A TODO O NADA

Macri, ante el riesgo de entregar a Peña

La eventual salida del jefe de Gabinete marca el agotamiento de un paradigma. Riesgos de que el cambio termine en búmeran para Cambiemos.

 

Las alusiones de empresarios, políticos y entornistas oficialistas eran directas o elípticas. “Se necesita un golpe de confianza; el problema es de la conducción política”, decía un ministro de una provincia gobernada por Cambiemos que suena como candidateable en su distrito.

 

A muchos les pareció el summum de la impericia la precaria grabación mediante la que Mauricio Macri anunció el miércoles un adelanto de los fondos del FMI para 2019 que todavía no estaba sellado. Es de manual: el estilo que comienza como un Presidente canchero que juega vía Snapchat o el perro Balcarce en el Sillón de Rivadavia, termina siendo factor de bullying por la supuesta ineptitud aislada de la realidad. 

 

 

El eventual y, muchos creen, improbable sacrificio de Peña tendría una significación política decisiva para el tramo final del mandato de Macri, que se avizora turbulento. Para María Esperanza Casullo, doctora en Ciencias Políticas y docente en la Universidad Nacional de Río Negro, el actual jefe de Gabinete es el que ha acumulado más poder en un gobierno desde que se creó la función, con la reforma de la Constitución en 1994, superior incluso al de Alberto Fernández en la primera mitad de los gobiernos kirchneristas. 

 

PRIMER MINISTRO. Entre otras funciones, Casullo menciona la acumulación de funciones que asumió la Jefatura de Gabinete desde diciembre de 2015, que hace que la figura de Macri se asemeje más al del jefe de Estado de los regímenes parlamentarios o semiparlamentarios europeos, mientras Peña oficia como primer ministro. 

 

Un detalle no es menor: los primeros ministros de Francia, España o Reino Unido son electos por voto popular, mientras que Peña fue designado por la lapicera del Presidente. Ello ocasiona, en la visión de Casullo, roces con ministros que ven sobre sí una tutela a la que no le reconocen legitimidad.

 

La puja por los límites de la función y el condimento humano del amor propio explican la herida todavía abierta que motivó la salida fulminante de Alfonso Prat Gay del primer Ministerio de Hacienda. De raíces más profundas, anclada en aproximaciones políticas opuestas, es la disputa que marginó de la mesa chica de Macri a Emilio Monzó, como epílogo de una larga rivalidad que se había planteado en términos de matar o morir. 

 

Carlos Corach en el gobierno de Carlos Menem, Christian Colombo con Fernando de la Rúa, Alberto o Aníbal Fernández fueron negociadores y espadas principales, pero ninguno de ellos asumió una función tan vital como ser creadores y celadores del discurso oficial. 

 

EL GUIONISTA SEVERO. Las directrices discursivas de la mesa chica de Peña se transformaron en memos diarios para instruir a todo el oficialismo sobre “qué estamos diciendo”. Una usina con varias dependencias dentro y fuera de la Casa Rosada que comprende elaboración estratégica, manejo de redes (tarea que Marcelo Bonelli simplificó bajo el nombre de “ejército de trolls” a un costo de 200 millones de pesos anuales), campañas orquestadas sobre datos de Anses, premios con la pauta a la prensa oficialista y sus blogs de influyentes, etcétera. 

 

Un ex ministro radical todavía narra con fastidio un episodio ocurrido en el primer trimestre de Cambiemos en la Casa Rosada. Por la mañana, este ex funcionario había hecho declaraciones altisonantes contra un reclamo de una empresa poderosa que afectaba a la cartera que administraba. Sus palabras se alejaban del paraguas del “diálogo y consenso” que por ese entonces levantaba el macrismo. De inmediato, el entonces ministro fue citado a la casa de Gobierno. Peña en persona lo esperó en la explanada que da a la calle Rivadavia para hacerle escuchar sus propias declaraciones en el celular y amonestarlo para que no se saliera del libreto establecido. 

 

¿Y SI EL CAMBIO ES INOCUO? La eventual salida de Peña significaría un cambio de paradigma para el proyecto de Macri. “Cambiemos y el PRO sólo vivieron éxitos desde 2007, una trayectoria imparable; tomaron muy buenas decisiones estratégicas, por lo que no tuvieron necesidad de responder a una crisis. Ahora es difícil aprender a nadar en otras aguas”, resume Casullo.
 
Las nuevas aguas implican lo que la politóloga doctorada en Georgetown marca como una consecuencia de la debilidad de los partidos políticos argentinos, que empuja a los gobiernos presidencialistas a “ampliar y renovar su coalición todo el tiempo”. En ese terreno, Peña se mostró reticente a nuevos ensayos y se recluyó una y otra vez en la ortodoxia del ADN macrista puro, desde aquel amarillo omnipresente a la exclusión de personalidades con demasiado ego, como el médico radical Facundo Manes, transformado hoy en defensor de la universidad pública. 

 

El amarillo es muy lindo pero Monzó guarda para sí que la victoria de Macri no hubiera ocurrido en 2015 si él no hubiera enhebrado alianzas con caudillos peronistas y radicales de las provincias del norte, para quienes las redes sociales no eran Twitter o Facebook manejados por hipsters de la cerveza artesanal sino los punteros de Humahuaca, Concepción, Goya y La Banda.
  
“Un reemplazo por (Rogelio) Frigerio no sería sólo un cambio de nombre sino de estrategia, que significa pasar de un Gobierno centrado en actores puros de Cambiemos a uno que va a intentar una nueva fórmula con el peronismo de derecha, tradicional, racional o como lo quieran llamar”, especifica Casullo. 

 

La politóloga no asegura que Macri tenga tiempo para un cambio tan drástico de abordaje -nadie se anima en rigor a descartar que el tren ya partió-, que implicaría una difícil convivencia con dirigentes de la UCR que hoy por hoy se han mostrado “más duros y ortodoxos que el macrismo”, como si todavía tuvieran ánimo de revancha de su oprobiosa despedida del poder en 2001.
 
Alberto Fernández, otro jefe de Gabinete muy poderoso, tuvo por función ampliar la débil base inicial de Néstor Kirchner. Exploró con métodos poco elegantes, como las colectoras de 2005, o poco duraderos, como la concertación transversal de 2007. Fernández procuraba amalgamar al duhaldismo, el pejotismo provincial, el progresismo encandilado con la política de Derechos Humanos y los radicales sueltos que un día antes habían apostado por Ricardo López Murphy. No era fácil.

 

Aníbal también procuró cierto equilibrio entre el ecléctico pejotismo y el progresismo, pero se transformó en un luchador en el barro cuando la batalla se puso áspera, especialmente contra ex kirchneristas transformados en opositores. 

 

Con diferencias, la tarea de ambos Fernández fue tratar de ampliar la base de sustentación o evitar nuevas fugas, mientras que la de Peña fue consolidar una conducción centralizada que se demostró eficaz para derramar riqueza (concejales, gobernaciones, diputados, presupuestos, tuiteros) en aliados mantenidos a distancia de la mesa de decisiones.
 
Ante el escenario actual, un problema es qué podría ocurrir el día después de la eventual salida de Peña, que el jefe de la redacción de Clarín reclamó esta semana sin nombrarlo. El riesgo de una bocanada de oxígeno efímera puede ser alto. En ese caso, Macri se habría desprendido de su carta más cara para quedar a merced de decisiones de terceros. Acaso quede probado que el problema principal no es si Macri o De la Rúa impostan “qué lindo es dar buenas noticias”, sino las consecuencias funestas del blindaje financiero en sí mismo. 

 

Andrés Malamud tuiteó que pactar con los gobernadores peronistas no es difícil sino caro. Un acuerdista como Frigerio puede hablar un idioma más cercano al de los peronismos provinciales, pero tendría poco y nada para ofrecer. De hecho, en las últimas semanas, el ministro del Interior se transformó en el rostro que anuncia hachazos a los presupuestos y transferencias provinciales que dejan absortos a algunos gobernadores y que, al parecer, recrudecerán en las próximas horas. 

 

Augusto Marini, dueño de dos canales de streaming en la Argentina de Javier Milei
Javier Milei en Israel. 

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