Necesitado de descontar la distancia de hasta 20 puntos porcentuales que las encuestas le otorgan a Alberto Fernández y de mantener viva la llama del multitudinario acto del sábado en el Obelisco, Mauricio Macri usó el debate presidencial de este domingo para atacar a fondo. En tanto, el candidato del Frente de Todos lució más contenido que en el de la semana pasada, realizado en la Universidad Nacional del Litoral, acaso confiado en que su triunfo el próximo domingo es irreversible y más preocupado por no atizar la sensación de que la emergencia económica puede entregar todavía capítulos más severos hasta el cambio de mando del 10 de diciembre.
Solo así se explica que en este debate, cuyas temáticas eran más aptas que las del anterior para ahondar en la herencia económica envenenada que deja Cambiemos, se haya hablado más de corrupción que de eso. En efecto, si el Presidente pareció tratar de consolidar su núcleo duro haciendo más antikerchnerismo que nunca y dividiendo a la Argentina repetidamente entre “nosotros y ellos”, el peronista pareció accionar el freno de mano.
Con José Luis Espert y Nicolás del Caño sólidos en la presentación de sus ejes doctrinarios; con Roberto Lavagna ambiguo y, en el comienzo, incluso víctima de una laguna mental que duró lo suficiente como para que se notara; y con Juan José Gómez Centurión escribiendo el primer capítulo del libro titulado Cómo hacer política sin hablar de las dos vidas, la atención estuvo centrada en el desempeño del jefe de Estado y del hombre del Frente de Todos.
Macri lució más enfocado en su discurso, más agresivo y muy centrado en hacer antikirchnerismo, como si estuviera convencido de que en la campaña que está por terminar ya ha exprimido todo lo que podía ser suyo del centro a la derecha para llegar al ballotage.
“Nosotros y ellos”, “son así y no cambian más”, la corrupción y “gobernaron 24 años” fueron sus ejes para hacer antiperonismo.
Enfrente, Fernández habló (mucho) de pobreza y hasta de corrupción, pero hubo un detalle que lo expone en su desempeño: en el bloque de Empleo, producción e infraestructura, el más apto para hablar del descalabro económico macrista, terminó a la defensiva y explicando que no tuvo nada que ver con los casos de corrupción de la era K ni supo de ellos.
Si el negocio de quien va al frente es “hacer la plancha”, puede arrogarse el haber metido al mandatario en el mismo baile, al recordarle el modo en que él mismo involucró a su padre Franco en una matriz de corrupción pocos días después de que muriera. El Presidente le reprochó haber “hablado de quien no puede defenderse”, tanto en cámara como, más agriamente, en el entretiempo. Fernández, en rigor, se había referido a quien tenía justo a su derecha, ¿pero habrá caído bien la referencia en los televidentes?
Si un extranjero sin la más mínima idea sobre lo que pasa en la Argentina se hubiese sentado para ver y escuchar las dos horas de intercambios, no habría reparado en el caos económico en curso y, mucho menos, en el que todavía puede venir si no se desactiva la bomba a tiempo. No hubo de parte del peronista más que alusiones al paso sobre la escapada inflacionaria, la cantidad de empleos destruidos, el drama de la deuda para las futuras generaciones, el default en progreso, las ataduras del Fondo Monetario Internacional (FMI), el ajuste que seguiría si Macri permaneciera en la Casa Rosada y, sobre todo, el futuro acechante. Como si ya estuviera electo, se contuvo y describió una situación económica muy mala pero no una catastrófica.
Así evitó invocar a los fantasmas que pueden venir y, si finalmente gana, complicar una transición necesaria en la que habría que coordinar con la administración saliente asuntos tan delicados como un apretón del cepo cambiario, la relación con el FMI, la renegociación de la deuda en manos de tenedores privados e, incluso, un Presupuesto viable para 2020.
Tanto fue así que le terminó resultando funcional que Del Caño hablara antes que él de la “estafa de los créditos UVA” y que sacara asuntos como el blanqueo impositivo que Macri habilitó (contra el texto de la ley respectiva) para sus familiares, del “robo a los jubilados con la reforma previsional” y hasta del conflicto de interés de Juan José Aranguren. Un rato antes, Fernández había querido mencionar esto último, pero la palabra “interés” no llegó a su mente a tiempo.
Sí habló mucho de pobreza, tal vez también él hablándoles a los votantes que ya tiene asegurados, suficientes a priori para darle el 27-O más del 45% que necesita para convertirse en presidente electo. Será así?