El día posterior al debate presidencial que, en caso de que Sergio Massa se convierta en presidente, será recordado como el del nocaut a Javier Milei, el INDEC difundió el dato tan temido: el índice de inflación de octubre. Para bien o para mal de uno y otro, el 8,3% –142,7% interanual– marcará la disputa dialéctica de aquí al domingo. En sí mismo, el número es un desastre y marca la principal carencia de las políticas por las que un ministro de Economía debería ser juzgado, aunque, a la vez, habilita la narrativa –apresurada– de que lo peor ya pasó, que el fin de la sequía, de cierta paz en el mercado cambiario y, acaso, de una posible transición política entre un panperonismo y otro abren una vía de moderación del indicador que es la madre de todos los males: la debilidad de los ingresos populares y la pobreza.
En ese sentido, ¿cuál es la foto y cuál la película? ¿El futuro inmediato será mejor o será peor, según la evolución del IPC?
En busca de respuestas
Pareciera que el domingo con el ballotage se termina el mundo y que todo tiene sentido solo en función de ese día D. Afortunadamente no es así, pero la discusión sobre los precios será dominante. ¿Cómo desentrañar sus claves?
Tres datos clave y contradictorios entre sí marcan ese análisis. Por un lado, el indicador resultó inferior a lo esperado por el mercado. En la misma línea, el rubro sensible de alimentos y bebidas –determinante de la indigencia y muy condicionante de la pobreza– dio 7,7%, por debajo del promedio. Sin embargo, la inflación núcleo –la que excluye los precios regulados y estacionales, esto es la que anticipa el curso previsible– resultó mayor: 8,8%.
Si desentrañar lo que viene es extremadamente difícil, vale ir al fondo de la cuestión, es decir la necesidad de que el próximo presidente ponga en marcha alguna forma de plan de estabilización mientras dure la luna de miel de cinco minutos que se iniciará tras la elección.
Si fuera con Milei, habría que atajarse ante una estampida devaluatoria e inflacionaria que decidiría el propio mercado aún antes de la asunción el 10 de diciembre. Si fuera con Massa, podría esperarse con alguna forma de adecuación del tipo de cambio, una simplificación de ese mercado desquiciadamente desdoblado, una actualización tarifaria y algún alivio.
En este último sentido, ¿se lo lanzaría antes de esa fecha, dado que prácticamente se entregaría la banda a sí mismo, o después? Asimismo, ¿sería antes o después de que el Banco Central comenzara a llenar su panza vacía con los dólares de la temporada alta de la soja que deberían comenzar a fluir a fines de marzo? ¿Habría tiempo –y paciencia social– para esperar tanto?
El termómetro del dólar
Milei admitió el paseo que sufrió en el debate al quejarse de las toses de massistas que, afirma, lo sacaron de caja en la Facultad de Derecho, algo que lo mostró más cuerdo que quienes este lunes se empeñaban, desde algunos medios y desde la política, en consagrarlo ganador de una pelea en la que le llenaron la cara de dedos.
El mercado cambiario coincidió en el veredicto: el dólar blue bajó para acercarse otra vez al umbral de los 900 pesos y los paralelos legales, negociados en bolsa, también operaron con caídas. El mensaje es claro: la dolarización licuadora e inflacionaria que Milei solo declaró vigente después de tres preguntas del ministro filoso parece hoy algo más lejana.
Así, los agentes financieros se preparan con una probabilidad creciente para que el tipo de cambio oficial no estalle el martes 21, sino que comience a regirse por la pauta negociada con el Fondo Monetario Internacional (FMI) de un ajuste del 3% mensual, en línea con una pretendida reducción de la nominalidad. Dicha expectativa, claro, no es nada que no pueda volar por el aire en el propio escrutinio si Milei se impusiera en las urnas este domingo.