Agop, su padre, llegó a la Argentina proveniente de Armenia en 1948. Ese origen y la marca del genocidio de su pueblo le inocularon un vicio que lo liberó y, a la vez, lo perjudicó. “Lo que pasó, pasó porque eran pocos los que hablaban, por eso yo no me permito callarme la boca”, desafía. Teddy Karagozian, dueño de TN Plátex, la mayor fábrica de hilados del país, criticó al kirchnerismo con dureza por el INDEC, los subsidios a las tarifas y el aspecto impositivo. E hizo lo propio con Mauricio Macri, el candidato que eligió votar defraudado con aspectos del gobierno de Cristina Fernández.
Su posición no le salió gratis. A principios de 2016 les avisó a funcionarios del oficialismo, entre ellos el por entonces ministro de Industria, Francisco Cabrera, que la cosa así no iba a andar. Cuentan en su entorno que no le llevaron el apunte y que le pidieron que fabrique cosas que puedan competir con la importación. El rubro textil fue, por decisión oficial, el más golpeado por los costos altos y la competencia con productos chinos. Su enojo más fuerte fue cuando un funcionario que Macri le admitió que querían ir hacia el modelo Australia, un país de servicios, sin industria ni valor agregado.
Familia textil.
Tenía Karagozian 1.900 empleados en 2016. Hoy tiene 1.100 y varias plantas cerradas en todo el país. Por eso, tras haberse puesto ultra crítico con Macri, desde 2017 inició diálogos con alternativas políticas que pudieran dar solución a la necesidad de los productores. Como casi todos los CEOs, su primera opción fue una tercera vía alternativa a la grieta, se vio atraído por la figura de Roberto Lavagna. Cuando el ex ministro perdió volumen por cuestiones de ego, se inclinó por los Fernández. En las últimas horas se transformó en el primer hombre de negocios de peso en el albertismo.
Apareció de anfitrión en un evento con el diputado electo Sergio Massa y el intendente de San Martín, Gabriel Katopodis, prometiendo cuatro millones de dólares de inversiones para reactivar una fábrica cerrada en La Rioja. Dice que con su gesto buscó cambiar las expectativas, mostrar que todo está mal pero que puede mejorar. De hecho, en su cuenta de Twitter reflejó que muchos de sus clientes parecen haberse puesto de acuerdo para acelerar inversiones, en un gesto contracíclico al menos osado, cuando el modelo Fernández aún no está en marcha.
Karagozian nació en una fábrica. Con seis o siete años ya acompañaba a su padre a la estampería de telas que tenía, precisamente, en San Martín. Compartía asados con los empleados los sábados, hasta que a los 15 empezó a trabajar los veranos y a los 18 desembarcó en la empresa familiar, que por entonces se llamaba Grupo Karatex. En 1978 le tocó la colimba en la marina, en Puerto Nuevo. Un año después, el grupo puso la primera hilandería, en Monte Caseros, provincia de Buenos Aires. A los 24 ya estaba manejando la empresa.
Suele decirle a sus amigos que es “apolítico” y un simple “industrial”. Tiene la teoría de que el mundo moderno no se rige por ideologías sino por lo que se puede hacer y lo que no. Pero ha tenido roces con la política desde los años noventa, cuando iba a la Fundación Mediterránea a reunirse con el entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo.
Con el kirchnerismo y el boom del consumo ganó dinero, pero cree que Fernández se parece “más a Néstor (Kirchner) que a Cristina (Fernández)”. En la era Macri, discutió en público con el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, y poco a poco le fueron dando mensajes desde el oficialismo, que lo ralearon de la esfera pública. El resto lo hicieron los banqueros, que lo identificaron como el CEO “prebendario” que “pide subsidios”. Decidió, así, aparecer poco y trató de esquivar los eventos de la Asociación Empresaria Argentina (AEA), entidad de la que es directivo.
Su último acto de fe en un futuro distinto con un peronismo diferente fue aparecer de sorpresa en el acto de reasunción del gobernador de Tucumán, Juan Manzur. Allí se abrazó con Fernández y acordó que harían un acto, juntos, para anunciar la primera inversión del gobierno electo. Y así fue.