La desesperación de los círculos de poder por saber qué equipo tendrá Alberto Fernández es casi igual de intensa que la curiosidad que tienen los técnicos del espacio, pero radicalmente opuesta a la visión del presidente electo. Desde después de las PASO, Fernández les dice a todos los que trabajan con él que son imprescindibles, que sigan trabajando fuerte. Pero no define nombres ni lugares. Los tiene en la cabeza, pero los guarda para no antes del 10 D, el día en que efectivamente tenga que pilotear la crisis. Los únicos visibles son el del ex ANSES Claudio Moroni en Trabajo, Daniel Arroyo en Desarrollo Social, Felipe Solá en Cancillería y el más reciente, el de Gabriel Delgado, ex INTA, en Agricultura, que aún no se sabe si será ministerio. Por ahora, todo es transición.
El elogiar, conservar pero no confirmar es un viejo vicio que Fernández heredó de Néstor Kirchner. Le fue útil para tener a todos cerca y atentos. Los poderosos de la economía casi que piden a gritos un regreso del primer kirchnerismo. Y Fernández parece encaminado a esa impronta.
Cuando participó de la asunción del gobernador de Tucumán, Juan Manzur, el presidente electo charló con Sergio Massa y uno de los empresarios invitados. El textil Teddy Karagozian, que pasó de votar, confesado por él mismo, a Mauricio Macri a poner todas las fichas en la salida de Cambiemos del poder, quería ser el primero con un gesto fuerte al ganador del 27-O. Le propuso a Fernández hacer un acto en una planta en esa provincia para dar a conocer un desembolso de cuatro millones de dólares en una fábrica, algo que no ocurrió nunca en los cuatro años de Macri. De hecho, Karagozian había cerrado en 2019, despidiendo a 180 personas, la fábrica en la que ahora depositará 70 máquinas de tejido de punto que importará de Europa.
Por una cuestión de agenda de Fernández, el evento se pasó al día siguiente y al conurbano bonaerense. La locación no fue casual: una fábrica pyme de un cliente de Karagozian en el partido de San Martín, distrito netamente industrial, muy golpeado por el modelo M y con un dato más: un intendente, Gabriel Katopodis, que suena para ocupar un ministerio o secretaría de Producción.
La foto en la fábrica de hilados culminó con una recorrida y discursos que dan señales. La primera, Fernández recordó que, cuando era jefe de Gabinete de Kirchner, se reunió con el hermano de Karagozian, Aldo, para charlar sobre los problemas de la importación de textiles de China. Karagozian devolvió diciendo que el país tiene que dejar de lado la especulación financiera. Fernández agregó que está dispuesto a hacer todo para crear trabajo.
Los cuatro años de Macri, con un modelo que, confesado por los propios ministros, no tenía a las fábricas como eje, representaron para los industriales un padecimiento tal, que cualquier caricia alcanza como bálsamo temporal. Lo supo la Unión Industrial Argentina (UIA), que, cuando fue visitada por Fernández, sonrió luego de años de gesto adusto.
Con gobernadores y gremios, los CEOs se entusiasman con un Fernández en modo Néstor Kirchner.
En el post PASO y con los números que, excepto un milagro, lo llevarían a ser presidente de la Nación, Fernández se dedicó a buscar lo que no tenía: un nivel de acuerdo con el Círculo Rojo que le permitiera gobernar, al menos virtualmente, desde el 28 de octubre.
Mientras Macri caminaba el país con la marcha del #SíSePuede, Fernández articulaba con la UIA, la cámara de empresas estadonidenses AMCHA, la Mesa de Enlace, los sectores del campo (cerealeras, molinos, etcétera) y hasta los productores de alimentos nucleados en la cámara COPAL. También se acercó a los gremios, emulando aquel primer Kirchner que edificó con todos, hasta que el enfrentamiento de Cristina Fernández con Hugo Moyano dinamitó los puentes y dejó renga la construcción de hegemonía política, aquel principio del fin que Fernández quiere evitar de entrada. A tales fines, sentó en Tucumán a la plana mayor de la CGT y, vía Héctor Daer, juntó en un asado en el gremio de Sanidad a los popes del sindicalismo con su mesa chica.
A todos estos sectores, empresarios y gremios, los necesita imperiosamente juntos por lo más urgente. La tensión salarial luego de un 2019 con inflación superando el 60% pondrá a la paritaria en el eje, mientras el gobierno de Fernández intentará estimular el consumo para que la economía pegue un rebote rápido.
Para eso, ya se está charlando con sindicatos una moderación del reclamo salarial. Los dirigentes parecen dispuestos, pero todo dependerá no de Fernández, sino del gobernador electo bonaerense, Axel Kicillof. La primera paritaria de peso es docente y es clave que Roberto Baradel, titular del Suteba, se preste a un diálogo que derive en la obsesión de Kicillof: que las clases empiecen el primero de marzo.
Con el frente sindical, a priori, ordenado, resta saber cómo actuarán los fabricantes de productos de la canasta básica con los precios. Hay algunos gestos: Carrefour y Walmart, por las propias, anunciaron que no remarcarán por 15 días. Y están dispuestos a extender los plazos si los productores de alimentos hacen lo propio.
Fernández tiene un ariete duro, una carta bajo la manga para el caso de que haya rebelión en ese frente. Massa ya avisó que grandes empresas de alimentos como Molinos especulan con los precios y con la provisión. Y mencionó que la idea del próximo gobierno es tener lista una Ley de Góndolas. Ese texto, presentado, es más una alerta latente para que moderen los precios que una idea rectora. Buscarán que tenga aprobación de Diputados para, luego, si no hubiese colaboración de los sectores, se aplicara a pleno.