Eso se expresó tan tempranamente como en la creación de la Junta Grande posterior a la Revolución de Mayo, con la que el nuevo poder afincado en Buenos Aires buscó comenzar a plasmar una idea de territorialidad sobre el molde del virreinato que acababa de caer.
Las alianzas cambiantes de caudillos provinciales a lo largo de la guerra civil entre federales y unitarios constituyó otra expresión de eso, lo mismo que las "ligas de gobernadores" que aseguraron el orden conservador con posterioridad a la erección del Estado Nacional y la sanción de la Constitución de 1853, en especial a partir de 1880.
El fenómeno también recorrió el siglo XX, con expresiones notables –aunque diversas– en la "renovación peronista" de mediados de los años 1980, en el menemismo, en la salida de la crisis de 2001 y, claro, ahora, incluso con potencial de crecimiento, en la era de Javier Milei.
Hay un grito federal que necesita voces en el Congreso. Como gobernadores, tenemos la enorme responsabilidad de defender los intereses de nuestras provincias y, al mismo tiempo, contribuir a la gobernabilidad de la Argentina.
En su clásico Ciudades, provincias, estados: orígenes de la Nación argentina, José Carlos Chiaramonte refuta la idea de la historiografía mitrista fundacional de que lo nacional ya latía en los días de Mayo. Al contrario, en lo que constituye hoy un consenso generalizado, no puede hablarse de tal cosa sino hasta la tarea de construcción de la Generación del 37, lo que ilumina el rol de los territorios en ese proceso.
Chiaramonte explica que la crisis de la monarquía española de 1808, dada por la invasión napoleónica, desató los procesos revolucionarios en América, convirtiendo a los "pueblos", entendidos entonces como ciudades, en los depositarios de la soberanía vacante. Con el tiempo, la relación entre esos centros poblados y sus campañas se sofisticó y derivó en una distinción jurisdiccional entre ambas. Surgieron, así, las provincias.
"Serán esas ciudades las que den lugar a la formación de las nuevas provincias rioplatenses, cuyos estados autónomos protagonizarán más adelante las luchas políticas de la región", escribió.
Herederas de aquella forma tradicional de soberanía, las provincias entonces existentes adquirirían con el tiempo un carácter de virtuales Estados independientes, los que protagonizarían sucesivos y fracasados intentos de unificación, guerras continuas y pactos sucesivos, hasta organizarse finalmente a mediados del siglo XIX en un Estado central federal.
La fragua del Grito de los Gobernadores
Resulta intuitivo que los componentes de un Estado federal –en el que las provincias ceden parte de sus atribuciones a la Nación y, al revés de lo que ocurriría en una confederación, renuncian a su soberanía y al derecho de secesión– recobren protagonismo en contextos de tensión en la relación entre Estado nacional y estados provinciales.
Si la larga guerra civil que culminó con la derrota de la provincia de Buenos Aires en la batalla de Caseros del 3 de febrero de 1852 se explicó en buena medida en la pelea por el reparto de los recursos de la Aduana, no es difícil encontrar ecos potentes de aquel conflicto en cada planteo, marcha y contramarcha respecto de las retenciones a las exportaciones agrícolas.
Caseros
La batalla de Caseros de 1852 puso fin a la guerra civil entre unitarios y federales, pero la incorporación de Buenos Aires al nuevo Estado nacional llevaría todavía tiempo y depararía nuevas violencias.
Lo presupuestario siempre está, así como las crisis de lo nacional, ya sea cuando se trató –antes del período 1853-1880– de la dificultad para construir un Estado, como en su descomposición en 2001-2002 y hoy, bajo el ensayo anarcocapitalista de Milei. Cada crisis encuentra refugio y una base de reparación en los territorios provinciales.
Todo es historia
Uno de los ejemplos más emblemáticos de conformación de una Liga de Gobernadores –aquí ya se pueden quitar las comillas y pasar al nombre propio– se registró en la Argentina posterior a 1880.
Su trayectoria militar le permitió a Julio Argentino Roca "mantener contactos permanentes desde sus comandancias de frontera con las clases gobernantes emergentes que, progresivamente, reemplazarían a los gobernadores del pasado régimen", dijo Natalio Botana en El orden conservador: la política argentina entre 1880 y 1916. Aquel puso en marcha una "labor paciente (hasta que) las provincias interiores (…) advirtieron que el camino para adquirir mayor 'peso' político consistía en acelerar el proceso de nacionalización de Buenos Aires y no en retardarlo", añade.
RetratoRocaSalon
Julio Argentino Roca instauró en 1880 un esquema de poder conservador que se perpetuaría varias décadas. El mismo, modélico, se basó en alianzas cambiantes con una Liga de Gobernadores. (Retrato al Presidente Julio A. Roca, de Rafael Del Villar).
Siempre según Botana, "los ejecutores naturales de ese interés común serían los gobernadores vinculados con Roca a través del Ministerio de Guerra y cobijados por (Nicolás) Avellaneda. Organizados en una así llamada 'Liga', cuyo epicentro fue la provincia de Córdoba con el gobernador Antonio del Viso y su ministro de gobierno Miguel Juárez Celman, Simón de Iriondo en Santa Fe, José Francisco Antelo en Entre Ríos, Domingo Martínez Muñecas en Tucumán, Moisés Oliva en Salta, Vicente A. Almonacid en La Rioja, Absalón Rojas en Santiago del Estero y P. Sánchez de Bustamante en Jujuy, entre otros, tejieron una trama electoral que condujo a Roca hacia la presidencia" en 1880.
La aritmética de la sucesión controlada
La clave del poder de la Liga, desde ya, era la aritmética del Colegio Electoral, parte de la fórmula restrictiva de la participación ciudadana para la generación de "república posible" del proyecto alberdiano.
Así, "la Liga de Gobernadores impuso su candidato en el Colegio Electoral en las elecciones del 11 de abril de 1880 mientras Buenos Aires emprendía el camino de la resistencia armada. Dos meses después Avellaneda instalaba el gobierno nacional en Belgrano y convocaba las milicias de Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba. Roca, desde Rosario, organizaba la marcha sobre Buenos Aires. Durante cuatro días –del 17 al 21 de junio– tres sangrientos encuentros, los de Barracas, Puente Alsina y Los Corrales, decidieron la victoria a favor de los nacionales (…). Buenos Aires se subordinaba al poder político central" y se definía su secesión y la federalización de la capital.
La Liga de Gobernadores fue, desde entonces, una constante de las sucesiones presidenciales en el orden conservador impuesto por la Generación del 80, dominado por el Partido Autonomista Nacional (PAN).
Calos Menem, 2001, Néstor Kirchner y CFK
Ya en el poder, tras haber alienado detrás de sí a una mayoría de pares provinciales en su puja con Antonio Cafiero por el destino de la Renovación, Menem siguió siendo sensible a la lógica territorial de la política. Si bien su ascenso es visto hoy como un modelo de construcción por nuevos aspirantes provinciales, representó un proceso de fuerte centralización del poder que, para sanear las cuentas públicas nacionales, "federalizó" el déficit fiscal a través de la transferencia de las escuelas y los hospitales a las provincias sin los respectivos recursos.
El estallido de ese modelo en la crisis de 2001 dejó otra vez el poder real en los territorios. De Adolfo Rodríguez Saá a Eduardo Duhalde, la salida fue obra de los gobernadores y sus alineamientos, con la peculiaridad de que la profundidad del abismo permitió que quedara, toda una rareza histórica, en manos de un caudillo bonaerense.
Con Néstor Kirchner se produjo un nuevo consenso hegemónico y un regreso de la Nación. Ya con Cristina Fernández de Kirchner, la pelea por las retenciones fue una constante que alineó a los gobernadores de las provincias centrales –la zona núcleo de la soja– más allá de banderías partidarias. La escisión del cordobesismo del tronco peronista nacional es una expresión de eso que se mantiene hasta hoy y que, en buena medida, vertebra la reedición de una Liga de Gobernadores.
Javier Milei y la disolución de lo nacional
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Javier Milei encarna un proyecto de vocación anarcocapitalista, tendiente a la retirada de la autoridad del Estado.
Con Milei, el Estado nacional se bate en retirada, por lo que no sorprende que un grupo importante de provincias vuelva por lo suyo a través de un armado aún incipiente, el Grito Federal, pero llamativamente transpartidario.
#EnCampaña Ignacio Torres adelantó que el frente federal de gobernadores que se oficializó esta semana "seguramente" tendrá representación en las elecciones de 2027
Al ser consultado si sumarían una candidatura presidencial deslizó: "Puede ser tranquilamente, ¿por qué no?… pic.twitter.com/2XiWwwARTE
Además de recrear las tensiones propias del ajuste que una vez más se "federaliza", el Presidente vive de espaldas al interior. Lo está cuando les retacea fondos, les impone megaajustes –como en el papel mojado del Pacto de Mayo– y las utiliza para sus fines sin contraprestaciones. También, cuando ni siquiera hace actos de presencia significativos en ellas.
De hecho, al menos hasta este momento de campaña, sólo visitó 11 provincias, en la mayoría de los casos de modo fugaz. En tanto, se trasladó casi en la misma medida a Estados Unidos, donde estuvo ya en diez ocasiones.
Con su motosierra, su prédica anti-Estado, su cancelación de obra pública que debería conectar e integrar, su impronta anarcocapitalista y hasta su énfasis en socavar las estructuras recaudatorias, Milei encarna lo que, cuando estaba por iniciar su mandato, Letra P llamó Proceso de Desorganización Nacional.
Cuando hay proyecto de poder, sí, pero no un proyecto de nación, a la larga o a la corta los territorios son el refugio de la política.