidad de ayudar, los funcionarios de Axel Kicillof le dijeron que era imposible y hasta le relataron las propias penurias para cobrar el sueldo.
“¿ESTÁS PREPARADO?” CFK está a cargo del Senado, tiene a su hijo biológico como jefe de bloque en Diputados -y abonado en la mesa de Olivos- y a su hijo político a cargo de la gobernación bonaerense. Sin embargo, así como con Fernández, también con ellos puede tener diferencias. A Máximo le reitera que no debe “celar” a Kicillof y al gobernador le cuestiona medidas como la de haber pagado en febrero 250 millones de dólares de deuda desde una provincia con necesidades infinitas.
Si AF llamó a los directivos de Techint “miserables” en público, los adjetivos de la vicepresidenta resultan irreproducibles, dicen.
A la vicepresidenta no le alcanza la interlocución habitual con el gobernador ni la información que recibe de La Cámpora, una organización que combina el funcionariato con el peso territorial. De ahí sus llamados a los intendentes de la Tercera sección electoral, el bastión de lealtades donde el cristinismo jamás vio peligrar su poderío.
Uno de los jefes comunales que habló con CFK hace muy poco le dijo a Letra P que la notó muy preocupada por la realidad del Gran Buenos Aires. Quería saber sobre la situación social, la demanda de alimentos en los barrios y la capacidad de los hospitales para enfrentar la crisis múltiple. El interrogante final se resumía en dos preguntas, una general y una personal: “¿Cuánto tiempo se aguanta esta situación?”, “¿Estás preparado?”. Aludía a un período de aislamiento que puede prolongarse bastante más que dos semanas.
La sensación de los jefes comunales consultados coincide con la de los colaboradores más estrechos de la vicepresidenta: ella no se mete en la gestión directamente, aunque pueda sentirse incómoda frente a los reclamos sin respuesta. Es su gente la que está en todos lados -muchas veces en segundas líneas- y sólo Cristina sabe si cumplen o no con sus expectativas.
En la última semana, sin ir más lejos, tres episodios remitieron al cristinismo. La responsabilidad de la ANSES y la gobernación Kicillof en el operativo desastroso del viernes 3 en el conurbano, la sangría en Desarrollo Social por los sobreprecios en la compra de alimentos y la represión de la Policía bonaerense en Quilmes. En el primer caso, junto con la caída de Gonzalo Calvo y otros 14 funcionarios, aparecieron cuestionados nombres ligados a la gestión de Alicia Kirchner y Carlos Castagneto en el ministerio y las figuras de La Cámpora como la secretaria de Gestión Administrativa, Cecilia Lavot, y la de Inclusión Social, Laura Alonso.
Peor incluso fue la represión en Quilmes, donde gobierna Mayra Mendoza y los despidos fueron provocados por el empresario de “Carne para todos”, Ricardo Bruzzese. Los trabajadores del frigorífico Penta comenzaron a pedir el miércoles que la intendenta interviniera en el conflicto y recién 24 horas después recibieron la primera respuesta: las balas de goma de la Policía que depende de Sergio Berni y de Kicillof. La solución que ejecutaron las fuerzas de seguridad suplió la falta de reacción favorable de la política.
¿QUIÉN PAGA? La expresidenta respalda la intención de su hijo de pedirle un esfuerzo extraordinario a las grandes fortunas de la Argentina. Si Fernández llamó a los directivos de Techint “miserables” en público -antes de que Claudio Moroni avalara los despidos en el ministerio-, los adjetivos de la vicepresidenta resultan irreproducibles, dicen. En su cuenta, no alcanza con la emisión récord desde el Banco Central y hace falta recaudar 1.500 millones de dólares para cruzar el desierto de una cuarentena sin fecha cierta de vencimiento. Empresas como la de Paolo Rocca, el sector financiero y las alimenticias -según el Gobierno, registran un incremento del 20% en la venta de sus productos- figuran como candidatos cantados para hacer un sacrificio junto con los grandes ganadores de la era Macri: los bancos, las concesionarias de peaje, eléctricas y gasíferas.
Fernández parece estar pidiendo un gesto de grandeza del establishment en la emergencia y ese gesto no llega. Su discurso de unidad nacional y sus buenos modales incluyen la política de conciliación con un poder económico que presiona, rebaja sueldos, suspende personal y no cede nada. Tal vez, sorprenda y cambie en el corto plazo o tal vez encuentre una fórmula mágica para que aporten de manera voluntaria. Sería la única manera de demostrar en los hechos que la polarización de los años cristinistas fue un error producto del empecinamiento y no una deriva inevitable.