El pensador alemán Friedrich Nietszche (1844-1900) decía que no hay manera de conservar el poder conquistado sin aumentarlo -sin conquistar más poder. Y que la voluntad de poder es el motor que impulsa al hombre a encarnar el Superhombre, una suerte de instancia superior del ser humano. En ese camino, no está mal –aseguraba- pasarles por encima a los rezagados –los débiles, los perezosos-, un concepto que bastante tendría que ver con la meritocracia capitalista. El tres veces presidente argentino Juan Perón (1895-1974), en tanto, reivindicaba su decisión de hacer política llevando a todos, “buenos y malos”, y explicaba: “Si quiero llevar solo a los buenos, voy a quedar con muy poquitos y con muy poquitos no se puede hacer mucho”. En esa misma línea, advertía que para construir se necesitan ladrillos y los ladrillos se hacen con barro, pero también con bosta. Aplicando algo –o mucho- de lógica nietszcheano peronista, a María Eugenia Vidal no le ha ido nada mal, hasta ahora, con el desafío monumental de gobernar el territorio más árido de la política argentina –no le ha ido nada mal a ella; la Provincia y los bonaerenses son otra discusión.
Primero, la joven “angelada”–piropo duhaldista- de la capital saltó de punto a banca y echó al peronismo de la Gobernación, donde mandaba desde 1987. Y después, a fuerza de una extraordinaria voluntad de poder, se lanzó desde el minuto cero a la conquista de más poder. Lo consiguió: en un año, se hizo del control de importantes nuevos resortes institucionales y se consolidó como la figura estelar del frente gobernante Cambiemos, al punto de que no pondrá su cara en las boletas oficialistas de 2017, pero será la cara casi excluyente de la campaña.
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Engordó 13% su tropa de intendentes leales: inició su gestión con los 65 que le dieron las urnas a la alianza PRO-UCR-CC y ya cuenta 74. Entre los nueve nuevos, abundan los peronistas y hay hasta un kirchnerista.
- Preside la Cámara de Diputados a través de Manuel Mosca, un diputado que es Vidal en estado puro.
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Controla el Ministerio Público –nada menos que la jefatura de los fiscales de la Provincia- por medio de su hasta ahora secretario de Legal y Técnica, Julio Conte Grand, su preferido de la elite de juristas PRO.
Los intendentes del peronismo explican la buena sintonía con la gobernadora señalando ciertas coincidencias en el modus operandi de la administración y la construcción de poder. Lejos de la incomodidad gorila del macrismo de alta alcurnia, Vidal no repara en la bosta de los ladrillos. Tejió alianzas estratégicas con barones del conurbano que la aristocracia PRO podría considerar poco menos que la escoria de la política, como los caciques de Ezeiza, Alejandro Granados, y de José C. Paz, Mario Ishii. Y hasta incorporó a su gabinete al intendente de Castelli, Francisco Echarren, ex miembro del colectivo político -el kirchnerismo- causante –según el relato oficialista- de todos los males de la Argentina y sus inmediaciones.
Además, para avanzar hacia la toma de posiciones institucionales en parcelas de la República que escapan a su mando formal, tironeó o directamente pisoteó reglas escritas y no escritas:
- La que establece, a través del reglamento de la Cámara de Diputados, que los mandatos de las autoridades de ese cuerpo duran dos años. Parada sobre la letra fría de su acuerdo de gobernabilidad con el massismo, forzó el recambio a la mitad de ese período.
- La que sugiere que la Justicia debe ser independiente del poder político. Despojada de los buenos modales que se le reclamaban al kirchnerismo, atropelló a María del Carmen Falbo, la procuradora peronista que, con lógica peronista, el peronismo había designado en 2004 y colocó en su lugar a un producto acabado del partido gobernante.
En definitiva, lanzada a la nietszcheano peronista conquista de más poder, Vidal cajoneó, sin aparente a angustia moral, la retórica institucionalista del frente Cambiemos.
Pero, así como avanzó a empellones, también supo ceder para proteger sus intereses superiores. Por ejemplo, el Presupuesto 2017, herramienta clave para gobernar el año electoral que viene. Si la llave para la sanción de la ley la tenían los intendentes peronistas, reservó para ellos la Defensoría del Pueblo, que quedó en manos del ex sciolista Guido Lorenzino, delegado de una porción de los alcaldes que, por necesidad y urgencia, le garantizaban un final feliz al trámite espinoso de la norma en la Legislatura.
Una paradoja resalta más aun los logros de la gobernadora: Vidal gana poder institucional y crece como figura política en un contexto desastroso de país, marcado por indicadores sociales y económicos negativos (aumento del desempleo hasta el filo de los dos dígitos, derrumbe del consumo, bajas mensuales promedio del 7% en las ventas minoristas, la actividad productiva en niveles rayanos con los de 2002, un millón y medio más de pobres que a fines de 2015, inflación que cerrará 2016 en el orden del 40%) y muy modestas expectativas populares de rebote hacia el despegue, según sondeos de opinión pública.
En eso, acaso se le pueda encontrar a Vidal un parentesco con su antecesor, Daniel Scioli, a pesar de que ella diga que lo único que los une es la pasión por la pastafrola. Impermeable, ignífugo, Scioli atravesó todas las tormentas de la era K sin mojarse, todos los incendios sin siquiera chamuscarse, con sus niveles de aprobación pública altos y estables, aunque al final de su experiencia provincial no le alcanzó para saltar al peldaño superior del poder.
Por ahora, Vidal tampoco se moja ni se quema. Hace unos días, Télam tuvo que retorcer una encuesta de la Universidad Abierta Interamericana que mostraba al presidente Mauricio Macri con su imagen positiva en un flaco 45%. La gobernadora, con sus 54 puntos de aprobación, le salvó el título a la agencia oficial de noticias.
Habrá que ver, entonces, hasta cuándo resiste la paradoja –cuánto tiempo más podrá irle bien a Vidal si no les empieza a ir bien a los bonaerenses y, en general, a los argentinos. Hasta el momento, con su arrolladora voluntad de poder y su managment político prescindente de prejuicios y abundante en pragmatismo, la gobernadora se está empujando a sí misma, con notorio éxito, en el tránsito hacia la Supermujer –adaptación del Superhombre de Nietszche para tiempos de reivindicaciones de género- que se propuso ser; en la metamorfosis de Heidi a Bellota, la más brava de las chicas superpoderosas.